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Tribuna
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Tiempos tristes

Cuando un edil conservador pone en práctica un bando por el que se amenaza con sanción inminente a quien consuma droga en la vía pública, y lo vemos en imágenes vivas, con su correspondiente voz, filmado en el lugar del hecho, señor toxicómano, por orden del alcalde, haga usted el favor de pagar la presente multa.Cuando un presidente del mismo partido propone meter en casa a unas horas determinadas a la basca adicta para que ésta circule el tiempo prescrito y el resto quede bajo control, con el fin de dejar la calle libre de despeinados peligrosos, y nos viene a la memoria aquella antiquísima disposición del fuero de Brihuega, donde se legislaba que el lunes y el miércoles el baño local fuera de los varones; el martes y el miércoles, de las mujeres, y el viernes, de los judíos, y que si en el día de los varones alguna dama tenía a bien bañarse, o viceversa, el intruso debía pagar 10 maravedíes (imagínese usted una ciudad partida por jornadas: jornada de currantes, con sus calles correspondientes al amanecer, luego jornadas y calles para emigrantes con documentación, y al filo de la zona, un paso de cebra para gitanos, moros y toxicómanos, siempre que sea hora discreta como para que los municipales cumplan con el bando y lo doblen incluso si el baldado se equivoca de hora, o de paso, y no va enderezado suficientemente). Y cuando un ministro del Interior consigue que se apruebe una ley de seguridad ciudadana que no respeta ni la seguridad ni el interior de las personas y ha provocado una manifestación de cabreo, y enseguida, un diputado del mismo partido que hizo derecho y ejerció de humano tacha a muchos de los manifestantes de consumidores y desacreditados, es que algo no casa.

Si los municipales penalizaron a los golosos toxicómanos y el presidente conservador los quería encerrados en la casa, ahora sabemos por qué, para esperar la ley ministerial. Pues si el alcalde pretendía acosar .al transeúnte desvariado, y el presidente conservador se descubrió con veleidades de custodio y portero, ¿por qué no ya dejar que el ministro asigne enciclopedia y el diputado rice el rizo con la consumición, y en este desvarío, los hinchas de los barrios cacen payos tambaleantes, árabes sospechosos y gitanos?

No se habla, claro, de otras drogas causantes de numerosas muertes, como es el alcohol, o del tabaco mismo, ni del ejercicio visceral del poder o la fuerza, la más dura de cuantas drogas nos gobiernan, ni se sugiere la precautoria legalización de la droga que elimine el elevado número de muertes por adulteración que se apuntan los traficantes homicidas -aunque, seguramente, una distribución controlada a los enfermos, en los hospitales, acabaría antes con el tráfico que la llamada Ley de Seguridad-. Ha sido imposible que los parlamentarios conversaran con mesura de las víctimas de la droga y su posible integración, como debería ser prioridad de un Gobierno que nos pone delante, en cambio, las medidas de amenaza a las de información y prevención, las propuestas de penalización a las de cura, las medidas de marginación a las de comprensión y de justicia, ante una oposición conservadora más partidaria de aplicar estatutos de limpieza de sangre que de llamar a los valores que siempre ha esgrimido -la caridad o la piedad- y que, hoy por hoy, por revolucionarios, rehúye.

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Entretenidos en la disputa por quién te manda a casa la policía, unos y otros han compartido el sentimiento de impiedad que caracteriza a estos tristes e insolidarios tiempos y que caracterizarían a los que vienen si algo no lo remedia.

Fanny Rubio es escritora.

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