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Los mineros que tomaron Bucarest abandonan la capital

Miles de mineros abandonaron ayer Bucarest después de controlar con inusitada violencia las calles de la capital rumana en apoyo del Gobierno del presidente Ion Iliescu, de quien recibieron un mensaje de agradecimiento en la estación ferroviaria. "Habéis demostrado que sois gente con la que se puede contar en los momentos difíciles", declaró Iliescu. El primer ministro rumano, Petre Roman, por su parte, calificó ayer de "exceso de celo" de los mineros los sistemáticos apaleamientos a que fueron sometidos los ciudadanos de Bucarest durante dos días y cuyo balance supera los 500 heridos. Reconoció también la división existente dentro del Gobierno rumano. Ayer continuaron los actos de vandalismo y brutalidad por parte de los mineros, y un número indeterminado de víctimas era atendido en los hospitales de la ciudad.

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Las aseveraciones de ayer de Roman de que la "vía democrática" es irreversible chocaron no sólo con la incredulidad de los testigos del vandalismo y el terror desencadenado en la madrugada del pasado jueves, con un saldo de al menos 5 muertos y más 1000 detenidos, sino también con las continuas noticias sobre nuevas agresiones contra rumanos de toda condición y varios extranjeros: periodistas y turistas. Roman reconoció que "no hay cooperación entre los ministerios de Defensa e Interior. Esto es lamentable". Alimentaba así los indicios sobre serias desavenencias que serían la causa de la dimisión del ministro del interior Mihai Chitac.Roman manifestó que "la policía rumana tiene miedo o es incompetente" pero evitó toda crítica al Ejército, que también se mostró absolutamente pasivo en los ataques al Ministerio del Interior y jefatura de la policía.

El Ejército, cuyos mandos jóvenes, no comprometidos con la dictadura y temidos por el Frente de Salvación Nacional (FSN), los integrados en el Comité de Acción para la Democratización del Ejército (CADA), ya había advertido días antes que las fuerzas armadas no tienen enemigo interno.

"Trama neofascista"

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Mientras Iliescu, y Roman mismo poco antes habían sugerido la existencia de "una trama neofascista", el primer ministro recurrió ayer también a expresiones como "especuladores, traficantes y prostitutas" que temen las reformas que prometen porque, de tener éxito se quedarían, decía Roman, sin posibilidad de ser parásitos.

Roman insistió en negar los abusos cometidos por los mineros, y dijo que los estudiantes que pedían una depuración del aparato comunista se habían convertido en una "infección política".

En Bucarest se fortalece la impresión de que la manipulación de las manifestaciones del miércoles en favor de los estudiantes de la Plaza de la Universidad ha sido dirigida por una de dos facciones abiertamente enfrentadas dentro del poder: la antigua Securitate, intacta y al perecer más activa que nunca, y el Ejército, reacio a volver a un segundo plano.

Las brigadas de mineros de los pozos del valle de Jiu están perfectamente dirigidas por la Securitate desde que, en 1977, la represión dirigida por Ceaucescu acabara con una organización autónoma haciendo desaparecer y matando a numerosos líderes sindicales. Los en parte jovencísimos mineros obedecen con total fidelidad las consignas de sus jefes de brigada, dentro y fuera de la mina. Miron Cosna, su principal dirigente, informó que una parte de los 14.000 mineros que llegaron a Bucarest permanecerá en la capital hasta que se normalice la situación.

En una conferencia de prensa bajo muy estrictas medidas de seguridad, un Roman sonriente rebajó el pogromo protagonizado por los mineros contra la oposición a una "estauración del orden", y aseguró que, pese a venir en trenes especiales, y ser alimentados y alojados por el Gobierno, "los mineros llegaron por propia voluntad". Aunque, según Roman, "pidieron expresamente que no se les diera para beber otra cosa que agua", mineros borrachos golpearon ayer con porras y bates de madera a varios periodistas occidentales en la plaza de la Universidad.

Roman llego a decir que las sedes de los partidos históricos, el Nacional Liberal y el Nacional Campesino no fueron asaltados por los mineros, cuando al menos el primer caso, fue presenciado por numerosos periodistas entre ellos el enviado de EL PAÍS.

También aseguró que las casas de los líderes de ambos partidos, Ion Ratiu y Radu Campeanu habían sido devastadas por desconocidos que nada tienen que ver con los comandos de mineros lanzados por la ciudad.

Las palizas y las detenciones continuaron por toda la ciudad y la masa de mineros llamados por el Gobierno estuvo a punto de asaltar el hotel donde se aloja la mayoría de los enviados de la Prensa extranjera.

Roman insistió en que las manifestaciones del miercoles que concluyeron con el asalto al ministerio del interior, jefatura de policía y sede de la televisión habían sido orquestadas por organizaciones fascistas como ya había manifestado el presidente Ion Iliescu.

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