¿Milenario o milenarismo?
LA SOLEMNE apertura de los actos del milenario de Cataluña que se celebra hoy en Barcelona bajo la presidencia del rey Juan Carlos plantea algunos interrogantes sobre la función que deben cumplir las conmemoraciones históricas en relación a los problemas que de tejas para abajo, plantea la complejidad de la sociedad. Problemas políticos, entre otros, y más cuando la coyuntura preelectoral se presta a toda suerte de manipulaciones. La tentación de instrumentalizar la historia en función de intereses coyunturales es, desde el romanticismo, una constante en toda Europa. Nebulosos acontecimientos son movilizados con pasión y desde una mentalidad ad demostrandum a fin de acreditar una determinada interpret ación de los mismos que coincida con valores encarecidos como estimables, y sobre tado propios, en el presente. Es cierto que en este terreno muy pocos pueden lanzar sin riesgo la primera piedra, pero ert este caso hay suficientes elementos como para extrerradio la cautela. En primer lugar, hablar del infierno de Cataluña sólo resulta admisible como metáfora. La palabra misma, Cataluña, no apareció hasta 1114, por lo que dificilmente puede conmemorarse el nacímiento de lo que permanecía innominado cuando, en el año 988, el conde de Barcelona, Borrell II, rompió los lazos feudales con el Imperio carolingio. Y es este hecho, y no voluntaristas interpretaciones imaginadas mucho después, lo que se conmemora.
De acuerdo con la acreditada tradición racionalista de afirmación en negativo, la celebración milenaria se ha fraguado en buena medida como un intento de respuesta a los preparativos de los fastos del V Centenario del Descubrimiento de América y de la unificación de la Espafía rnoderna por los Reyes Catóficos. Y si hay motivos para desconfiar de la ola de patrioterismo retórico que con tal motivo amenaza con anegarnos, no parece que la exaltación de sus simétricos: periféricos sea forma de conjurar el peligro. La confrontaclón política elevada a lucha de efemérides puede llegar al ridículo. Por suerte, al alcalde de Barcelona no se le ha ocurrido tapar la conmemoración celebrando el bimilenario de la ciudad para enardecer una carrera por el pedigrí historiográfico.
La invitación cursada por la Generalitat a Don Juan Carlos para presidir honoríficamente la conmemoración despeja las incógnitas sobre el mareo constitucional de la celebración, por más que las brumosas explicaciones aportadas para explicar la no invitación al presidente del Gobierno alimenten dudas sobre el eventual intento de instrumentalización de la institución que encarna el Monarca.
En una sociedad moderna, y por ello necesariamente pluralista, las conmemoraciones, como los símbolos, deben servir para dar expresión racional a la identificación afectiva con los valores compartidos, no ya por una determinada comunidad ideológica, sino por la ciudadanía. En caso contrario, se corre el riesgo de confundir milenarios con milenarismos.
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