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"¿Quiere usted probar un Kalashnikov?"

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALEl mercado de armas de Dara, a 80 kilómetros al sur de Peshawar, acusa la ofensiva final en la guerra de Afganistán. La munición de grueso calibre empieza a escasear en esta población donde las ametralladoras antiaéreas, los lanzagranadas o las pistolas españolas se venden como si fueran barras de pan. "Los guerrilleros afganos que nos vendían parte de las municiones incautadas a las tropas soviéticas y posteriomente a las del régimen de Kabul vienen menos y reservan ahora todo el material para los combates", explica uno de los comerciantes.

Los niños juegan con revólveres de verdad en la calle mayor de Dara, en la que algunos de sus minúsculos estancos expenden caramelos de menta, cigarrillos, opio y hachís en cantidades suficientes como para alegrar el ánimo de un batallón.

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"Huela, huela. Es de primera calidad". El dueño del local me acerca solícito un mendrugo verde mientras un barbudo parroquiano con arma larga en bandolera adquiere varias toneladas de tabaco de mascar. No parece haber controles gubernamentales en esta pequeña ciudad que vive del suministro de ingenios bélicos a varios de los movimientos rebeldes del sur de Asia y que vende a quien pueda pagarlo un Kaláshnikov por 50.000 pesetas o una batería antiaérea por 100.000.

El recrudecimiento de la guerra de Afganistán, sin embargo, y el paralelo incremento de los depósitos guerrilleros de armas en esta frontera noroccidental de Pakistán alarmaron a las autoridades, que recientemente han ocupado arsenales en Pabe y Chirad, cerca de Peshawar, y han cortado vías de contrabando de los grupos más reacios a la intervención de la ONU.

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Mercado negro

El acuerdo entre Washington y Moscú de cesar la ayuda militar a sus respectivos aliados devolvió una cierta importancia al mercado negro de Dara y se activó el contrabando a través de las montañas. Cuando la guerrilla afgana necesita dinero vende aquí pertrechos tomados a las tropas del Gobierno de Kabul en retirada, según un paquistaní con amigos entre los mercaderes.

En este surrealista bazar, entre cajas de té y detonaciones, la pistola española Star de 9 y 7,63 milímetros, fabricada en Eibar, se cotiza de entrada a unas 50.000 pesetas. Las armerías ofrecen un variado surtido de minas, escopetas, bayonetas británicas, metralletas norteamericanas, bombas de fragmentación chinas y modernos subfusiles israelíes.

El propietario de uno de los establecimientos demuestra con sospechoso entusiasmo cómo funciona una refinada guadaña afgana de rebanar pescuezos, plegable y con cachas doradas, que no pasa de las 1.000 pesetas, y un bolígrafo pistola modelo James Bond que se vende por 500. "¿Quiere usted probar?".

En la ladera de una montaña dispara los cargadores del Kaláshnikov entre imaginarias fuerzas del mal. Primero cuerpo a cuerpo y tiro a tiro, después de pie, en jarras y totalmente enajenado, el periodista acaba a ráfagas con varios peines de munición. Con el hombro molido y sudando a chorros, la locura termina subido en una batería antiaérea y activando unas granadas. "Son 3.000 rupias (unas 10.000 pesetas), señor".

Una pequeña fábrica con anticuados tornos y fresadoras se ocupa de atender las solicitudes especiales, y uno de sus encargados reconoce que apenas disponen de medios para modernizar las instalaciones.

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