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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Israel, de nuevo

LA POSIBILIDAD de que se celebre algún tipo de conversaclones de paz en Oriente Próximo -formalmente, tan sólo un encuentro israelí-palestino sobre la convocatoria de elecciones municipales en Gaza y Cisjordania- ha llegado al fin de una fase y está a punto de entrar en la siguiente, sin que se sepa realmente si el acuerdo es viable o no. El primer ministro israelí, Shamir, que siempre ha afirmado que quería esas conversaciones -haciendo todo lo posible para que no se produjeran-, ha caído y el presidente Herzog encargó la formación de Gobierno al líder laborista Peres. Éste tiene aún más de una semana para someterse a la confianza de la Cámara con un programa en el que debería contemplar la celebración de esos contactos. Sin embargo, no es seguro que los mismos que derribaron a Shamir vayan a dar su voto a Peres.En un Parlamento de 120 escaños, los laboristas y sus aliados llegan a 55 miembros; pero al grupo derechista del Likud, con sólo 40, le es más fácil atraerse a los partidos religiosos que ostentan la llave de la mayoría. Éstos están mucho más atentos a obtener ventajas en su campo -el control de la política religiosa- que a definir una verdadera política de Estado. La composición del Parlamento les permite negociar constantemente con las dos formaciones mayores, una negociación que suelen vender cara.

En esta ocasión, sin embargo, un factor externo incide para que Peres pueda atraerse al menos a dos de las farmaciones ultraortodoxas, el Agudat Israel y el Shas, con cuyos diputados gozaría de mayoría para gobernar: Estados Unidos ha jugado fuerte para que las conversaciones con los palestinos se celebren. Si Peres obtiene la mayoría parlamentaria podrá defender el proyecto, aunque posiblemente con las modificaciones que sugieran sus aliados religiosos.

Los problemas del movimiento palestino (OLP) para acceder a los contactos son quizá menores que los de los israelíes, aunque la elasticidad de sus posíciones es limitada. El Plan Baker prevé que haya palestinos en la mesa negociadora, pero no representantes oficiales de la OLP, sino sólo palestinos de dentro (los territorios ocupados) y de fuera, la diáspora general, casi absolutamente controlada por la organización guerrillera. Hasta el momento, la OLP no se ha opuesto a esa fórmula porque no tiene objeto adelantarse a rechazar algo cuando la negativa puede provenir de la parte israelí. Pero a la hora de dar el sí definitivo parece lógico que pretenda que se reconozca, siquiera indirectamente, que quien negocia es la OLP.

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La gran oportunidad para intentar la paz reside, por tanto, en tres factores: la habilidad de Peres para conseguir una mayoría parlamentaria sin pagar un precio exorbitante por ello; la capacidad de Estados Unidos para arrastrar a Israel a la negociación, y la de Egipto, pieza clave también del Plan Baker, para convencer a los dirigentes palestinos de que nada pierden por sentarse a conversar. Mientras tanto sería oportuno que no se insistiera -como lo hizo el pasado fin de semana el Senado de EE UU- en la irrenunciable capitalidad israelí de Jerusalén.

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