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Parabola de la sandía

En la segunda mitad del siglo pasado el teniente D'Hérisson, oficial intérprete de un cuerpo expedicionario occidental en China, se vio atraído por las innumerables maravillas que ofrecía el país, y muy especialmente por una deliciosa variedad de sandía. Hacia 1880 China era un imperio cerrado y la más antigua civilización del planeta. Lo sofisticado de sus costumbres y la fragilidad de sus instituciones se aparejaban mal con la arrogancia de los militares europeos, empujados por la voracidad colonial a una de las empresas más brutales de la época. El teniente D'Hérisson, hombre culto, buen observador y paladar refinado, tuvo ocasión de asistir a ejecuciones sumarias, apreciar obras de arte exquisitas y degustar preparaciones culinarias de extremada rareza, pero entre todos los prodigios milenarios de la cultura china le sorprendieron gratamente las sandías. En medio de la turbulencia de los levantamientos y de las operaciones de pacificación, el oficial intérprete estimaba que el anquilosado prestigio del celeste imperio hallaba un reflejo de su antiguo esplendor en el cultivo de aquel refrescante y humilde postre de fruta.Las sandías chinas eran, según él, incomparablemente más sabrosas que las sandías italianas, más dulces que las de Córcega y superaban incluso, a pesar de su reputación, a las sandías que había probado en España. Ignoro de dónde le venía al teniente D'Hérisson, entre el saqueo del Palacio de Verano y las ceremonias de armisticio y aceptación de embajadores, su inofensiva afición por las sandías. Es posible que durmiera en su corazón esa nostalgia de buen hortelano que, desde Waterloo, anida en cualquier soldado francés.

Las sandías imperiales eran frutos de tamaño mediano, piel oscura y satinada, ligeramente estrellados en una de las bases con una lluvia de minúsculos cometas. El polo opuesto presentaba una levísima rugosidad, similar al cuero de sapo. Las sandías chinas alcanzaban el punto de maduración con una precisión insuperable. Henchidas de pulpa, el misterio de su perfección residía en la manera de recolectarlas. Se cosechaban de noche, antes de la caída del rocío y en el más extremado silencio. Se manipulaban con la máxima precaución y llegaban a tal punto de sazón y eran tan delicadas que cualquier sonido brusco podía rajar la corteza. Labradores envidiosos hacían reventar la cosecha de sus vecinos de un solo golpe de gong. En nuestros tiempos, el paso de un avión a reacción hubiera destruido la producción de sandía de una comarca entera.

Desde el punto de vista comercial no dudamos que unas sandías cultivadas con tanta pasión hubieran merecido la etiqueta Made in China by fanatics, pero en los tiempos del teniente D'Hérisson la capacidad de asombro de un cuerpo expedicionario se hallaba intacta, como un eco de la bárbara ingenuidad de los primeros conquistadores. Y uno se pregunta si el oficial intérprete únicamente satisfacía con la sandía imperial la sed y el apetito, o si, oscuramente, intuía que la sandía roja a punto de reventar encerraba una metáfora. De la fruta madura a la fruta podrida sólo hay un paso. Puede suponerse que el escandaloso secreto de la sandía tanto residía en la inminencia de su podredumbre como en la plenitud de su maduración.

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Muchas cosas se aprenden en los libros, pero algunas se pueden aprender del cultivo de la sandía. El origen del conocimiento es cosa de talante personal, y, así pues, es posible obtener algo en nuestro provecho de las interesantes observaciones del teniente D'Hérisson durante su campaña de China. Las reflexiones que suscita resultan tan refrescantes como las sandías del oficial intérprete. El alcance de la metáfora llega hasta nuestros días sin haber perdido un ápice de su sabor.

En primer lugar, la primavera pasada fue primavera de escándalos, no de cosecha de sandías. Efectuando una aproximación, pongamos que todo empezó el primero de mayo. Ese día se conmemora la Fiesta del Trabajo, pero con todo perdón, el 1 de mayo es también el Día de la Cabra, que, como todo el mundo sabe, es animal de carácter caprichoso. Con la primera noche del mes sale el astro lluvioso de la cabra Olenia, cosa que nos trae al fresco, porque aunque la estrella de la cabra representa la abundancia y de hecho los índices económicos apuntaron ese mes hacia una salida de la crisis, los problemas astrológicos suelen ser enrevesados y llegan a importunar. En la lluviosa primavera, la exuberancia de los parques de Madrid se manifestó como una espléndida alternativa vegetal al lodo que fue salpicando el prestigio convencional de los hombres que dirigen nuestras instituciones. El Jardín Botánico amenazaba con desbordar sus límites para invadir la ciudad con una selva. En medio del chaparrón de escándalos se añoraba el paraíso imaginario y personal donde la ética del contrato social convive con la ingenua contemplación de pájaros tropicales.

Las circunstancias políticas y sociales que preceden a las grandes revelaciones pueden compararse con esa silenciosa maduración de la sandía hasta el momento en que la tensión acumulada bajo la piel discreta, o el envidioso clarinazo del adversario político, provocan el reventón. Se ha subrayado el papel de los medios de comunicación como amplificadores de sonido, y no ha sido otra su labor. No hubo periodismo de investigación, y si acaso habló una Garganta Profunda, no destacaron con nombre y apellidos los sabuesos. La prensa actuó como pantalla receptora. El rojo escándalo de la sandía dormía intacto hasta que la complicidad en el secreto dejó de serlo y las fotocopias empezaron a funcionar.

Es importante señalar que cuando un escándalo estalla es porque algo se ha roto en la esfera de intereses cubiertos por el pacto de silencio. Entonces es cuando interviene el golpe de gong, aunque la extraordinaria amplitud del desastre político más hace pensar en el paso estruendoso de un avión a reacción asolando la comarca. Cada personaje político temió por su huerto. Se abrieron las carnes en dos de las más poderosas instituciones. Los hombres más dedicados a la sandía pública abandonaron los cultivos. Y ahora que las constelaciones de mayo se alejan hacia las profundidades del ciclo astronómico se recoge laboriosamente una cosecha anunciada. Si la primavera nos ha dejado la inolvidable nostalgia de Madrid bajo la lluvia, el verano cumple con soltar por nuestras calles a King Kong, esa bestia calurosa, sobrada de piel como de asfalto. Nuestro país surge de una larga estación de siembra, crecimiento y hedionda fertilización de acontecimientos políticos. En la mesa fue servida, entre la sutil línea de lo podrido y lo maduro, la sandía reventada de las elecciones cosechada como postre imperial.

es escritor.

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