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La ciudad alterada

Los 'desbandados'

Francisco Peregil

Los madrileños no se enteran o no quieren enterarse de las admoniciones del alcalde. Pero los municipales tampoco. Lo que en principio apareció como bando ecológico, se trocó en una des-bandada jurídica y laboral. El alcalde prohibió, para luchar contra la contaminación, aparcar en las principales vías: avenida de América, Serrano, Velázquez, la Castellana y muchas más, hasta sumar 20 kilómetros de asfalto.Pues bien: ayer, a las once de la mañana, era imposible infringir el bando. A menos que se aparcara en doble fila. Más de 5.000 automovilistas convirtieron todas esas calles, prietas las filas de coches en la acera derecha y más prietas en la izquierda, en un monumento a la desobediencia civil. Los policías parecían intelectuales callejeros, bolígrafo en ristre, bien aplicados sobre unas libretas que debieron de gastarse en una hora de tanto anotar matrículas.

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Algunos, como aquel agente alto, barbirrubio y afable que trabajaba a pie de grúa en Goya, expresaban sus dudas: "La grúa no da abasto. Pero es que además el bando es muy ambiguo, porque creo que prohíbe aparcar hasta a los propios residentes. Y eso es un tanto absurdo, porque si no ponen el coche aquí lo harán en calles cercanas, más pequeñas, con lo que el efecto sobre la contaminación y el tráfico es el mismo, si no peor".

En Velázquez, un compañero suyo mostraba ideas más claras. Ni residentes, ni periodistas, ni minusválidos -había un cartelito que autorizaba al propietario a colocar el vehículo donde le viniera en gana, debido a su incapacidad física escaparon al brazo de la ley. Ante los ojos del municipal se extendía un kilómetro flamante de máquinas insurrectas donde podía saciar sus ansias justicieras.

Otro, en la avenida de Filipinas, aleccionaba entre multa y multa:

-El bando lo expresa bien claro: no se puede aparcar en doble fila en vías preferentes.

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-¿Sólo en doble fila? -preguntó el periodista.

-Sólo.

-Pues creo que prohíbe incluso aparcar a los residentes.

-No, hombre, no. ¿Se imagina usted lo que supondría eso? Una locura.

Efectivamente, una locura, cuyos entresijos desconocía el policía. Ni residentes, ni nadie, podían ayer aparcar en las principales calles de la ciudad.Pasa a la página 2

Por la ecología, una huelga cada día

Viene de la página 1El tráfico manaba suave desde la mañana. Los autobuses y el metro, más vacíos que otros días. A un peatón se le ocurrió que la mejor medida contra la contaminación sería una huelga cada día. Hoy los taxistas, mañana los autobuses, pasado los futbolistas, y después los funcionarios.

Daban ganas de salir de compras, aunque los esquiroles del cierre de los comerciantes hicieran su agosto. En Claudio Coello sólo abrió la tienda de una mujer elegantísima, culta, cuarenta años, pendientes grandes y verdosos. Era la dueña de Catarsis, cadena de ropa. En su tienda de Velázquez decidió echar las persianas por la mitad, hasta que se cercioró de que los piquetes no le harían daño y de que las tiendas colindantes, como la de Pepa Nieto, Ekseption, o Daguerre, abrieron. Se solidarizaba con los motivos de la huelga, porque cree que un domingo, cuando las señoras se van "en manadas" con sus familias a El Corte Inglés, "que sólo les falta la fiambrera", para comprarse de todo, causa estragos en tiendas como la suya. Y hay que luchar contra ello, "pero negociando, no con paros".

Las tiendas que abrieron ayer hicieron menos negocio que cualquier día laborable. Incluso El Corte Inglés de Princesa, el Alfaro del Bernabéu o el Prica de Hortaleza se resintieron del cierre. Para ello sirvió de gran ayuda la propaganda que el lunes repartían los panaderos.

-Se llevará usted más pistolas hoy señora. ¿No se irá mañana a El Corte Inglés, verdad?

-lanzaban algunos a sus clientes.

No obstante, fueron las panaderías de esos hipermercados las únicas beneficiadas del cierre. En la de Jumbo se vendió el doble que un día normal.

En centros como el Moda Shopping, en la calle de la Princesa, sólo abrieron tres o cuatro tiendas. El dueño de la zapatería José María Moreno también se solidarizaba con sus colegas, pero abrió sus ocho tiendas porque el receso económico del país es demasiado grave para prescindir de los ingresos de un día.

Manual de mítines

Los dependientes de una tienda de ropa decían que el jefe les obligó a ejercer de esquiroles. ¿Sabes si hay movida ahí en la plaza de España? ¿Crees que nos podrán obligar los piquetes a cerrar?, preguntaba ella, con notables deseos de que así fuera.

Pero en plaza de España todo discurría mansamente. Los portavoces declamaban lugares comunes que debieran constar en algún manual sobre mítines: "Estamos cargados de razón" y "si hace cuatro años hubiéramos luchado ( ... ), a estas alturas no tendríamos que pedir regulación de horario, a estas alturas no tendríamos que y a estas alturas...".

A esas alturas de la mañana, el bando anticontaminación cumplía tres horas de edad y quedaba obsoleto. Hoy, con cien mil comercios abiertos, la desbandada puede ser aún mayor.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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