_
_
_
_
Tribuna:EL FOLLETÍN DE EDUARDO MENDOZA / 11
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sin noticias de Gurb

Día 18 (continuación)15.00 Regreso a casa. En la puerta del ascensor hay un letrero que dice: "No funciona". Se refiere sin duda al ascensor. Decido subir a pie.

15.02 Al pasar frente a la puerta del piso de mi vecina me detengo. En el interior suenan voces. Desmonto el timbre, me introduzco el cable eléctrico en las orejas y escucho. ¡Es ella! Al parecer, su hijo se muestra remiso a ingerir un plato de verdura. Ella le insta a comer diciéndole que si no come no crecerá ni será fuerte como Supermán; por si estos argumentos no bastan, añade que si no se traga toda la coliflor en menos de cinco minutos le partirá los dientes con el taburete de la cocina. Me avergüenzo de hollar de este modo la intimidad de su hogar, dejo los cables colgando de la caja y continúo subiendo las escaleras.

15.15 Me como los 10 kilogramos de churros que he comprado. Me gustan tanto que, acabado el último, me como también el papel aceitado que los envolvía.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

16.00 Tendido en la cama y con la vista clavada en el techo, del que cuelgan varias arañas grandes como melones, pienso en mi vecina. Por más que me devano los sesos (que no tengo), no doy con la forma idónea de abordarla. Llamar a su puerta e invitarla a cenar no me parece prudente ni oportuno. Tal vez la invitación debería ir precedida de un obsequio. En ningún caso debo enviarle dinero, pero, si a pesar de todo decidiera enviárselo, mejor en billetes de banco que en monedas. Las joyas presuponen una relación más formal. Un perfume es un regalo delicado, pero muy personal; se corre el riesgo de no acertar el gusto de la persona a la que se desea obsequiar. Laxantes, emulsivos, apósitos, vermicidas, antirreumáticos y demás productos farmacéuticos, excluidos. Es muy probable que le gusten las flores y los animales domésticos. Podría enviarle una rosa y dos docenas de dobermans.

17.20 Me asalta el temor de que mi vecina tome cualquier regalo procedente de mí como un atrevimiento. Intento exterminar las arañas con Cucal.

17.45 Necesito ropa. Salgo a la calle. Me compro unas bermudas. Me darían un aspecto desenfadado si no salieran por debajo las perneras de los calzoncillos de felpa, pero la verdad es que no puedo prescindir de ellos, pues, aunque el clima es casi veraniego (y con tendencia a un ligero aumento de las temperaturas), mi metabolismo se adapta mal al cuerpo humano. Tengo siempre los pies helados, al igual que las pantorrillas y los muslos; las rodillas, en cambio, me bullen, y lo mismo me sucede con uno de los glúteos (con el otro, no); y así sucesivamente. Lo peor es la cabeza, quizá debido a la intensa actividad intelectual a que la someto de continuo. Su temperatura sobrepasa a veces los 150 grados centígrados. Para paliar este calor, llevo siempre un sombrero de copa, cuyo interior voy rellenando con cubitos de hielo que compro en las gasolineras, pero el remedio, por desgracia, es pasajero. En seguida el hielo se licúa, el agua hierve y la chistera sale despedida con tal potencia que las primeras que tuve aún siguen en el aire (ahora ha mejorado el sistema sujetando el ala de la chistera al cuello de la camisa con una goma resistente). También me he comprado tres camisas de manga corta (azul cobalto, amarilla, granate), unos mocasines de ante para llevar sin calcetines y un traje de baño floreado con que me han asegurado que me haré el amo de todas las piscinas. Que Dios les oiga.

19.00 De vuelta a casa, me quedo pensando frente a la televisión. Urdo un plan para trabar contacto con mi vecina sin despertar sus sospechas respecto de mis intenciones. Ensayo frente al espejo.

20.30 Voy a casa de mi vecina, llamo quedamente a su puerta con los nudillos, me abre mí vecina en persona. Me disculpo por importunarla a estas horas y le digo (pero es mentira) que a medio cocinar me he dado cuenta de que no tengo ni un grano de arroz. ¿Tendría ella la amabilidad de prestarme una tacita de arroz, añado, que le devolveré sin falta mañana por la mañana, tan pronto abran Mercabarna (a las cinco de la mañana)? No faltaría más. Me da la tacita de arroz y me dice que no hace falta que le devuelva el arroz, ni mañana, ni nunca, que para estas emergencias están los vecinos. Le doy las gracias. Nos despedimos. Cierra la puerta. Subo corriendo a casa y tiro el arroz a la basura. El plan está funcionando mejor de lo que yo mismo había previsto.

20.35 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido dos cucharadas de aceite.

20.39 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido una cabeza de ajos.

20.42 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido cuatro tomates pelados, sin pepitas.

20.44 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido sal, pimienta, perejil, azafrán.

20.46 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido 200 gramos de alcachofas (ya hervidas), guisantes, judías tiernas.

20.47 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido medio kilo de gambas peladas, 100 gramos de rape, 200 gramos de almejas vivas. Me da 2.000 pelas y me dice que me vaya a cenar al restaurante y la deje en paz.

21.00 Tan deprimido que ni siquiera tengo ganas de comerme los 12 kilos de churros que me he hecho traer por un mensajero. Sal de fruta Eno, pijama y dientes. Antes de acostarme, entono las letanías a voz en cuello. Todavía sin noticias de Gurb.

Día 19

07.00 Hoy se cumplen diez días de la desaparición de Gurb y la efemérides, unida a los demás reveses de fortuna que he sufrido últimamente, acaba de abatir mi ánimo. Para combatir la depresión, me como los churros que dejé anoche y salgo de casa sin lavarme los dientes.

08.00 Me persono en la catedral con la intención de ofrecer un cirio a Santa Rita para que vuelva Gurb, pero al acercarme al altar, tropiezo y con el cirio prendo fuego al lienzo que lo cubre. El siniestro es sofocado fácilmente, pero no antes de que resulten fritas dos ocas del claustro. Mal presagio.

08.40 Saliendo de la catedral entro en un bar y desayuno (los churros de antes no cuentan) tortilla de atún, dos huevos fritos con morcilla, tasajo y berberechos. Para beber, cerveza (un tanque). Este piscolabis debería animarme, pero lejos de ello, su deglución me trae el recuerdo de la señora Mercedes, que a estas horas debe de estar siendo intervenida. Prometo ir a Montserrat a pie (sin desintegrarme) si sale con bien del trance.

Capítulo anterior | Capítulo siguiente

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_