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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La unidad de Europa

HOY EMPIEZA en Bruselas una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Europea cuyo objetivo, concluida la compleja ratificación del Tratado de Maastricht, debería ser el impulso de la unidad. Helmut Kohl, canciller alemán, y François Mitterrand, presidente de Francia, han dirigido una carta conjunta al primer ministro belga -que preside la CE durante este semestre- recalcando que la cumbre es una "oportunidad histórica" para empezar una nueva era de la construcción europea.Hasta que se ha hecho pública la carta de Kohl y Mitterrand daba la impresión de que la cumbre de Bruselas iba a ser poco más que la reiteración de buenos deseos y la voluntariosa redefinición de los objetivos. Los socios comunitarios parecían incapaces de hacer frente a los problemas planteados por la resaca de Maastricht y por las carencias de los pasados meses, especialmente en materia de política internacional y de seguridad, agravados por la recesión económica que sufren los países desarrollados.

En efecto, desde el término de la guerra fría, la CE busca (sin demasiada convicción política, es cierto) un sitio razonable en el concierto mundial. Pero no acaba de decidir si es más conveniente someterse decididamente a los dictados de la primera potencia, Estados Unidos, o formular su propia línea de actuación. La laguna que crea esta ausencia europea es doblemente perceptible cuando, como ahora, se refleja en el espejo de las indecisiones norteamericanas.

Por otra parte, la grave recesión económica ha dejado los proyectos de unidad económica y monetaria forzosamente aparcados, mientras que son evidentes las disensiones de los socios en torno a la grave cuestión de la negociación del GATT; A ello se añaden las dudas sobre la construcción política de Europa, seriamente minada por las acusaciones de déficit democrático y la absoluta incapacidad de los. miembros comunitarios para ponerse de acuerdo sobre un horizonte político de unión y sobre las fórmulas -federales o no- que deben regirlo.

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Éstas son las dudas a las que quieren hacer frente Kohl y Mitterrand en su carta de hace dos días. Ambos líderes han decidido comprometer su prestigio en dos o tres temas esenciales: por una parte, la necesidad de que la CE se decida a concluir las negociaciones de ampliación con la incorporación de Austria, Finlandia, Suecia y Noruega el 1 de enero de 1995. Ello, a su vez, forzará a la Comunidad a abordar inmediatamente la reforma de instituciones que la ampliación hace indispensable. Por otra parte, la conveniencia de reformular la política exterior y de seguridad común, que no ha pasado de ser hasta ahora un esfuerzo plagado de retórica. Finalmente, el mantenimiento de los plazos para la unión monetaria. Y para su cumplimiento proponen la convocatoria quincenal de un Consejo de Ministros de Asuntos Europeos. Frente a ello cabe mencionar la crítica actitud del Reino U nido, en donde los euroescépticos siguen teniendo un peso considerable, y los reproches del presidente de la Comisión, Jacques Delors, por excluir del encuentro las medidas económicas que a su juicio facilitarían el despegue económico y la disminución de los elevados porcentajes de paro que presenta la CE.

No es fácil que la cumbre se deje arrastrar por el esfuerzo franco-alemán, texto que ya ha encontrado reticencias en los miembros de la Comisión, estrictos guardianes de sus competencias y a los que la propuesta del control quincenal les parece innecesaria. No debe olvidarse, sin embargo, que una vez recuperado el optimismo -si se consigue- será bueno que los líderes reunidos en Bruselas promuevan el incremento del entusiasmo de los europeos que, confusos por la complicación de los conceptos y desanimados por la crisis económica" no acaban de confiar en la idea de la Unión Europea.

En esta ocasión, finalmente, España concurre con especial interés a la llamada batalla de las sedes. Pretende la Agencia de Evaluación de los Medicamentos para Barcelona o la del Medio Ambiente para Madrid, o ambas. Sería irónico que, siendo el único de los grandes socios que no cuenta con una institución europea, perdiera una u otra a manos del Reino Unido o Dinamarca, dos de los que con mayor rebeldía se han comportado en relación con la CE.

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