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La fascinacion del caos

La vida, como apuntó el viejo Heráclito, nace del conflicto, y el primer conflicto de todos es el de orden contra caos. En la magna paradoja cósmica, uno necesita del otro para existir.Desde la Grecia clásica, la ciencia se ha venido orientando. al descubrimiento de elementos estables, ya sea el agua, como proponía Tales, el fuego, ya sean moléculas o los átomos de Demócrito. Pero, como sabemos, uno de los descubrimientos más fascinantes de nuestro siglo es que las partículas elementales suelen ser inestables. Weinberg pronunció una conferencia sobre este tema a principios de los setenta en la Universidad de Stanford que levantó ampollas. La tituló El final de todo, lo que, en mi opinión, si bien era excesivamente pesimista, no cabe duda de que supuso un duro golpe para la ancestral idea de la estabilidad de la materia.

Nos hemos dedicado a buscar esquemas generales, globales, a los que pudieran aplicarse definiciones axiomáticas inmutables, y lo único que se ha logrado en todos los campos ha sido encontrar tiempo, acontecimientos y fenómenos en evolución. La lucha contra la entropía, la generación de un orden a expensas del entorno, es la pescadilla que se muerde la cola, que lleva a todos los seres vivos a convertir su existencia en la búsqueda de la energía esparcida en un universo en evolución. Han cambiado tanto nuestros conceptos que considero perfectamente viable hasta una nueva concepción de la historia de la ciencia. En lugar de la definición tradicional compendiada en la tríada Newton- Maxwell-Einstein, podemos describir la historia de la ciencia paralelamente a la difusión del concepto tiempo a partir de las humanidades, primero en biología y luego en fisica y química. Podríamos retrotraerlo a la época del renacimiento, en que Occidente entró en contacto con otras civilizaciones en distintos estadios de desarrollo.

Sin ir más lejos, la guerra del Golfo nos ha mostrado cómo en un mismo tiempo coexisten tiempos distintos, evidenciados por lenguajes y valores diferentes, cuando no divergentes. Según la teoría de las catástrofes, una guerra, que es un caso particular y enorme de crisis, representa un proceso de reajuste para un sistema que ha salido del equilibrio o que tiene necesidad de crecer. Las catástrofes no sólo son negativas -éste sería el fondo del mensaje de Prigogine y Thom: la aparición de orden en medio del caos-, sino que resultan necesarias, a veces imprescindibles, para generar un orden nuevo que antes no existía. El caso es que en la guerra del Golfo no está claro por el momento qué orden emergerá de la catástrofe aún presente.

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El tiempo en las sociedades humanas aparece como elemento fundamental en Condorcet y Malthus. De allí a Darwin no es muy largo el camino, y más tarde, en física, queda vinculado a la cosmología moderna y, lógicamente, a los nombres de Hubble y Einstein. Buscábamos constancia y no la hallamos. También buscábamos simetría, pero nos olvidamos que una característica natural de la evolución es que tiende a destruirla. Los conceptos de ley y de orden no se pueden ya considerar inamovibles, y, como sugiere Prigogine, hay que investigar el mecanismo generador de leyes, de orden, a partir del desorden, del caos. De momento, nos resulta mucho más fácil el estudio del caos: nuestro tiempo ofrece un divinamente grotesco material empírico.

La teoría del caos, según la definición de R. V. Jensen, de la Universidad de Yale, se ocupa del comportamiento irregular e imprevisible de sistemas dinámicos deterministas no lineales. En otras palabras, el comportamiento recurrente y en apariencia debido al azar en un sistema determinista simple, donde la dinámica está libre al fin de las cadenas de orden y predecibilidad. Actualmente es uno de los campos de investigación que se extienden con mayor rapidez, y en el que matemáticos, fisicos, ecólogos, psicólogos y filósofos ofrecen con sus contribuciones una estimulante variedad de opciones, imprescindibles para entender las últimas décadas de este siglo.

