La debutante Gracia Querejeta aporta un filme de sorprendente madurez
Una estación de paso es el primer largometraje dirigido por la española Gracia Querejeta, una cineasta a la que todavía le faltan años para alcanzar la treintena y cuya experiencia profesional se limita a tres pequeñas incursiones de aprendizaje. Por edad y por obras, esta joven directora estaba forzosamente, a la hora de iniciar Una estación de paso, en pañales; pero, a la hora de finalizarla, era una cineasta de sorprendente madurez, que la convierte en el gran hallazgo de esta edición de la Seminci.
Hija de un productor de cine, Gracia Querejeta ha vivido su oficio desde mucho tiempo antes de ejercerlo. Debe de llevar una buena dosis de celuloide en la sangre y ella misma abona esta idea con chocante naturalidad, al afirmar que "no tiene la sensación de estar empezando", cuando los grandes veteranos de su oficio suelen decir todo lo contrario. Por ejemplo, Ingmar Bergman: "Siempre que comienzo una película tengo la sensación de que es la primera que hago".Esta candorosa -y peligrosa, porque facilita el tropezón- actitud de seguridad en sí misma es tal vez el único rasgo de aficionada que se le escapa a esta sorprendente cineasta novata, capaz de ordenar sin un solo titubeo el complejísimo entrelazado de conductas, tiempos, ritmos e imágenes sobre el que discurre Una estación de paso, filme bellísimo, delicado, frágil y de gran emotividad contagiosa, que le hace ser una película que con simplicidad formal encubre contenidos poéticos complejos, pues despierta sin sensación de esfuerzo la solidaridad sentimental, ese estupor apenas perceptible que precede a una lágrima que no llega a derramarse: lo que llamamos una película conmovedora.
Nace en Una estación de paso una cineasta de fuste, poseedora precoz de un lenguaje propio y que, apoyada en un guión magistral, logra estar con la cámara a la altura de la escritura, convirtiendo -a la manera de Anton Chejov- el cotidiano "no pasa nada" en un suceso mayor, en una explosión de acciones ocultas, subterráneas: esas otras películas invisibles que se entreven siempre por debajo de las grandes películas evidentes.
Asistimos al tránsito, sutilmente ritualizado, de un muchacho desde la niñez a la juventud. Es decir, asistimos a la dolorosa construcción de una identidad y al optimismo -es una película que afirma, que nos hace solidarios de la gente que hay en ella y ésto es signo de cine adulto- que emerge de este dolor cuando finalmente se hace crecimiento y provoca la aceptación por el muchacho protagonista del lugar que le ha tocado en el mundo.
Película -otro signo de cine adulto- imposible de contar; ni su propia directora sabe hacerlo. De esta manera la balbucea Gracia Querejeta: "Es una historia entrecruzada, por la que pasan distintos personajes. Es como un rompecabezas, poco a poco se va recomponiendo. Es la historia de una mentira familiar que descubre un chaval adolescente. Hay situaciones de comedia, pero no es una comedia. Cuenta algo dramático, pero sin tratarlo con dramatismo. Para mí tiene un final muy optimista".
Día grande ayer en la Seminci. El cine español cuenta con una nueva, luminosa y poderosa voz, que no sabe explicarse más que con la mirada: el sello del verdadero cineasta.
Babelia
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