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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Argentina invertebrada

EN LA Argentina devorada por la hiperinflación, la confusión es total. El Gobierno es incapaz de reaccionar frente a la crisis o de proponer fórmulas de solución no ya viables, sino simplemente aceptablés para la sociedad. Un pueblo -no se olvide- al que sólo se le ofrece el desconcierto o la revuelta como solución para su supervivencia. El presidente peronista, Carlos Menem, hizo gala de una encomiable audacia en sus primeras decisiones. Durante casi cinco meses controló la inflación. Pareció incluso que, utilizando juiciosamente un plan de privatizaciones y reducción del déficit público, sería capaz de imponer a su propio partido la reforma de un Estado ineficaz y parasitario. Sin embargo, errores, vacilaciones, la falta de solidaridad social, una buena dosis de incapacidad gubernamental y el peso de la crisis heredada no tardaron en quebrar tan buen principio.El Gobierno se quedó a medio camino en su tentativa de lograr la unidad nacional basada en un pacto con los grupos reales de poder en perjuicio de los partidos políticos. Menem, impulsado quizá por su espíritu corporativista o por su temor a que grupos liderados por políticos más avezados que él, como el peronista Cafiero o el radical Alfonsín, le robasen parcelas de poder, prefirió prescindir de los partidos. Pero sin el apoyo de éstos le fallaron además las empresas, cuyos dirigentes dejaron de invertir a pesar de las concesiones recibidas desde el principio.

En ocho meses se han estrellado al menos cinco planes económicos. El Gobierno ha perdido toda credibilidad ante los que le llevaron al poder, votantes del paternalismo peronista a quienes han impuesto un proyecto librecambista con el que se sienten traicionados. Hoy, cualquier salida es posible en una Argentina en la que el sentimiento predomínante es el del fracaso. El partido peronista, que debería ser el soporte del Gobierno, está dividido, y no sólo entre los clásicos renovadores y menemístas. Ha surgido además el izquierdista grupo de los ocho dentro de los renovadores, y los menemistas se subdividen a su vez en azules y rojo punzó. A todos ellos hay que sumar diferentes caudillos locales, como el derechista Ramón Saadi.

No se presenta mucho más unida la oposición radical, en la que el candidato derrotado, Angeloz, disputa el liderazgo al ex presidente Alfonsín, que representa una posición más progresista. Al mismo tiempo ha nacido una corriente de izquierda radical, que en términos europeos podría definirse como socialdemócrata. Igualmente la derecha mal llamada liberal también está dividida.

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En los sindicatos, para no ser menos, la división se ha consumado y malconviven hoy dos CGT, la de Azopardo, que preside Saúl Ubaldini y que amenaza con organizar en breve plazo una huelga general contra el Gobierno, y la de San Martín, progubernamental. Por su parte, el Ejército duda entre los carapintadas y los llamados uñapintadas. Los primeros tienen como cabecillas a los golpistas coronel Seineldín y teniente coronel Aldo Rico. Los uñapintadas representan al sector liberal, que coincide con la jerarquía del Ejército. No puede calibrarse con certeza hasta qué punto esa jerarquía sería obedecida hoy por los mandos intermedios en caso de crisis abierta o estallido social.

En este panorama, la desesperación de una gran parte de la población podría ser aprovechada para cualquier aventura de un aspirante a mesías. Seineldín, por ejemplo, se mueve por todo el país y parece obsesionado por repetir el modelo que en 1945 llevó al general Perón al poder. Todo es posible en esta Argentina invertebrada.

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