Se cuenta sobre Werner Heinsenberg, teórico de los cuanta, que en el lecho de muerte murmuró que preguntaría dos cosas a Dios: por qué la relatividad y por qué la turbulencia. "Creo que tendré una contestación para la primera pregunta", dijo. Pues está visto que aquí abajo, la mayor parte de sus representantes, además de ignorar esta cuestión o enviar al Tercer Mundo a quienes inteligentemente la plantean, se empeñan tercamente en echar más leña al fuego. El ejemplo ya está manido a estas alturas, pero no me corto al traerlo aquí a colación: por si no fuera bastante caótico el "póntelo, pónselo", se encargan de aumentar la antropía con el "propóntelo, propónselo", en una guerra semántica que deja al usuario perplejo. Se sigue funcionando con los principios fisicos aristotélicos que defienden que el mundo está intrínsecamente ordenado, que no hay problemas de organización, ya que una inteligencia, llamémosla suprema, vela por su orden. La disidencia contra esta supuesta certeza ha generado, dicen, el nuevo orden-caótico-de las cosas, que ha arrasado no sólo con ciertas costumbres y creencias religiosas, sino que se ha extrapolado al arte, al urbanismo, la imagen o la información.

La eternidad pretendida por el que se siente artista está abocada a un encanto efímero. Los galeristas e intermediarios tiemblan, con razón, ante un quizá cercano martes negro que reduciría en más del 90% el valor de sus almacenes (tengamos en cuenta que en una de las últimas subastas de la Sotheby's en Nueva York, la mayor parte de los cuadros de Warhol y otros popes de este siglo no se vendieron o se vendieron muy mal). También los arquitectos heavy metal están de capa caída: la revista Progressive Architecture ya no premia pastiches de columnas, capiteles y cornisas. Pero rmentras tanto, los urbanistas nos hunden en el ruido y la polución en medio de edificios nada entrañables, en el mejor de los casos rodeados de plazas duras, que llenan las ciudades de ironía semiológica, referentes y polisemia de significantes. Los poetas y trovadores & moda cantan las excelencias del asfalto y rinden sus sonetos y composiciones minimalistas a un decadente y hastiado posmodernismo. El intelectual ya no se mantiene absorto en su ilustre cueva crítica: prefiere rendirse a una rápida virtualidad televisiva.

Desde luego que contamos con mucha más información, información más veraz, pero yo

me pregunto si es igual de veraz su significado. Tengamos en cuenta que todo lenguaje crea una realidad, una visión del mundo particular y relativa. Por tanto, jamás sabremos

cómo es verdaderamente la realidad, aunque ya seamos capaces de tener una guerra con

imágenes al por mayor. Quizá todo esto sea simplemente una estrategia que ayuda a crearnos una mayor ilusión de control. Se habla de sistemas organizados en niveles jerárquicos, de casualidad circular entre niveles, de autorreferencia de bucles recursivos, de autocontrol. En fin, de autoorganización o de programas que se programan a sí mismos, aunque aún no se sabe cómo. Por ello, cuando se dice que del caos nace orden se está tratando uno de los aspectos fundamentales, quizá el más crucial. Pero, sea como fuere, éste no surge al azar, del deseo de Alá o de las caceroladas por la paz. Ni de las reuniones hechas deprisa cuando el peligro es inminente y el gas se expansiona en el vacío. Ni tampoco de las quejas seudomorales por el tambalear de las estructuras, por la relatividad de las cosas. Cuando la suerte está echada, está echada.

Decía Karl Popper que la realidad del tiempo y del cambio le parecían la clave del realismo. Asumir el caos de los tiempos y el cambio que de éste se genera es la única estrategia posible. Y además tiene su propia fascinación. La fascinación de Thanatos tal y como la describió Leonardo da Vinci en sus cuadernos de notas: "Considera ahora la esperanza y el deseo de repatriarte y retornar. al caos primigenio, que es como la atracción del mosquito a la luz, y que el hombre que espera gozoso cada nueva primavera no se percata de que desea su propia destrucción. Porque este deseo es la misma quintaesencia del espíritu de los elementos, inseparable de su naturaleza, que les impulsa a retornar del cuerpo humano a su Creador. Y el hombre es el modelo del mundo". Yo diría que el hombre, ese modelo del mundo, es caótico. Todo sistema humano es una caja negra, podemos examinar su input sólo observando su output, y su razón de cambio es un acontecimiento totalmente fortuito, imprevisible.

Elena F. L. Ochoa es profesora titular de Psicopatología de la Universidad Complutense.

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