El Gobierno mexicano echa un pulso al sindicato petrolero
'La Quina', ejemplo del poder caciquil, detenido bajo el cargo de tráfico ilegal de armas
Un mes después de su llegada a la presidencia, Carlos Salinas de Gortari ha desafiado al más importante poder fáctico de México: el sindicato petrolero, cuyo líder supremo desde hace 30 años, Joaquín Hernández Galicia, el prototipo de la mafia sindical, fue detenido el miércoles en una operación militar. Como consecuencia, México vive horas de incertidumbre bajo la amenaza de la violencia y la desestabilización.
Joaquín Hernández Galicia, conocido por todos como la Quina, es el ejemplo del poder caciquil en México. Gobernaba sus extensos territorios petroleros como un virrey que ponía y quitaba autoridades a golpe de soborno y de pistola. Permanecía la mayor parte del tiempo refugiado en su residencia de Ciudad Madero, en el Estado de Tamaulipas, desde donde administraba justicia a su modo rodeado de un ejército particular.La Quina estaba considerado un personaje intocable. Desde que se hizo con el control del sindicato petrolero en 1959, ningún presidente se ha atrevido a limitar su poder. Por el contrario, todos se han tenido que plegar a su voluntad para poder sostenerse en la presidencia. Durante los sexenios de José Echeverría y José López Portillo, la influencia de la Quina creció ostensiblemente.
Diferencias con Salinas
Aunque hasta el momento la justicia sólo ha encontrado contra él el delito de tráfico ilegal de armas, varias veces han hablado los periodistas más valientes de los casos de personas desaparecidas por cruzarse en el camino del poderoso sindicalista. Uno de esos reporteros, Manuel Buendía, murió acribillado en las calles de México en 1984. Implacable con sus enemigos, la leyenda que rodea a la Quina le atribuye también una gran generosidad con sus amigos. Desde su palacio de Ciudad Madero repartía prebendas y solucionaba la vida de sus trabajadores con el mismo sentido paternal que los antiguos caciques aztecas.Pese a que en meses anteriores intervino en distintos actos públicos junto al hoy presidente, habían trascendido las diferencias entre la Quina y Carlos Salinas, que promete un cambio profundo del país. Durante la campaña electoral del año pasado se sucedieron los rumores sobre el apoyo de la Quina al candidato de la izquierda, Cuauthémoc Cárdenas, y se produjeron explosiones sospechosas en instalaciones petroleras por las que pasaba el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La detención de la Quina no es sólo el descabezamiento de una importante mafia, sino un verdadero terremoto para el propio sistema mexicano. El sindicato petrolero, en su calidad de organización más importante del país, era uno de los principales soportes de la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) y ésta es, a su vez, uno de los tres pilares en los que se asienta el PRI y el régimen que ha gobernado México desde hace 60 años. Toda esa estructura se tambalea ahora. La detención de la Quina es también un ataque contra una cierta forma de hacer política, una forma basada en la corrupción, el caciquismo y el Estado dentro del Estado. El difícil pensar que todo ese poder amenazado soporte la embestida con las manos cruzadas.
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