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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guardar la viña

LOS PRINCIPALES responsables de la Unión Europea tienen hoy la oportunidad de desmentir de una vez los temores que está levantando en España el rumbo tomado en los dos últimos años por buena parte de las políticas comunes. De lo que decida hoy el Consejo de Ministros de Agricultura reunido en Bruselas se de ducirá si dicho rumbo está más dirigido a satisfacer los intereses de Francia y Alemania y a asegurar el desplazamiento del centro de gravedad hacia el norte y el centro de Europa que a respetar los acuerdos políticos y, lo que es más grave, los propios tratados. Los ministros de Agricultura de la Unión Europea discuten un proyecto, presentado por la propia Comisión, de reforma de la Organización Común de Mercado del Vino (OCM), que no puede ser más perjudicial para los intereses españoles ni mejor adaptado a los intereses de los productores de los vinos blancos y ligeros del norte de Europa. La OCM ideada por el comisario de Agricultura, el luxemburgués René Steichen, propone eliminar 340.000 hectáreas de viñedos españoles en seis años, lo que significa la pérdida de 30.000 puestos de trabajo fijos y ocho millones de jornales agrarios e industriales a cambio de unas subvenciones al arranque de cepas muy sustanciosas que alcanzan casi un millón de pesetas por hectárea.La propuesta es una golosina envenenada para el campo español, donde es frecuente el caso de que la viña sea la única alternativa a la desertización y a la huida de la población. No se discute que la agricultura europea debe adaptarse a las reglas de la competencia del GATT, que exigen la eliminación de las otras subvenciones, las que están en el origen de la sobreproducción y llevan a las exportaciones sufragadas con dinero de la Unión Europea, en detrimento de la agricultura todavía, más martirizada de los países pobres. La UE produce 190 millones de hectolitros, de los que sólo se consumen 136, dejando el resto a la subvención mediante precios intervenidos, con un coste de 1.600 millones de ecus anuales (256.000 mi llones de pesetas). Tampoco se pone en cuestión que la nueva Política Agrícola Común (PAC), aprobada en 1992, sigue en principio un método correcto, en la medida en que intenta convertir la perversa subvención a la sobreproducción en la más civilizada subvención a la retirada de tierras, con un ahorro presupuestario que será del 30% en el caso de los fondos de ayuda comunitaria al vino.

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Pero lo que no tiene justificación es que los graves sacrificios que se pide a los agricultores españoles y en general a los del sur de Europa no estén acompañados de exigencias similares a los del norte. Pesada ironía sería entregar las viñas españolas no a una competencia que favorezca a los agricultores misérrinos del Tercer Mundo, sino a los opulentos colegas del Rin o del Mosela. La reforma que propone Bruselas permite seguir con el proceso de adición de sacarosa a los vinos blancos y sin graduación del norte de Europa, con el objetivo de aumentar la fermentación alcohólica. Consigue así aumentar los excedentes de alcohol entre 15 y 20 millones de hectolitros anuales por un camino de permisividad totalmente vetada a los productores de vinos de buena graduación.

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Lo mismo sucede con el riego de los viñedos, prohibido para las viñas meridionales, que producen 27 hectolitros por hectárea, y permitido para las del septentrión, donde llegan a alcanzar los 90 hectolitros. Hay que añadir, para postre, que el recorte de producción que se exige a España, con su bajo rendimiento por hectárea, es el más importante de toda la UE, como ya ha sucedido en los últimos cinco años, y que no hay equivalente de actuación tan cruel en otros sectores, como podría ser el trigo para Francia.

No basta, en cualquier caso, con hacer políticas negativas para considerar que la UE tiene una auténtica política agrícola común, sino que hay que exigir de Bruselas políticas activas que favorezcan los cultivos de calidad, el mantenimiento del empleo y del entorno rural, y garanticen el equilibrio ecológico. Aunque también hay que exigir mayor atención a los buenos vinos del sur y no tanta piedad con los malos caldos desvaídos y pajizos de la Europa sin sol.

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