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Clinton y su política exterior

El mundo se ha dado cuenta ya de que Bill Clinton no es ningún provinciano -no fueron tantos los estadounidenses que visitaron Moscú allá en 1969. No obstante, su campaña electoral sí debe parecer a los europeos un tanto provinciana: son contadas las ocasiones en que sus discursos hacen referencia a temas internacionales.Fue, sin duda, la guerra fría la que situó la política exterior en un lugar preferente en las carreras electorales hacia la Casa Blanca, y la actual elección es la primera desde 1948 en la que los contendientes no se pueden acusar uno al otro de ser demasiado débiles -o demasiado agresivos- en su trato con la Unión Soviética. Pero con una recesión económica en marcha y un dólar por los suelos en relación al yen, Japón sigue exportando mucho más a Estados Unidos de lo que importa: de hecho, Japón está exportando su desempleo. Esto, es lógico pensarlo, podría haberse convertido en uno de los temas centrales de la campaña contra George Bush, cuya visita a Japón el pasado enero constituyó un embarazoso desastre y sin duda fracasó en su intento de reducir las numerosas barreras japonesas, extraoficiales y oficiales, a la importación. No obstante, Clinton apenas ha hecho mención de Japón.

Tampoco es ya cierto que Clinton tenga buenas razones para evitar adentrarse en el campo de la política exterior a causa de las excelentes credenciales de su contrincante como embajador ante las Naciones Unidas y en Pekín, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) e indiscutible protagonista de la guerra del Golfo en 1991. A estas alturas, debido al escándalo de la Banca Nazionale del Lavoro, el apoyo financiero de la Administración de Bush a Irak justo hasta la invasión de Kuwait, en agosto de 1990, ha quedado en evidencia y arroja serias dudas sobre su competencia. Y, por supuesto, Sadam Husein se mantiene firmemente anclado en Bagdad, minando la pretensión de Bush de que se ha alzado con una espléndida victoria. En cuanto a la política de Bush hacia China, tanto por las violaciones de derechos humanos como por el amplio desequilibrio comercial, es algo que el presidente debe defender en vez de exhibir como prueba de su habilidad.

La verdadera razón de que la política exterior brille por su ausencia en la campaña de Clinton quedó en evidencia durante el primer debate presidencial, el 11 de octubre: el contrincante comulga casi por completo con Bush en los temas de actualidad. Ambos afirman que la Rusia de Borís Yeltsin merece un total apoyo político -el enorme déficit federal descarta la concesión de una ayuda económica significativa. Asimismo, con la excepción de algunas reservas menores, Clinton también apoya el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá. Y por encima de todo, en el tema estrella por excelencia, el papel global de Estados Unidos en la posguerra fría, los contendientes también están de acuerdo a pesar de todos sus intentos por demostrar lo contrario. Ambos afirman que Estados Unidos debe seguir actuando como líder y velador de la OTAN -difieren tan sólo en si 100.000 soldados bastan para ello o tendrían que ser 150.000-, pero, evidentemente, este papel no presenta ninguna dificultad ahora que la Unión Soviética ha dejado de existir.

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Cuando se llega a la más peliaguda misión de garantizar el orden mundial con fuerzas norteamericanas, Clinton y Bush vuelven a mostrarse de acuerdo: enfrentados a la crisis de Bosnia -un caso de agresión flagrante-, ambos están totalmente a favor de no intervenir. A pesar de todo lo que se diga en contra, el síndrome de Vietnam está omnipresente. De hecho, fue el presidente Bush el que, durante el debate, invocó la experiencia de Vietnam en relación a Bosnia, mientras que Ross Perot esgrimió el populismo al recordarle a todo el mundo que serían los "hijos e hijas de los trabajadores" los que tendrían que luchar y morir en Bosnia.

Sin nada sustancial que criticar y ninguna política alternativa sustancial que ofrecer, el minimalismo de la política exterior de Clinton no sólo es prudente, sino inevitable. Preocupados tanto por la actual recesión como por los profundos temores que suscita el declive económico, los norteamericanos sintonizan bastante bien con un candidato que se concentra casi exclusivamente en temas domésticos.

Son muy pocos los estadounidenses aislacionistas, pero muchos creen que Estados Unidos debe actuar menos allende sus fronteras y concentrarse más en reparar su economía y la mayoría de la gente que sigue estos temas está convencida de que deben ser los europeos, y no los norteamericanos, los que deben intervenir para mantener la paz en Europa, sea en Bosnia hoy o en Kosovo mañana. A todos ellos, Clinton les ofrece más garantías, ya que Bush apenas consigue convencer cuando desempeña el papel de antiintervencionista. Exactamente por la misma razón, es lógico que en el extranjero se prefiera a Bush en un momento de creciente desorden internacional.

es director de Geoeconomía en el Instituto de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington.

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