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La huelga general derriba al Gobierno búlgaro

El Gobierno búlgaro del primer ministro Andrei Lukanov anunció ayer su dimisión por la huelga general convocada por los sindicatos de la oposición, Podkrepa, que logró ayer extenderse a los sectores claves de la economía búlgara. El jefe del Estado, Jelo Jelev, y el propio Lukanov manifestaron ayer que hoy podría formarse un Gobierno interino hasta unas próximas elecciones generales. Lukanov había derrotado el viernes una noción de censura en su contra.

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Lukanov dijo anteayer que no dimitiría bajo la presión de la calle. Quizá ya hoy, un independiente formará el Gobierno de transición. Con la nuevas movilizaciones antigubernamentales y la adhesión a la huelga de controladores aéreos, mineros y obreros de factorías decisivas para la protesta como la Petroquímica de la ciudad de Burgas, el hundimiento del Gobierno monocolor del ex comunista Partido Socialista Búlgaro (PSB) es inminente. La presión de una población hundida en una creciente miseria rompió ayer las fuertes resistencias del aparato comunista reconvertido.No hay queso ni mantequilla. No hay cebollas, ni ajos, ni aspirinas, ni gasolina. Cada dos horas cortan la electricidad y toda la ciudad se sume durante otras dos en la oscuridad. En las casas, sin luz, sin televisión, sin radio, porque no hay pilas, la gente se hunde en la desesperación en este largo invierno que acaba de comenzar en Bulgaria.

"¿Qué otro remedio nos queda que salir a la calle a levantar la voz con nuestras bocas hambrientas?", se han preguntado los búlgaros. Desde el lunes están en la calle. Muchos depositan su última esperanza en el zar Simeón, que vive en el exilio madrileño.

Los búlgaros hoy adultos han vivido algunas de las más duras pruebas que la historia de este siglo ha impuesto a las gentes en Europa central y oriental. El partido comunista se impuso en la incipiente sociedad urbana búlgara tras la 11 Guerra Mundial con una crueldad que parecía querer igualar la desplegada durante siglos por Ios ocupantes otomanos. Siguieron 45 años de oscurantismo, represión, corrupción e intriga.

Caído el 9 de noviembre de 1989 el dictador Todor Yivkov, que había gobernado durante 34 años como un pequeño déspota balcánico, los búlgaros creyeron que había llegado su hora de entrar en un proceso de transición hacia la democracia y Europa. Sin embargo, el año transcurrido desde entonces demuestra que el difícil camino hacia la democracia en Europa central, aquí, en las profundidades de los Balcanes, se antoja en ocasiones imposible.

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Los intentos de ciertos comunistas de hacer su propia revolución desde arriba, liquidando a los líderes más comprometidas con el embrutecido régimen de Yivkov han fracasado. Los líderes con formaci6n e ideas que podían combinar transición con reconciliaci5n, Andréi Lukanov a su cabeza, se han consumido, prisioneros de un aparato comunista intacto, irredento y reaccionario.

Ya se anuncian cortes de electricidad más largos. El automovilista tiene derecho a 30 litros de gasolina, si la hay, y tras horas de espera en uno de lo3 surtidores que aún funcionan. El precio de la patata ha subido un 800% en meses.

La pequeña Bulgaria quiso ser alumno aventajado en la sovietización. Su dependencia de la URSS y de otros países socialistas, el celo de Yivkov en liquidar la agricultura privada, la falta de formación técnica y humana de una sociedad mucho más aislada de Occidente que otras en el Este, y finalmente el alma balcánica, todos son factores que los búlgaros pagan ya muy caro.

El primer ministro Lukanov no podía aplicar sus planes de reformas tan necesarias como inviables, con el poder intacto del partido, que se despojó del incómodo adjetivo de "comunista" pero mantiene una identidad netamente bolchevique.

Tanto sufrimiento y privación en aras de un bienestar futuro, y hoy los búlgaros ven a su5, nietos pegándose en aglomeraciones por ganar un puesto en la cola para comprar unos zapatos asequibles. La rabia rezuma y muchos pueden estar contentos con que el búlgaro sea mas pacífico que sus vecinos. "Si fueran serbios o rumanos, aquí ya habría corrido la sangre", advierten residentes extranjeros.

"Qué puedo hacer sino salir a buscar algo que llevar a casa para mi marido y mis hijos y llorar" dice, entre lágrimas una mujer en la cola. Horas de espera para comprar productos que llegado su turno se habían agotado.

Nadie paga por los 40 años de iniquidad, crimen y corrupción. Yivkov está bajo arresto domiciliario. Pocos creen que llegue a ser juzgado. Ha amenazado con revelar asuntos que sus camaradas quieren olvidar. La falta de vergüenza de aquellos que han arrastrado al país a la ruina Indigna tanto como el desparpajo en sus negocios.

"Comunistas-mafia" se escucha y lee por las calles de Sofía. "¿Por qué no podemos liquidar el comunismo como otros pueblos de Europa oriental? ¿por qué es aquí tan correoso?", se pregunta Robert Levy, del comité de huelga de la Universidad.

La sociedad está en el umbral del enfrentamiento civil; el Gobierno, prisionero del pasado; la oposición, presa de la inmadurez y ambición personal; el Estado, en bancarrota; la economía, por los suelos; la agricultura, destrozada. Muchos solo piensan en emigrar. "Aquí pronto no habrá nada que comer. Hambre, rabia y ningún futuro".

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