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¿Hay que enterrar el feminismo?

Judith Astelarra

Durante muchos años, la barrera que separaba el feminismo del antifeminismo fue clara. Hoy, sin embargo, ¡oh sorpresa!, esto ha cambiado. Personas que antes apoyaban. al feminismo ahora están interesadas en enterrarlo. Y es así como alguna feminista de ayer y algún progre de ayer y de hoy, aunque discrepen violentamente en otras cosas, coinciden en que el feminismo fue un fenómeno de los setenta al que hay que enterrar porque está muerto o ya no es eficaz para las reivindicaciones de los ochenta. ¿Sería beneficiosa la muerte del feminismo y de sus organizaciones autónomas? Por supuesto, las feministas pensamos que no. El debate público sobre las cuotas y la participación en partidos políticos que se ha producido en las últimas semanas es una oportunidad para hacer una reflexión sobre la importancia de la existencia de organizaciones feministas autónomas y su relación con dichas medidas.La aplicación de cuotas y la entrada a partidos políticos pueden ser valoradas desde una perspectiva democrática general y desde una perspectiva feminista. Las mujeres tienen derecho a desear y ocupar cargos de poder, y si no los tienen no se debe a falta de méritos, sino a la discriminación. Desde esta perspectiva, las cuotas son un aporte a la democracia, pues su objetivo es garantizar el derecho a la igualdad. Igual que la participación en el poder es una demanda democrática, también lo es la participación en los partidos políticos. Muchos autores coinciden en señalar que, para fortalecer la reciente democracia española, es importante que haya participación ciudadana en todos los niveles, porque si no se acentuará el elitismo político. La baja tasa de afiliación produce divorcio entre los partidos y la sociedad y contribuye a convertirlos en aparatos de poder en los que predomina el liderazgo personal sobre el debate político y las propuestas programáticas. Los demócratas españoles, por tanto, deberían alegrarse de la incorporación de valiosas mujeres a los partidos, pues contribuye al fortalecimiento de la democracia.

Pero el feminismo que tiene vocación democrática no se puede quedar sólo en esta valoración de las cuotas y la participación política para considerarlas positivas; debe también preguntarse qué utilidad ueden tener estos hechos para cambiar la situación de todas las mujeres. El feminismo moderno es la continuación del sufragismo del siglo XIX y de las luchas históricas de las mujeres; por ello defiende el derecho a la igualdad en todos los campos. Pero, a diferencia de sus antecesoras, no se puede quedar sólo en esa reivindicación: debe desarrollar estrategias en profundidad para cambiar todos los aspectos de la vida social y movilizar y organizar a las mujeres en torno a ellas. En la segunda mitad del siglo XX ya no es posible pensar que un cambio parcial pueda conseguir el derrumbe de todo el sistema patriarcal. Para tener éxito se requiere de muchos esfuerzos y muchos frentes de lucha: en el hogar, en el trabajo, en la política, en la vida social y en los medios de comunicación, hoy un poder tan importante como el político. Por ello no basta proponer una sola línea de acción: éstas han de ser muchas y pueden variar a través del tiempo. Pero lo importante es que todas ellas confluyan en la voluntad de cambio y que no se anulen unas a otras.

Para que esto sea posible, hoy, igual que ayer, hay quecrear y fortalecer un movimiento autónomo de mujeres que sirva de punto de encuentro, debate y reflexión sobre experiencias distintas y permita aunar diversas sensibilidades, estilos y participación en organizaciones de diferentes signos. El caso noruego es una buena muestra de cómo el movimiento autónomo de mujeres posibilitó cambios importantes. Durante años, las mujeres de todos los partidos políticos, sin exclusión, formaron un comité clandestino de coordinación y consiguieron no sólo cuotas, sino poder real. La existencia de una amplia red de organizaciones independientes de mujeres se convirtió en la fuerza de control de que este poder fuera utilizado en beneficio de todas las mujeres, y no sólo de las que lograron acceso a él. El desafío que tienen hoy las españolas comprometidas con la lucha a favor de las mujeres es justamente saber si, además de importar el modelo formal de cuotas, se traerá su contenido de fondo. ¿Se aplicarán realmente las cuotas que sólo son indicativas y no obligatorias? ¿Servirán sólo para la promoción de algunas mujeres o beneficiarán a las demás?

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Que las respuestas a estas preguntas sean positivas depende de que exista ese amplio movimiento de mujeres. La diferencia con otros países es que este movimiento fuerte existía allí antes del establecimiento de medidas especiales y fue la garantía de su correcta utilización; aquí, en cambio, aún está por crear. De ahí que sea una tarea urgente construirlo, lo que requerirá del esfuerzo coordinado de todas, pero sobre todo implicará flexibilidad, diversidad, diálogo, acuerdos, tolerancia y solidaridad. La experiencia de estos años muestra que es una tarea difícil, pero no imposible, porque todas hemos aprendido muchas cosas, entre ellas el alto coste del doginatismo. Por ello resulta preocupante que en los ochenta se repita la polémica entre militancia feminista y política en los mismos términos que en los sesenta, porque llevaría otra vez a polarizar falsamente el debate, utilizando descalifÍcaciones globales que de poco sirven. Pero así como hubo muchas mujeres dogmáticas en los dos lados, hubo también otras que eran capaces de dialogar a pesar de las diferencias, y también feministas que militaban en ambas causas, cuyo esfuerzo fue crucial para ampliar el campo de acción hasta llegar a la situación actual. Hoy sería importante que recogiéramos la tradición de estas últimas.

El derecho a un movimiento autónomo de mujeres es una de las conquistas políticas más importantes del feminismo moderno. Porque nada de lo que han obtenido las mujeres, y hay que subrayar el nada, ha sido regalo gentil de los varones. Algunos han podido tener simpatías e incluso apoyar la causa, pero rara vez han cedido nada por iniciativa propia, porque los privilegios masculinos se han conseguido y mantenido siempre sobre la base de la carencia de derechos y oportunidades de las mujeres. La defensa de este derecho es hoy necesaria no sólo por razones ideológicas, sino por razones prácticas. Primero, para garantizar que los beneficios lleguen a todas las mujeres, y luego, porque en la sociedad moderna es una importante forma de renovación de la política. Las feministas, junto con otros movimientos sociales, han mostrado que desde ellos también se hace política, una política renovadora que cambia contenidos y formas y mantiene vivo el espíritu crítico frente al poder que es una necesidad democrática. Además ha ampliado la participación política, un requisito indispensable para profundizar la democracia y fortalecer la sociedad civil en este país. Los 40 años de dictadura han dejado como herencia poca participación tanto en los partidos como en las organizaciones ciudadanas, y por eso es indispensable apoyar a ambos.

Sería importante que las políticas que desde los partidos están luchando por las mujeres acepten que tan necesario como conseguir nuevas militantes es que se fortalezca el feminismo autónomo. A su vez, las feministas no deberían desconfiar a priori de todas las que hoy se incorporan a los partidos, aunque haya algunas que descalifiquen a las independientes y afirmen que ya no hace falta la autonomía. Entre todas, a lo mejor, conseguiríamos lo mismo que esas noruegas de las que tanto hemos hablado en estos días.

Judith Astelarra es directora del departamento de Sociología de la universidad Autónoma de Barcelona.

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