Escuela
"Guillermo, te he dicho cien veces que en clase no se come chicle, y menos se hacen pompas". "Juan y Gonzalo, dejad ya de tirar bolitas a la papelera. Al baloncesto se juega en casa". "Isabel, al rincón; y tú, Javier, cambia el sitio con Maite". "Soledad, al pasillo". "Vosotros dos, para mañana, diez veces la página 30 de Naturales". "Eduardo, por favor, deja ya de tocar el pelo a tu compañera, por fávor".Estas oraciones, entre otras, forman parte del cortejo de admoniciones que van repartiendo los profesores de EGB mientras dan las clases. No es raro que acaben enfermos. La ansiedad, la depresión, la frustración, son las dolencias más frecuentes. No sólo ' se trata de que su trabajo es arduo y les pagan mal. Encima no saben -como decía Torrente Ballester- para qué enseñan, a quién enseñan, cómo y qué deberían en su caso enseñar. La sociedad apenas les reconoce y los niños cada vez son más bordes.
Los últimos sondeos denotan un grado de satisfacción profesional -en España y fuera de España- casi desolador. Según el pasado suplemento de Educación de este periódico, más de una tercera parte de los maestros preferiría no seguir siéndolo. Una maestra destaca la envidia provocada por una compañera
"Y que recientemente logró liberarse del infierno mediante unas oposiciones a agente de cambio y bolsa. La mayoría confiesa su falta de vocación, bien porque nunca la tuvo, bien porque se le ha extraviado. De otro lado, quienes la conservan ignoran cómo disfrutarla. La tónica es que "están hartos" y anhelan las vacaciones o los permisos como si estuvieran padeciendo una condena. Casi lo mismo que les suele ocurrir a los alumnos. Apenas aprenden, no les interesa, están deseando perder de vista ese mundo. En síntesis, una gloria. Los profesores reciben en creciente proporción tratamiento psiquiátrico, mientras algunos niños han optado por suicidarse. Al parecer, algo habría que hacer en seguida sobre esa fuente de malestar que está volviendo infelices a millones y millones de habitantes.
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