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Un borracho mata a su compañero de juergas

Jan Martínez Ahrens

Una pequeña navaja de cachas blancas mató en la tarde del jueves a Jesús García Villa, El Suso, de 42 años. Empuñó el metal su vecino y eterno compinche de borracheras, Francisco Rivera Molina, El Churra, de 50 años. Movieron la mano del homicida varios litros de cerveza y la disputa por los favores de una yonqui morena y recién salida de la cárcel. La puñalada, de arriba abajo, se hundió en el corazón y separó dos vidas que desde hacía 20 años bebían juntas por el barrio de Orcasitas.

PASA A LA PÁGINA 6

Un borracho mata de un navajazo en el pecho a su compañero de juergas en Orcasitas

Era el mismo barrio donde el jueves, como todos los días anteriores, se encontró la conocida pareja a las ocho de la mañana. Bebieron cerveza en botellas de litro. Algo prohibido para El Suso. A los 18 años su Derbi se empotró contra un camión: 120 puntos de sutura en la coronilla; una cicatriz que tapaba con una gorra de marino.

"Se quedó mal, inválido para trabajar de carpintero. Aunque la cosa es que ya de pequeño tuvo unas calenturas que se le agarraron al cerebro y le dejaron medio atontao. Por eso se ponía loco perdido cuando bebía, cosa que hacía todos los días", comentaba ayer en su piso de Orcasitas el padre de El Suso.

Cojo por un taxi

El Churra -apodo que le vino de vender churros por el barrio de pequeño- también vivía con su padre en Orcasitas y también sufría las secuelas de un accidente. Un taxi arrolló su carrera de yesero y le dejó cojo. "Bebía desde antes de la mili, sobre todo cerveza", lamentaba ayer su padre, Antonio, de 77 años.

El jueves, ambos amigos de correrías dejaron de beber a mediodía, hora en la que se separaron para comer. Eso y las mujeres era lo único que les alejaba. Por la tarde reemprendieron la borrachera en el parque de la Asociación de Vecinos de Orcasitas. Amparo Gutiérrez, de 31 años, en chándal rosa y con el pelo revuelto, se unió a la juerga. Llevaba unos tres meses, según los familiares del homicida, con esos dos hombres, que más de una vez habían compartido una misma mujer. Estalló una discusión. El Suso salió del parque y se encaminó a la Gran Avenida. Allí, en medio de la calzada, empezó a gesticular. Se le acercaron El Churra y su compañera. Hubo empujones. La reconstrucción policial de los hechos se sume aquí en la confusión.

Mientras la mujer ha guardad6 silencio, El Churra ha declarado que atacó porque el día anterior El Suso Je amenazó con un cuchillo.

Los vecinos, en cambio, culpan a El Churra y le acusan de querer quedarse con la pensión que cobraba su víctima. La familia del homicida, por contra, levanta el dedo acusador contra la yonqui. "Se enfrentaron por ella, que no hacía sino quitarles el dinero", indicó la hermana de El Churra.

De la confusión surgió una navaja de cachas blancas. El brazo de El Churra cayó de arriba abajo, sobre el pecho del hombre de bigote bucanero y pelo castaño. En el suelo quedó malherido. Eran las 20.15 y el sol aún no había caído por debajo de los edificios. El Churra, cojo, y su amiga huyeron. La navaja quedó en el jardín.

Una patrulla de la Policía Municipal recogió al herido, quien llegó muerto y con la navaja clavada en el pecho al hospital Doce de Octubre.

En Orcasitas, mientras, los agentes de la comisaría de Usera acordonaron la zona. El Churra fue detenido en la avenida de Orcasur. Estaba sentado en un banco con las manos ensangrentadas. Le acompañaba Amparo Gutiérrez.

Ambos permanecían ayer detenidos en la citada comisaría. La mujer se negó a declarar. El Churra confesó su culpa. En su bolsillo guardaba siempre, recuerdan los familiares, un mechero Zippo al que había pegado la foto de su amigo. Una imagen que también lucía en su habitación. Sus familiares lloraban ayer: "¿Cómo lo ha podido hacer? ¡Pero si eran inseparables, siempre se defendían!".

Amor a la 'tele'

En casa de El Suso, el padre y el hermano recordaban con rencor a El Churra. "Aquí jamás entró, llamaba por abajo para recogerle y ya está", decía el padre. En esa vivienda, con vistas a un descampado, dormía todas las noches el fallecido. Lo más grande de su habitación era un televisor Grundig negro directamente enfocado a la cama.

Las paredes estaban recubiertas de estampas de santos. De una silla colgaba su chupa de cuero. En la mesa de noche se agolpaban un encendedor -"cuando tenía dinero fumaba Bisonte", comentaba el padre- y varias cintas. Le gustaban Los Chichos, El Fary y Antonio Molina. Escuchaba sus canciones con cascos. Era el único momento en que se quitaba la gorra y mostraba las cicatrices.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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