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Reportaje:

La vida se muere a 80 kilómetros de Cibeles

Beben leche de cartón y no escuchan las esquilas. Son madrileños y no sufren atascos. Viven en una docena de pueblos de la región con menos de cien almas -la mayoría jubiladas-, ubicados en la deprimida sierra norte, a unos 80 kilómetros de la capital. Les mantienen las pensiones más que el trabajo. Y, salvo excepciones, van a menos: los jóvenes se marchan por la falta de empleo. El campo sólo da para subsistir -a sólo 7.000 pesetas les pagan un cordero-. Entre la soledad y el aislamiento, a veces tienen que recorrer 30 kilómetros para llegar a la farmacia. La autovía de Burgos, que divide la comarca, parece una ironía del progreso que no acaba de llegar.

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Filomena Sanz nunca ha visto el mar. A est a mujer de 61 años se le humedecen los ojos al recordar ese sueño incumplido. Vive en El Atazar (88 habitantes), sobre el pantano del mismo nombre que les da luz y agua gratis. "Cuando hicieron la presa, nos cogieron las huertas y los jóvenes tuvieron que irse", recuerda. Ella se quedó cuidando del padre, gracias a cuya pensión viven ambos.Filomena cultiva una pequeña huerta, pero de ahí no sale todo. Para ir a la compra tiene que entenderse con los vecinos o esperar a los ambulantes, y lo peor es el butano, que llega "cuando quiere". Se ha acostumbrado a comer pan del día sólo dos veces a la semana, cuando llega el repartidor. "Nos cuesta a 30 duros el medio kilo", tercia Ángel Herranz, de 71 años. Del médico están contentos, aunque acude un par de veces al mes. La enfermera se acerca otras tantas. Si hay una urgencia, el doctor sube rápido. Más difícil es conseguir las medicinas.

Filomena, como otros, no tiene coche, y a El Atazar no llega ningún autobús de línea. Quienes sí llegan, los fines de semana, son los turistas. Y aparecerán más cuando esté lista la zona recreativa de Juan Gil, que incluye club náutico, aunque algunos vecinos, aun no teniendo nada en contra, recelan de "los forasteros".

Santiago Fernández, de 32 años, no lo ve claro: "Quieren que nos quedemos aquí, pero no dan ninguna facilidad. Las casas son caras y para construir una hay muchos problemas: vienen los ecologistas y no te dejan sacar piedra". Por eso ha tenido que irse a vivir a Torrelaguna (a 24 kilómetros), adonde también viajan a diario las tres escolares del pueblo: Vanessa, Verónica y Sonia.Cancha vacíaAl atardecer, uno de los tres mozos, Jesús Lozano -"albañil y de todo un poco"-, se acerca al reluciente polideportivo, levantado por el Gobierno regional. Pelotea contra la canasta de baloncesto. Los botes rompen el silencio. Jesús no tiene con quién jugar, pero se consuela: "Cuando vengan otros estaré bien entrenado".

No es la única paradoja de la sierra norte, también llamada pobre. En Cervera de Buitrago (95 habitantes, de los que 25 son jóvenes) no resulta raro encontrar barcos en los jardines. Pero eso es ahora. "A pesar de que el pantano está a 200 metros, tenemos el agua en casa desde hace sólo 10 años", cuenta el alcalde, Matías Martín (PSOE). El embalse, que arrasó la vida, ahora la trae en forma de clubes de vela y otras iniciativas turísticas. "El pueblo ha empezado a resucitar", asegura Matías. Él retornó al lugar desde Madrid (a 75 kilómetros) y ve con orgullo cómo otros capitalinos -una azafata, un profesor y una familia completa- también se han asentado en el pueblo.

El alcalde, convencido de que la única alternativa es el turismo, se ha puesto manos a la obra. Ha levantado un hotel y el Ayuntamiento promociona un cámping, un albergue y un club naútico.

En Horcajuelo de la Sierra (62 habitantes) piensan igual. "El pueblo ha progresado porque se ha cuidado. Tenemos una prosperidad ordenada", asegura Pedro González, el regidor de esta localidad, que conserva su arquitectura tradicional de piedra y madera. "Aquí no se hace una casa nueva por menos de 10 millones", asegura.

