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Los gallos que cantan al anochecer

Manuel Vicent

Cerca del mediodía fueron entrando en el Congreso los padres de la patria. Llegaban los socialistas casi convictos y confesos con el ceño a media asta; los populares venían cantando bajo la lluvia con paraguas, muy felices. La corrupción era la patrona del día. Se ha hablado tanto de ella que uno ha imaginado que podía ser una señora de carne y hueso que estaría sentada en el palco como invitada presidiendo sus propias exequias. Iban entrando los diputados y la importancia o tamaño de cada pez gordo lo establecía el montón de cámaras y periodistas que lograba agrupar a su alrededor. Los micrófonos mordían la boca de los líderes exigiendo su ración de estiércol. Desembarcó Aznar junto a la verja con maletín y gabardina, y sonriendo bajo el maquillaje le dio un beso en plan castigador a Celia Villalobos frente a la garita y desde lejos recibió el grito de un Javier Arenas eufórico mientras a ras de la pared Corcuera pasaba con cara de perro mirando de reojo a los fotógrafos y lo mismo hacía Solchaga con el rictus helado y Anguita sin importarle el agua que caía sólo se bañaba en la propia sonrisa irónica y se miraba el porte reflejado en los charcos avanzando entre fogonazos.Al parecer todo el mundo conocía de antemano el discurso del presidente. La única duda consistía en saber si esta vez también tendría un efecto somnífero para el público en general y sedante para la oposición en concreto. En otros festejos del Congreso así ha sucedido. El invento ha funcionado. Felipe González conoce a la perfección el valor curativo de las palabras y la propiedad desinfectante de la saliva. Cualquier problema puede ser envuelto en elocuencia hasta ser controlado. El sopor lo diluye hasta convertirlo en un sueño.

Los diputados del Partido Popular no estaban dispuestos a caer en la trampa de la dormición. Durante el tiempo que ha durado el discurso de Felipe González no han cesado de patear, reír, carcajearse de cualquiera de sus afirmaciones creando una marea de fondo sobre la cual la convicción del presidente del Gobierno no ha naufragado del todo pese a ser zarandeada absolutamente. Cada una de las medidas contra la corrupción que Felipe González anunciaba golpeando el folio despertaba el jolgorio en la bancada de sus contrarios. Los socialistas tratan ahora de ponerse al frente de la lucha por la regeneración moral del país. Dan la sensación de esos gallos que se confunden de crepúsculo y cantan cuando en lugar de salir el sol ya está anocheciendo y las tinieblas se ciernen sobre el gallinero.

Después de comerse un filete y parte de la alegría en el almuerzo, José María Aznar ha arremetido con una invectiva directa, contundente, efectista contra la persona política del presidente del Gobierno. Le ha hecho responsable de la corrupción. Iba y venía desde lo escrito a la yugular de Felipe González y entre los suyos era de ver el asombro que despertaban sus bajonazos implantados con una ira medida en el cuerpo de su adversario por un líder muy crecido y excitado ante los desastres de la patria. Todo el mundo esperaba la respuesta de Felipe González. Forma parte del rito que el presidente trate de anestesiar a la clientela en el discurso de entrada y se revuelva como un tigre herido en las réplicas. Una vez más el rito se ha cumplido. Felipe González ha contraatacado golpeando la intimidad política de José María Aznar, allí donde podía desestabilizarlo más: no ser consecuente con lo que predica. Por un momento le ha levantado la alfombra y la corrupción ha flotado por todo el recinto. Parecía que todos se iban a ahogar en ella. Desde su escaño entre González y José María Aznar se ha producido un cuerpo a cuerpo. La emoción del público iba como tantas veces fluctuando entre el desencanto y la necesidad de creer al presidente, entre la desconfianza en las fuerzas de Aznar y la convicción de que este líder ya es imprescindible.

Felipe González era ese gallo que cantaba al anochecer. Pero la sesión continuaba a lo largo de la tarde y a medida que la lengua de los próceres se calienta, ya se sabe, los problemas se reblandecen como la cera hasta que al final el cansancio de tantas palabras idénticas se confunde con la solución. Y uno acaba por creerse las promesas mediante el cansancio. Los populares ya han perdido el respeto al presidente del Gobierno. Ésa es una evidencia que se ha manifestado en esta sesión del Parlamento. No se sabe si es la última lección. Sólo parece incuestionable que a partir de ahora los socialistas tendrán que gobernar de otra forma si no quieren que los insultos que en la bancada del Partido Popular han brotado espontáneamente no se reproduzcan en la calle y el público comience a echarles huevos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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