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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Concierto de primavera

LA NECESIDAD de concertar las actuaciones reactivadoras de las principales economías ha sido el leitmotiv que ha presidido durante la pasada semana las reuniones de primavera del Grupo de los Siete (G-7: Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá) y del Comité Interino del Fondo Monetario Internacional (FMI). Junto a la constatación del elevado grado de integración entre las economías industrializadas, el encuentro de los ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los países más ricos del mundo tuvo como telón de fondo la revisión a la baja de las previsiones del crecimiento. Aunque para el conjunto de la economía mundial se anticipe una tasa de crecimiento del 2,2% en este año, los países industrializados no superarán el 1,7% (frente al 2,9% que preveía él anterior informe del FMI), y dentro de éstos, la CE, a la que en octubre se le anticipaba un 2,3% de crecimiento, ahora queda en un 0, 1 %, igual tasa que la prevista por el FMI para la economía española.Esa atmósfera de inusual armonía que ha presidido el encuentro del G-7 está amparada en la voluntad de la Administración estadounidense, y en particular de su secretario del Tesoro, Lloyd Bentsen, por revitalizar las reuniones de ese grupo como auténtico foro de coordinación de las políticas económicas. A ello también debió contribuir el descenso en los tipos de interés de mercado del Bundesbank que precedió a la reunión. Más allá de esas genéricas intenciones en tomo a la concertación de las iniciativas para el crecimiento o al reconocimiento de la necesidad de dotar de estabilidad a los mercados de divisas, ni el G-7 ni el Comité Interino del FMI han concretado actuaciones específicas que permitan anticipar la necesaria recuperación económica o la reducción de sus adversas consecuencias sobre el empleo.

Los representantes alemanes, y en especial el presidente del Bundesbank, han sido los más reticentes a la hora de asumir acuerdos reactivadores, amparándose en las tensiones inflacionistas que siguen presentes en aquella economía. La otra economía que se confía contribuya a la recuperación mundial es la japonesa, a través del paquete de medidas adoptadas por el Gobierno nipón, que alcanzan un total de 117.000 millones de dólares, orientadas a estimular la demanda y a reducir el amplio superávit comercial de ese país.

Menos favorables son las consideraciones que cabe hacer de la actividad de otra institución internacional, el Banco Mundial, específicamente orientada a potenciar el desarrollo de los países menos industrializados. Como su propio presidente, Lewis Preston, ha reconocido, es la reducción de la pobreza la única referencia que se ha de manejar en la evaluación de los resultados de esta agencia. Sin embargo, la atención del Banco Mundial a ese objetivo, a juzgar por el destino de sus préstamos, sigue siendo insuficiente en relación con los proyectos centrados en la reducción de la pobreza o destinados al desarrollo de los recursos humanos en el Tercer Mundo.

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Independientemente de esa atmósfera más favorable a la concertación presente en el entorno de los grandes países industrializados, tanto el G-7 como el resto de las instancias económicas internacionales siguen poniendo de manifiesto importantes limitacioinies en su actuación. Ello de debe, seguramente, a la ausencia en la actualidad de un liderazgo económico como el existente en el pasado y a la dificultad para avanzar en la dirección de eliminar los todavía importantes obstáculos a la multilateralización de los intercambios, objetivo con el que nacieron. El retraso de más de 28 meses en la conclusión de la Ronda Uruguay del GATT y los contenciosos entre EE UU y la CE son tan explícitos en este sentido como la más reciente amenaza de Japón a EE UU, de represalias si la Administración de este último país concreta las anunciadas el pasado viernes como consecuencia de la supuesta discriminación de sus empresas en el acceso a contratos públicos. Son estos episodios, y no la armonía circunstancial, los que cuestionan la capacidad de coordinación económica entre los grandes.

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