El optimismo de Horcajuelo o de Cervera contrasta con el silencio de Robledillo de la Jara."Aquí no hay agua", se lamentan. "Por no haber, no hay ni niños. Empadronaron a una, pero vive en Madrid. En vacaciones y festivos, la vida se anima un poco y hasta se llegan a usar las flamantes instalaciones deportivas".

Forma parte de la esquizofrenia habitual en la comarca: visitas en días feriados, vacío en los laborables. Un poco más allá, en Berzosa del Lozoya, el panorama es similar. Catalina, de 74 años, se ayuda con la garrota. "Suelo pasar el invierno con mis hijos en Madrid, pero, como desde el verano estoy esperando a que me llegue el turno para operarme de la cadera, no me atrevo a moverme de aquí", explica.

Esta mujer de toquilla va hacia la furgoneta del panadero, que entra pitando. "A todo tirar, vendo 500 barras entre todos los pueblos", explica el conductor, Jaime. Lleva 18 años recorriendo la zona. "Cada vez vendo menos. Hay menos gente, más mayor y come menos".

Catalina habla sin prisa y con nostalgia de los tiempos que pasaron. "La primera televisión la compró el Ayuntamiento. Veníamos corriendo de segar para ver torear al Cordobés". Ahora, casi todos tienen televisión en el pueblo, "pero casi nadie siega".

Si el progreso se midiera por la llegada de la tele, Puebla de la Sierra (75 habitantes, número que en invierno se reduce a la mitad) sería el colmo del atraso. "La primera la instalamos el año que murió Franco [1975]", recuerdan.

Pero la comparación no sirve: en Puebla se trabaja duro por la supervivencia. En este rincón frontera de Madrid, a 105 kilómetros de la capital, hasta se ha renovado la fragua, que tiene aprendiz. Los cuatro jóvenes que quedan en la localidad trabajan en la construcción de un mesón con ayudas públicas. Uno de ellos, Juan Carlos Bravo, de 23 años, confía en la iniciativa.

Ayudará para que el pueblo no se quede muerto", dice. Pero aún no sabe si se quedará para siempre ahí. "Soy delineante, pero de momento no he encontrado trabajo en Madrid", explica.Nuevas iniciativas

A pesar de todo hay quien se atreve a huir de Madrid para buscar una alternativa laboral en la comarca. Eso han hecho Pedro Rodríguez, de 40 años, y su socio Juan Antonio Ollero, de 41. Con subvenciones del Gobierno regional, créditos y esfuerzo han abierto un taller de coches en Gascones (98 habitantes). "Tenemos que dar muchos martillazos para pagar todo, pero estos pueblos, si tienen más ayuda, pueden tirar para delante", aseguran. Están dispuestos a contribuir. Han propuesto a la oficina de empleo de la que dependen (San Sebastián de los Reyes, a más de 40 kilómetros) organizar cursos de formación para los chavales de la comarca.

Elena, de 20 años, sabe bien lo que escasea la tarea en la zona. Vive en La Serna del Monte. "En Madrid tendría trabajo ya, pero no quiero irme", afirma. "Esto: está muerto. Como mucho, consigo ir a asistir a algún chalé en verano", añade su hermana Pili, que pasea con su niña pequeña. El bebé está escayolado para corregir una deficiencia de cadera. Para hacerle una radiografía tiene que bajar a Madrid, con lo que supone de tiempo y dinero.

Más retirado de la carretera de Burgos, en la linde con Guadalajara, La Hiruela (62 habitantes oficiales y la mitad reales) vive de su propia belleza. "Antes se pasaba mucha fatiga. Éramos más, pero la vida era más dura. Con la repoblación forestal hubo que quitar el ganado y los jóvenes emigraron", dice Ángel Serrano. Tiene 83 años y cuatro hijos fuera. Mata la soledad con la radio y "cuatro gallinas".

Con todo, La Hiruela tiene cura, don Ricardo, que anda por la edad de sus feligreses. "Ciertamente que digo más funerales que bautizos, pero la gente sigue naciendo o muriendo aquí o allá", sentencia.

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