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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

0 Europa, o volver a los nacionalismos

LA TORMENTA monetaria de las últimas semanas y la decisión tomada por el Consejo de Ministros de Economía de modificar de modo sustancial el Sistema Monetario Europeo (SME) al ampliar del 2,25% al 15% las fluctuaciones autorizadas en los cambios entre monedas suponen una revisión conceptual, y no sólo en materia monetaria, sobre la estrategia de la construcción de una Europa unida.Al margen de la demostrada eficacia (temporal) de esa medida para hacer frente a los ataques de los especuladores, no cabe duda de que una ampliación tan generosa -y que ha causado una- sorpresa general- supone que el objetivo central atribuido al SME desde el Tratado de la Unión (lograr una homogeneidad para preparar la moneda única) quede aparcado, al menos de momento. Si recordamos el lugar central que la moneda única tiene en el proyecto de Maastricht, es ineludible reflexionar sobre la nueva etapa en la que hemos entrado: qué se mantiene, qué ha quedado sin validez en los proyectos anteriores.

Dos teorías se perfilan en el debate europeo que proponen el abandono del camino seguido hasta aquí. Una, más abiertamente nacionalista, con figuras como Chevénement o Séguin en Francia, preconiza. el retorno a una Europa de los Estados nacionales. Otra, típicamente británica , y que The Economist ha expuesto con brillantez, pide que se prosiga la construcción de Europa, pero abandonando la profundización de la Comunidad de los Doce y dando prioridad a su amplia ción: o sea, renuncia a la moneda única, a la Europa política, a lo esencial del Tratado de la Unión. Estas teorías gozan de un clima favorable en el periodo que vivimos de dificultades económicas, en que prende la ilusión de que cada país por su cuenta puede salir mejor de la crisis que siguiendo en el marco actual.

. Ante estas teorías, de nada sirve cantar sin más, como se hizo de modo abusivo, las excelencias de lo acordado en Maastricht. Hace falta aclarar qué ha fallado en el proyecto plasmado en esa ciudad holandesa, y/o en su aplicación: resulta obvio que hubo una ilusión en los plazos y en la utilización de las cláusulas de adaptación. Cumplir los plazos de Maastricht es ya imposible. Deberán ser flexibilizados.

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Ese error tiene su raíz en una concepción demasiado optimista de la capacidad de los países europeos de avanzar hacia una aplicación de criterios europeos por encima de sus intereses nacionales, lo que algunos llaman "los sueños federales". Pero un ritmo más lento no puede significar la renuncia a la moneda única. Sería tirar el niño con el agua sucia del baño. A este respecto, el Consejo Europeo del próximo diciembre deberá esforzarse por acelerar el retorno a la disciplina monetaria. Sólo con una moneda única será posible garantizar la estabilidad de un mercado unificado. No pueden servir a este objetivo otros esquemas de tipos de cambios: los cuasi-fijos ya han demostrado su vulnerabilidad; la flotación general en nada se corresponde con un área económica unificada y sólidamente vertebrada, y sí con la indeseable renacionalización de las políticas económicas.

Lo pasado fue peor

El retorno al nacionalismo económico (y monetario) es una respuesta elemental a la recesión económica, la perplejidad política y la confusión de ideas existentes hoy. Tiene la fuerza de arrastre de lo conocido y la apariencia de lo históricamente experimentado. Pero esa respuesta adolece de un pequeño defecto: constituye un espejismo, y su victoria sería pírrica. Los enfrentamientos nacionales que nos muestra la experiencia histórica condujeron a depresiones peores que la actual. La mundialización de las relaciones económicas y la consiguiente internacionalización del mercado de capitales exigirían, al contrario, una concertación mundial. En su defecto, la capacidad de maniobra de un área regional integrada -la CE- es infinitamente superior a la de cada una de sus naciones en solitario.Dada la libertad de movimientos de capitales, la especulación monetaria sólo puede combatirse eficazmente mediante una auténtica conjura de los bancos centrales (cuya liquidez es inferior a las enormes masas de capital caliente) en el camino hacia la moneda única, puesto que aún parece más imposible (aparte de discutible) el retorno a una regulación proteccionista. De manera que estamos en una etapa transitoria, y por eso mismo llena de riesgos, como ocurre siempre cuando se pasa un vado. Hay que llegar a la otra orilla, a la moneda europea. Se trata de un paso histórico, en el que habrá que combinar dosis de voluntaristas fugas hacia adelante con flexibilidades y adaptaciones realistas. Como ha dicho el ministro alemán de Economía, Theo Waigel, perder un año o dos no importa. Pero alcanzar el objetivo es absolutamente necesario.

Los fracasos sufridos por la Europa política -especialmente con la horrible guerra de la antigua Yugoslavia- evidencian que no existe un criterio común europeo lo bastante fuerte para permitir acciones decisivas que exigen sacrificios de los pueblos, como es una intervención militar. Sin duda, alcanzar ese nivel de identidad política exigirá un caminar por etapas previas de coordinación de las políticas que ayude a conformar una conciencia europea más consistente de la que hoy existe. E ir allanando el camino hacia un Maastricht-II, que sólo puede ser la revisión del -una vez puesto en práctica- Maastricht-I, prevista en principio para 1996. En otras palabras, hay que ir fraguando el clima hacia una Constitución europea para el momento en que la reactivación económica sea algo más que un deseo, la digestión de los problemas venidos del Este haya avanzado y se haya vuelto a sedimentar el indispensable eje París-Bonn.

El europeísmo no puede hoy cantar aleluyas. Sin embargo, sería un error gravísimo no apreciar lo que ya se ha logrado -y sobre todo lo que se está evitando- gracias a la existencia de un proyecto de Europa política. Retomemos el caso, tan decisivo en la historia, de las relaciones entre Francia y Alemania. Entre estos países siguen existiendo contradicciones que han aflorado en la crisis yugoslava, y en la monetaria. Sin embargo, gracias a los avances de la construcción comunitaria, y a la perspectiva que ésta ofrece, no ha habido ruptura ni choques abiertos. Se han encontrado salidas para que la cooperación franco-alemana continúe actuando como locomotora, aunque renqueante, de la Comunidad. Y sigue progresando algo tan innovador como la creación de un cuerpo de ejército franco-alemán. Negar la Europa política es empujar a Alemania a retornar a sus sueños del pasado, a una política hegemónica basada en su poderío económico y en su lugar geográfico especial entre el Este y el Oeste.

¿Han pensado los que hablan ligeramente de re nunciar a la Europa política en el tipo de Europa que están preconizando? Estamos en una etapa en que se despiertan los nacionalismos agresivos: el odio al otro, la tendencia a conflictos irracionales movidos por antiguos recelos. El papel de la Europa política es demostrar la posibilidad de adaptar las estructuras estatales a un mundo en el que los problemas fundamentales (políticos, económicos, ecológicos, culturales ... ) están cada vez más entremezclados y exigen soluciones que desbordan los marcos nacionales. Y hacerlo conservando toda la variedad cultural que constituye la principal riqueza de Europa.

¿Empieza la causa europea a poder superar una fase de pesimismo? Cabe esperar que el Consejo de diciembre sea capaz de encontrar, al lado de las correcciones necesarias para que el proyecto de Maastricht siga adelante, inciativas capaces de demostrar la capacidad de Europa de ayudar a sus pueblos a superar las horas graves por las que atraviesan. Será un momento de encrucijada para la Comunidad y para todos los países que la integran.

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