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¿Quién se ocupa de América Latina?

La Administración de Clinton aún no tiene clara su política con los vecinos del Sur

Antonio Caño

El pasado martes era la sexta vez que este funcionario argentino llegaba al Departamento de Estado norteamericano con su informe bajo el brazo para convencer a sus desorientados interlocutores de la necesidad de una entrevista entre el presidente Bill Clinton y el jefe del Estado argentino, Carlos Menem. La respuesta siempre fue la misma: "No estamos autorizados", "El subsecretario no ha tomado todavía posesión", "Esto se decide en la Casa Blanca". ¿En la Casa Blanca?, pero ¿quién?, ¿quién se ocupa de América Latina, en esta Administración?

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No hay que buscar mucho. La realidad es que no hay más que una persona que en estos momentos tenga permanentemente en su cabeza la política de EE UU hacia América Latina: el responsable de esa región en el Consejo Nacional de Seguridad, Richard Feinberg, antiguo director de Diálogo Interamericano, un grupo de presión en Washington y un hombre que destaca más por sus cualidades de técnico que de ideólogo.El cargo de mayor responsabilidad de la Administración en lo que se refiere a la política hacia América Latina, el secretario de Estado adjunto para Asuntos Hemisféricos, está todavía ocupado por quien lo hacía durante el anterior Gobierno, Bernard Aronson, ya que la persona designada para ese puesto, Alexander Watson, no ha conseguido aún la confirmación del Senado.

Esto se une al hecho de que el presidente Bill Clinton no ha dedicado hasta el momento atención personal a América Latina si no es para hacer algunas referencias a la negociación del Tratado de Libre Comercio con México. Durante sus tres meses y medio en la Casa Blanca, Clinton se ha reunido ya con líderes europeos, asiáticos y de Oriente Próximo, pero todavía no ha recibido a ningún presidente latinoamericano, con excepción del presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, con quien mantuvo un encuentro en Tejas el pasado mes de enero.

Todo ello ha dejado por ahora la sensación de que esta Administración no está interesada en sus vecinos del Sur. "Teniendo en cuenta la historia de nuestras relaciones, ésa es, en realidad, una buena noticia", comenta cínicamente el actual director de Diálogo Interamericano, Peter Hakin. "Este Gobierno ha definido ya los principios en los que deben asentarse las relaciones entre EE UU y América Latina, pero falta saber cómo piensan concretar esos principios".

El marco de las relaciones con América Latina está limitado por tres principios: desarrollo de la cooperación económica, fomento de la democracia y de los derechos humanos y mayor énfasis en el progreso social.

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"América Latina es hoy una región vital para la estrategia económica de EE UU. Ninguna zona del mundo está haciendo más para liberalizar el comercio con nosotros y ninguna región está mejor situada para unirse a nosotros como socios económicos", afirmó el subsecretario de Estado, Clifton Wharton, en un discurso pronunciado a principios de este mes ante el Consejo de las Américas en nombre del secretario de Estado, Warren Christopher, que se encontraba ese día de gira por Europa.

Es cierto que América Latina resulta un socio muy interesante. El 75% de las inversiones de capital en países en desarrollo se concentran hoy en América Latina, principalmente en Chile, Argentina y México. Las exportaciones de EE UU hacia el sur del continente crecieron el año pasado un 17%. En cinco años esas exportaciones se han doblado, lo que ha permitido la creación de casi un millón de puestos de trabajo para los estadounidenses. Por cada punto que crecen las economías latinoamericanas se generan 5.000 millones de dólares en exportaciones en EE UU y se crean 100.000 puestos de trabajo en este país.

Libre comercio

Estos datos obligan a que esta Administración haya hecho de las relaciones económicas un apartado esencial. En realidad, toda la relación con América Latina está pendiente de los resultados de la negociación del Tratado de Libre Comercio con México. Si ese tratado se firma a fínales de este año -lo que todavía es incierto-, Washington iniciará una negociación similar con Chile y, posteriormente, con Argentina.En el caso de que el tratado fracase por la presión del Congreso, que exige normativas más claras en materia laboral y de cuidado del medio ambiente, todos los planes de Bill Clinton en el continente se pueden desmoronar de golpe.

En el apartado político, las definiciones son todavía menos claras. EE UU ha adoptado una política de firmeza a favor de la restauración de la democracia en Haití -"el presidente Clinton ha dejado muy claro que la actual situación es inaceptable para, nosotros y para la comunidad internacional", dijo Wharton en el citado discurso-, pero no hay posiciones tan- precisas sobre otros países a los que Washington dedicó tradicionalmente esfuerzos y dinero.

Excepto tal vez en el caso de Nicaragua -en donde se ha levantado el bloqueo de la ayuda al Gobierno de Violeta Chamorro, pero no hay una política clara para evitar el deterioro de la situación en ese país-, Washington parece desinteresado por los acontecimientos en El Salvador, Perú y Venezuela, países en los que el sistema democrático se encuentra amenazado.

Embajadores latinoamericanos y expertos en asuntos del área confían en que la política norteamericana hacia el continente cobre nuevos bríos con la llegada a su puesto de Alexander Watson, que fue nombrado después de un penoso proceso en el que fueron descartados dos nombres que no contaban con los simpatías de la poderosa comunidad cubana en EE UU.

Alex Watson es un funcionario de carrera que ha servido anteriormente como embajador en Perú y en otros puestos en Brasil, Colombia, Bolivia, República Dominicana, España y la ONU. Está considerado un excelente conocedor de los problemas de América Latina y un hombre de talante liberal y abierto. Habla español y portugués con fluidez.

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