Sin noticias de Gurb
Día 1807.00 Me persono en el bar de la señora Mercedes y el señor Joaquín y encuentro a ambos, es decir, a la señora Mercedes y al señor Joaquín, cerrando la persiana metálica. ¿A qué obedece esta alteración de las costumbres? Mejor dicho, ¿a qué obedece esta inversión de las costumbres? Explicación: la señora Mercedes ha vuelto a pasar la noche con un loro y ahora el señor Joaquín la acompaña al dispensario para que la reconozcan. Por esta causa han de cerrar el establecimiento al público, cosa que induce al señor Joaquín a fruncir el ceño. Les propongo hacerme cargo del local hasta su regreso. El señor Joaquín y la señora Mercedes se niegan. No quieren ocasionarme ninguna molestia. Les convenzo de que no es ninguna molestia; antes al contrario.
07.12 Después de mostrarme de un modo somero el funcionamiento de los aparatos de uso más frecuente en el bar, el señor Joaquín y la señora Mercedes suben a bordo de un Seat Ibiza, el cual parte.
07.19 Recorro el establecimiento, pasando revista al instrumental. Creo que sabré hacer funcionar todos los aparatos, salvo uno muy complicado denominado grifo.
07.21 Pongo a punto la cafetera para que los clientes no tengan que esperar a que se caliente el agua.
07.40 Voy preparando bocatas con idéntica finalidad, pero a medida que los hago, me los zampo.
07.56 Descubro una cucaracha sobre el mostrador. Intento aplastarla con una loncha de jamón de York, pero huye y se oculta en un intersticio, entre el mostrador y el fregadero. Desde allí me hace burla con las antenas. Ahora vas tú a ver. Cucal en dosis masivas.
08.05 No encuentro por ninguna parte las jarritas de cerveza. Bebo aplicando los labios al caño. Me sale espuma por todos los poros. Parezco un borreguito.
08.20 Entra el primer cliente. Quiera Dios que pida algo fácil.
08.21 El primer cliente se dirige a mí y me da los buenos días. Respondo en idénticos términos. Mentalmente doy instrucciones a la cafetera, a la nevera y a los croissants para que también le den los buenos días. El primer cliente parece quedar gratamente sorprendido de esta cortés salutación.
08.24 El primer cliente pide un café con leche. Compruebo con horror que la cafetera no se ha calentado. Quizá adolece de un defecto de fabricación o quizá yo olvidé accionar algún botón o clavija. Ante la perspectiva de que el primer cliente se vaya sin haber hecho su correspondiente consumición, opto por meterme el enchufe de la cafetera en las fosas nasales y transmitirle parte de mi carga energética por este conducto. La cafetera se funde, pero sale un café riquísimo.
08.35 Sirvo el café con leche al primer cliente. Con los nervios se me derrama la mitad. Todavía me cuelga de la nariz el cable eléctrico y me doy cuenta (demasiado tarde) de que en vez de leche he puesto Cucal en el café. Temperatura, 21 grados centígrados; humedad relativa, 50 por ciento; vientos flojos del nordeste; estado de la mar, rizada.
11.25 Mientras intento despegar del techo una tortilla de 22 huevos, regresa al bar el señor Joaquín. Antes de que pueda percatarse de los desperfectos, le digo que yo repondré, de mi propio bolsillo, la cafetera, la nevera, el lavaplatos, el televisor, las lámparas y las sillas. Para animarle, le informo de que esta mañana la clientela ha sido numerosa. La caja, que él dejó vacía al irse, contiene ahora ocho pesetas. Quizá no di bien las vueltas. Pese a mis temores, el señor Joaquín reacciona con indiferencia, como si todo lo que le cuento no le interesara. Ni siquiera le sorprende encontrarme en el techo sin escalera. Entonces me doy cuenta de que ha vuelto al bar solo, esto es, sin la señora Mercedes. Me intereso por lo ocurrido.
11.35 El señor Joaquín frunce el ceño y me dice que han internado a la señora Mercedes en un hospital y que habrán de operarla mañana sin falta. Al parecer, se han presentado algunas complicaciones que exigen una intervención rápida. Mientras me refiere lo antedicho, vamos cerrando el bar.
11.55 Regreso a la ciudad en metro. Aunque todas las chicas que viajan en metro están buenísimas, yo no me fijo en ellas, porque tengo el corazón en un puño.
12.20 Hasta la hora de comer, hago tiempo inspeccionando algunas obras que se llevan a cabo en solares céntricos. Parece ser que está de moda construir hacia abajo más que hacia arriba. Edificios de cinco o seis plantas sobre el nivel de la calle, cuentan con 10 o 15 plantas subterráneas, destinadas, casi siempre, a parking o pupilaje. De ambas modalidades, esta última, la denominada pupilaje, es de largo la más cara. Muchas familias acomodadas han de enfrentarse a una terrible disyuntiva: o enviar a los hijos a estudiar a los Estados Unidos o tener el coche a pupilaje. Esto no sucedía hace años, cuando no existían los automóviles, y menos aún cuando no existían ni los automóviles ni los Estados Unidos. En aquella época antigua, los edificios apenas si contaban con una planta subterránea, llamada sótano y destinada a bodega, despensa y mazmorra.
Sin embargo, las casas no fueron siempre así. En una época muy anterior, de la cual no queda memoria en los archivos de la Tierra, todas las casas eran subterráneas. Los hombres primitivos que las construyeron imitaban en esto a los animales constructores, como los topos, los conejos, los tejones y los patos (de entonces), y como ningún animal de los mencionados sabía poner un ladrillo sobre otro, a los hombres, que no tenían más maestro que la Naturaleza, tampoco se les ocurría hacerlo. En aquella época había ciudades enteras que no afloraban ni un palmo sobre el nivel del suelo. Debajo estaban las casas, las calles, las plazas, los teatros y los templos. La celebérrima Babilonia (no la que aparece en las crónicas y en los libros de historia, sino otra anterior, situada cerca de donde hoy se encuentra Zurich) era totalmente subterránea, inclusive sus reputados jardines colgantes, concebidos y realizados por un arquitecto y horticultor llamado Abundio Greenthumb (más tarde deificado), que consiguió que los árboles y las plantas crecieran hacia abajo.
14.00 Llego al lugar donde ayer estaba la churrería y veo que hoy ya no está.
Desconcierto. Preguntando a unos y a otros doy con ella. Resulta que la churrería es, en realidad, un remolque habilitado como churrería. Una de las paredes laterales del remolque se abate por medio de unas bisagras y se transforma en mostrador. Tras el panel, dentro del remolque, figura la churrería propiamente dicha. Este sistema permite a su dueño instalar la churrería (con el debido permiso municipal) allí donde las expectativas de negocio son o parecen ser más halagüeñas. Así los días laborables, a primera hora de la mañana, suele encontrársele en la parte alta de la Bonanova, allí donde la concentración de colegios es mayor y donde cuenta con una clientela fiel entre los alumnos, los acompañantes de los alumnos y el profesorado; a otras horas acude a otros lugares, como, por ejemplo, la puerta de la cárcel Modelo, donde le compran los abogados que visitan a sus clientes, los familiares de estos clientes, los guardias que vigilan a estos mismos clientes y algunos clientes que han logrado fugarse, o frente a la puerta de urgencias del Hospital Clínico (personal sanitario y heridos leves), o frente a la Plaza de Toros Monumental (turistas y banderilleros locos), o frente al Palau de la Música Catalana (miembros de la Orquesta Ciutat de Barcelona, sección vientos), y así sucesivamente.
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