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Muere Audrey Hepburn

La actriz, de 63 años, padecía un cáncer y dedicó los últimos años de su vida a la Unicef

Audrey Hepburn, en el papel de Holly Golightly, la protagonista de "Desayuno con diamantes", dirigida por Blake Edwards. / VÍDEO: Producido por EL PAÍS a 21 de enero de 2016 con motivo del 23º aniversario de su muerte.

Últimamente, cada día se esperaba de Suiza la llegada de una escueta y seca noticia: Audrey Hepburn ha muerto. La actriz, de 63 años, estaba invadida desde hace meses por un cáncer y en el cerco de silencio que le aislaba del mundo, a la espera del final, había un intenso pudor. Deseaba que se le recordase como la princesa rebelde y adolescente de Vacaciones en Roma o con el rostro sin lavar de la florista golfilla del Covent Garden en Myfair lady. No hizo de su deterioro físico un espectáculo. Se fue con la forma discreta de caminar que fue parte de su incomparable elegancia. Si algo puede distinguirla como mujer y como actriz es que supo fundir a una y otra hasta hacerlas indistinguibles.

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Dulce y leve como un ángel

La noticia de la muerte de Audrey Hepburn no ha llegado a través de ningún portavoz de nada que tenga que ver con el cine. Hollywood y ella nada apenas tenían que ver desde hace muchos años (pasó sin pena ni gloria en 1989 por una película de Steven Spielberg) y la actriz consideraba a la profesión que le dio celebridad mundial como un asunto pasado y secundario respecto de sus trabajos de madurez: destinaba casi toda su actividad a la Unicef, de la que era embajadora permanente.Seguía Audrey Hepburn apareciendo de cuando en cuando en las páginas de espectáculos de los periódicos, pero casi de pasada. Era casi siempre porque se reestrenaba en la televisión, o se reponía en alguna pantalla grande, alguna de sus películas de los años cincuenta y sesenta. Pero con más frecuencia, la tinta negra asociaba su nombre con alguna misión humanitaria de la ONU, por ejemplo en Somalia, donde Audrey Hepburn. estuvo poco tiempo antes de que le diagnosticaran el cáncer de cólon que acabó ayer con su vida.

Fueron, oidas desde ahora, premonitorias las palabras que la actriz pronunció tras sus jornadas de trabajo en el trágico país africano: "Nunca me repondré de lo que he visto allí", dijo. Nunca se repuso. La actriz se sometió el pasado noviembre, en un hospital de Los Angeles, a una intervención quirúrgica. Le extirparon el foco de su mal, pero este se había extendido de forma irreversible. Audrey Hepburn voló a Europa por última vez y se encerró para siempre en un valle suizo.

Europea errante

No nació ni se formó Audrey Hepburn en Estados Unidos. Era europea por los cuatro costados: nació en 1929 en Bruselas, creció y se educó en Holanda, su padre era un banquero británico y su madre una flamenca de estirpe aristocrática. Tuvo por ello, durante sus años de leyenda en Hollywood, una especie de condición de bellísimo bicho raro: se salía por completo de la norma y rompía con el rasero del lujoso zoológico californiano, incluso por las características de su rara belleza y por sus pronunciadas peculiaridades como actriz, que impusieron -sobre todo en sus trabajos con Wyler, Huston, Donen y Wilder- un nuevo estilo: directo, sencillo, cercano, sin precedentes en el juego de las sofisticaciones de laboratorio del estrellato hollywodiense.

Comenzó su carrera mal, sin pena ni gloria, en una película británica olvidada, Risas del paraíso, dirigida por un tal Alastair Sim. Era el año 1951 y nadie de quienes vieron aquella película arriesgó una moneda por su destino. Hasta que William Wyler, uno de los grandes del cine de la posguerra mundial, que la conoció personalmente por azar, se dio cuenta de lo mucho que de distinto e incatalogable había dentro de aquella muchacha casi anormalmente flaca y con una enorme y contagiosa sonrisa de oreja a oreja.

Y la enroló para que encarnase al personaje de una rebelde princesa adolescente en Vacaciones en Roma. Habían pasado dos años desde su casi anónimo comienzo y, de la noche a la mañana, tras ganar un Óscar en 1953 por su trabajo en este filme, se: convirtió en una de las más cotizadas actrices del cine de entonces: una especie de nuevo releve, europeo al vacío dejado por el retiro de Greta Garbo:

Tras Vacaciones en Roma, la, carrera de la actriz contiene: obras memorables: La calumnia, dirigida otra vez por William Wyler; Sabrina, dirigida por Billy Wilder; Los que no perdonan, dirigida por John Huston,-; Charada y Dos en la carretera, dirigidas por Stantey Donen; Desayuno con diamantes, dirigida por Blake Edwards; y My Fair Lady, (tal vez su cumbre), dirigida por George Cukor.

Hay otras películas menores en su no muy larga filmografía. Entre las referidas hay auténticas maravillas de cine imperecedero y no es poca la parte de creación personal que en ellas le corresponde por entero a esta singular mujer con sentido de la distancia y la sofisticación, pero sencilla y extraordinariamente atractiva, que estuvo casada dos veces, una con el actor Mel Ferrer y otra con el médico italiano Andrea Dotti, y que tuvo dos hijos, uno de cada matrimonio- y actriz eminente en trabajos interpretativos tan dispares como la astrosa Liza Doolitle de MyJair Lady; la tierna bohemia loca Lullamy de Desayuno con diamantes; la desgarradora niña india de Los que no perdonan; o la fiera contendiente en la terrible y genial pelea matrimonial de Dos en la carretera. Sin poseer una amplia gama de recursos expresivos, pues era una actriz intuitiva, Audrey Hepburn derrochaba inteligencia y generosidad en sus desdoblamientos. De ahí la riqueza de la corta carrera de esta mujer de apariencia frágil: una carrera truncada desde hace años por su inadaptación a los nuevos rumbos de Hollywood, que le eran ajenos, y ahora finalmente, a los 63 años, por ese cáncer que metafóricamente anunció, sin darse cuenta, a su vuelta del infierno de Somalia.

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