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Reportaje:LOS SIETE PECADOS CAPITALES / TRANSPORTE

Tan cerca, tan lejos

Viviendo a 15 kilómetros de Madrid hay quien pierde tres horas al día en ir y regresar a su casa

Luz Sánchez-Mellado

Impotencia, incredulidad e indignación. Los que trabajan en Madrid y viven en sus alrededores no pueden escapar de la maldición de las tres íes. "Impotencia porque si boicoteamos el transporte sufrimos sus consecuencias; incredulidad porque es difícil asumir que se tarde más de una hora para cubrir 15 kilómetros e indignación porque es lo que sientes cuando llevas media hora esperando un tren o un autobús y nadie informa de la causa del retraso". Ramón Sánchez y José Pedreño, residentes en Alcobendas y Zarzaquemada no se conocen, pero podrían hablar durante horas de sus desventuras en los medios de transporte del cinturón de Madrid.

Pretender llegar a las ocho de la mañana desde Alcobendas a la plaza de Castilla en el tiempo que dicta la razón humana para un itinerario motorizado de 13 kilómetros es, para muchos, utópico. Los que conocen el percal y saben el caos que se forma diariamente en la carretera de Burgos a las horas punta del inicio y el final de la jornada laboral, se curan en salud y se levantan una hora antes de lo que, sobre el papel, sería necesario para no tener problemas con el reloj de fichar.Ramón Sánchez es uno de estos avisados. "Qué remedio me queda, después de muchos días de llegar tarde, la excusa de que el autobús vino con retraso o que había atasco en la carretera ya no sirve para nada", explica.

A la caza del asiento

Este empleado afirma que renunciaría gustoso a esos minutos de sueño si prescindir de ellos significara viajar echando una cabezadita cómodamente instalado en el autobús. "Lejos de ello", dice, "el trayecto a plaza de Castilla se convierte en un infierno, viajando codo con codo con docenas de personas que, corno yo, no han pillado un asiento libre".

Sin embargo Sánchez se siente afortunado. Su centro de trabajo, a escasos metros de la plaza de Castilla, le exime de tener que tomar el metro o el autobús después de bajarse del interurbano que le trae desde Alcobendas "Otros muchos tardan otros buenos tres cuartos de hora en aterrizar en su oficina, en la otra punta de la ciudad, haciendo varios transbordos de metro o desesperantes combinaciones autobús-metro-autobús".

Después de participar este invierno en varias acciones de protesta para conseguir más autobuses a las horas punta, Sánchez se queja de que todo sigue igual "y sin la posibilidad de poder optar por el tren, ya que, a pesar de que estaba previsto en el Plan de Cercanías de 1973, que el ferrocarril llegara hasta Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, todavía estamos esperando que Renfe acometa este proyecto".

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Algo parecido le ocurre a José Pedreño, empleado de Iberia en la madrileña calle de Velázquez, y residente en el barrio de Zarzaquemada, en Leganés. Todavía recuerda la decisión espontánea de un copioso número de usuarios que, el pasado enero, en la llamada "estación de la pulmonía" de Zarzaquemada, decidió cortar el tráfico ferroviario en protesta por los continuos retrasos.

"Después de aquello, conseguimos que Renfe aumentara el servicio y respetase más o menos la frecuencia de cinco o siete minutos en horas punta, y ahora el tiempo que se invierte en llegar en tren hasta Madrid es tolerable, pero el espejismo puede romperse en cuanto vuelvan los que ahora no utilizan los vagones y nos dejan su espacio libre", dice Pedreño.

Sánchez y Pedreño son concluyentes. "Lo más frustrante es pensar que cuando sales de tu casa por la mañana no te esperan ocho horas de trabajo sino una interminable jornada viajero-laboral de 11 o 12 horas".

Largo me lo fiáis

El pasado invierno y la reciente primavera fueron dos estaciones calientes para el transporte público madrileño. Los usuarios de estos medios, sobre todo los viajeros de los trenes de cercanías, se harta ron de soportar retrasos y de viajar hacinados y se tomaron la justicia por su mano. Trenes incendiados, vías asalta das, y sabotajes en los vagones se convirtieron en rutina informativa.Pasadas las huelgas de Metro, Renfe, autobuses interurbanos y el más largo paro de la EMT, y apaciguados los ánimos de los viajeros ferroviarios con refuerzos coyunturales en las líneas más conflictivas, el transporte público se halla este verano sumergido en una balsa de aceite.

Sin embargo, la vuelta al trabajo está al llegar, y con ella la resurrección de los problemas, al menos hasta que se comiencen a sentir los primeros efectos del famoso plan Felipe. Los 563.000 millones de este convenio entre el Estado y el Consorcio de Transporte pretenden solucionar, en cuatro años, los problemas estructurales del transporte madrileño -más trenes, llegada del ferrocarril a San Sebastián de los Reyes y Alcobendas, finalización de las vías de circunvalación y mejora de los accesos por carretera y ampliación de varias líneas de Metro- y hacer más fácil llegar a la capital desde su corona metropolitana. Sin embargo, los usuarios son escépticos. "Largo me lo fiáis", responden a las promesas de inversiones faraónicas de la Administración.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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