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Tribuna
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Sobreahorro

Existe en las amas de casa más sensatas y ecónomas una vieja y utilísima práctica financiera: los escasos recursos familiares son guardados en varios sobres, cuyo contenido se extrae a medida que se concreta la necesidad escrita a lápiz en la rúbrica (el lápiz se utiliza porque la carne es débil y, en ocasiones, el ama de casa cede a la tentación de transgredir la finalidad del envoltorio: por ejemplo, donde pone "médicos", puede añadirse "y cena con Manolo esta noche"). Se trata generalmente de gastos de los que llamamos "extraordinarios". Lo cierto es que de extraordinarios no tienen más que el hecho de caer fuera de los dispendios comunes de "casa", "comida" y fruslerías por el estilo. Hay que ser muy imaginativo para considerar fuera de lo común cosas tales como "vacaciones", "ropa de los niños", "regalos de Navidad" y "farmacia". Como si no tuviera uno que comprar aspirina o tintura de yodo más que una vez cada 20 o 30 años.Los sobres son útiles para el ahorro, y, si se tiene la indispensable disciplina para resistir la tentación de abrirlos y sisar de ellos para un cine o para una corbata, cumplen su cometido con puntualidad.

De todos modos, no dan de sí para casi nada. Yo, por ejemplo, tengo un sobre preferido que se llama "varios", una especie de cajón de sastre que está casi siempre vacío y del que tiro para hacer subsobres con los que enfrentarme moralmente a los grandes problemas nacionales. Cada vez que el ministro de Economía anuncia la cuenta de resultados de Renfe o de Iberia, empiezo un sobre nuevo, porque sé que la cosa se va a subvencionar con mi magro estipendio. Igual ocurre con el arreglo del gas ciudad o el hecho de que tengamos, al decir de algún ministro, el teléfono casi gratis. Con tanta responsabilidad compartida, mis sobres no dan ni para un gasto extraordinario.

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