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Centenares de mujeres abortan a diario en Bucarest desde que la revolución abolió la prohibición

Berna González Harbour

Bajo la luz de un viejo foco, y empuñando un gancho metálico, Viorel Stancu, un médico rumano, practica un aborto sobre una sucia camilla. La mujer gime de dolor. Afuera esperan las siguientes, y en otras habitaciones sin luz se agolpan las ya operadas. Desde que se abolió la prohibición del aborto y los ginecólogos no tienen que examinar a las mujeres cada seis meses para detectar embarazos, centenares de rumanas -algunas fuentes médicas calculan que unas 600- corren cada día a los hospitales para interrumpir su embarazo.

ENVIADA ESPECIAL Dos mujeres por cada cama. Cuatro camas por habitación. Una escasa bombilla para todas. Es una de las salas del hospital de maternidad de Filantropia, en Bucarest. Donde una chica tiene los pies, su compañera de cama, la cabeza. No hay comida en el servicio. Un retrete para toda la planta. Sólo unas enfermeras amables que las acompañan mientras convalecen durante tres horas tras el aborto.Desde la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, con el triunfo de la revolución, 600 mujeres abortan cada día en Bucarest, según fuentes médicas.

"Tengo dos hijos, el más pequeño tiene dos años, y es muy difícil vivir con lo que tenemos", cuenta Gheorghita Ivan, de 27 años, una obrera de Bucarest. Gheorghita y su marido disponen entre los dos de un salario de 4.000 leis, algo así como una buena comida en un restaurante turístico de esta ciudad. Y Gheorghita, al igual que todas las rumanas de 16 a 45 años, tenía que someterse a control cada seis meses.

Morir con todas las de la ley

Equipos de ginecólogos acudían a fábricas e institutos, como si de un plan de vacunación se tratara, para examinar cada útero y cerciorarse de que nadie se escapaba a la ley. Si detectaban un embarazo, debían dar parte, según cuenta el doctor Alexandru Ciolan.Era una de las obsesiones de Nicolae Ceaucescu. El pobre crecimiento de la población le movió a prohibir hasta el absurdo el aborto, castigar con la cárcel a la pobre que lo intentara y mantener esa red de ginecólogos informantes del estado interesante del país. "Aquí llegaban mujeres con hemorragias que se encontraban en verdadero peligro de muerte, y había que practicarles urgentemente un aborto terapéutico. Pues bien, teníamos que pedir permiso a la Fiscalía General del Estado, aguardar un informe de una comisión de médicos y después, tal vez, podíamos hacerlo", relata Ciolan, ginecólogo de 29 años. Así, entre 600 y 800 mujeres murieron en 1988 en tales condiciones.

Elevadas multas

El intento de aborto sin permiso oficial se pagaba con multas equivalentes a tres sueldos mínimos o penas de hasta siete años de prisión. Los ginecólogos, por su parte, también eran objeto de enorme vigilancia. Cada mes, la policía controlaba los archivos del hospital, donde comprobaba la coherencia de los datos. Los médicos tenían que escribir en largos listados sus movimientos, hora y minuto, al principio y al final. Así, ningún aborto ilegal podía colarse entre otras dos operaciones de tiempo controlado. "Por ejemplo, sabíamos que sólo podíamos tardar 10 minutos, lo estipulado en una intervención, y si nos demorábamos ya se sospechaba de nosotros", dice Alexandru. Uno de sus colegas en el hospital de Filantropia fue detenido este año y encarcelado bajo acusación de práctica de aborto.Y así, cuentan también, las mujeres lo intentaban todo en sus casas: baños hirviendo, saltos desmedidos, extrañas inyecciones intrauterinas... Métodos que no traían más que infecciones y complicaciones que intentaban curar en el hospital, según cuentan a este periódico los médicos.

Porque en Rumanía no había anticonceptivos. Los escasos preservativos que lograban comprar procedían de China, según dicen por aquí, por lo que eran "pequeños y malos". Las píldoras, también prohibidas, venían desde Hungría, a un precio de 100 leis el paquete mensual. Ahora los rumanos esperan la llegada de métodos anticonceptivos de otros países que ni siquiera los médicos han visto jamás.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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