El honor perdido de Uwe Barschel
Una comisión investigadora revela los turbios manejos del que fue estrella política de la RFA
Fue una estrella en fulgurante ascenso en el escenario político de la República Federal de Alemania. Joven, seguro y poderoso. Ambicioso y feliz. Uwe Barschel fue durante muchos años paradigma del éxito. A los 38 años, el presidente más joven de un Estado de la RFA, de los títulos académicos, una mujer aristócrata, cuatro hijos sanos y sonrientes. La estrella de Uwe Barschel comenzó a caer el 13 de septiembre de este año. En poco tiempo lo perdió todo. Primero, el cargo; después, la vida, y finalmente, el honor.
La comisión parlamentaria que investiga el escándalo político más grave, y posiblemente más triste, de la historia de la RFA está a punto de concluir su labor. El análisis ulterior de la personalidad del protagonista de este escándalo, el presidente del Estado de Schleswig-Holstein, corresponde a los psiquiatras. Una conclusión es ya firme e incuestionable: Uwe Barschel, la gran promesa de la democracia cristiana alemana, era un pobre hombre lleno de miedos, fármacodependiente, inestable, un simulador a jornada completa.Barschel, un mentiroso e intrigante, que por miedo a perder el poder organizó las maniobras más canallescas que se han podido utilizar en una democracia para desvirtuar a un adversario y que, una vez desenmascarado, escenificó su suicidio como un crimen. Días antes había convocado una conferencia de prensa en la que declaró que, además de las declaraciones juradas que presentó -y que eran sin excepción falsas-, daba su "palabra de honor" a toda la opinión pública alemana de que todas las acusaciones eran falsas. Difícilmente alguien nunca ha mentido tanto ante decenas de cámaras de televisión y periodistas.
Como dijo el director del prestigioso semanario Die Zeit, Theo Sommer, "su tragedia personal es la culminación del deshonor por ambición. Uwe Barschel merece la compasión de los cristianos, no merece comprensión de los demócratas". Bajo los efectos del "dulce veneno del poder" (Sommer) y de diversos psicofármacos que tomaba en de masía desde hace años para auparse al estado en que creía tener que presentarse, Barschel no sólo hizo de su vida y de su muerte una inmensa mentira.
Pervirtió y corrompió el proceso democrático de unas elecciones con una falta de escrúpulos y una concepción de la concurrencia entre los partidos que ha sacudido los cimientos de la República. Ante tamaña corrupción y desprecio por las reglas del juego democrático, nadie debe extrañarse que jóvenes alemanes reaccionen con incredulidad hacia el Estado y desprecio hacia los políticos.
Juego sucio
La comisión investigadora en Kiel ha demostrado que Barschel utilizó métodos para desprestigiar y desmontar políticamente a su adversario, el socialdemócrata Bjorn Engholm, que hasta ahora parecían patrimonio exclusivo de los elementos más bajos y abyectos del crimen organizado. Para ello contrató a Rainer Pfeiffer, un supuesto periodista con vocación para la intoxicación, que le fue recomendado por la Editorial Springer, propietaria del diario Bild, una auténtica fábrica de desinformación, que había gozado de los servicios de este personaje.Pfeiffer dirigió, en estrecho contacto con Barschel, lo que ellos llamaban "campaña electoral" ante las elecciones en Schleswig-Holstein el 13 de septiembre pasado. La CDU y Barschel corrían peligro de perder ante el SPD, y Pfeiffer se dedicó con celo a evitarlo. Un día llamó al candidato socialdemócrata y, haciéndose pasar por médico, le comunicó a Engholm que era portador del virus del SIDA. Otro día falsificaba un comunicado de Prensa de los verdes en el que hacía una apología de la pederastia.
Por encargo de Barschel quisó reunir antecedentes penales y datos sobre la vida íntima de políticos verdes. Contrató a detectives, pagados por amigos de Barschel, para que vigilaran a Engholm y consiguieran pruebas de sus contactos sexuales con homosexuales y mujeres. Elaboré una denuncia anónima contra Engholm por supuesta evasión fiscal utilizando datos del Ministerio de Hacienda facilitados por el Gobierno de Barschel. Éste le pidió a Pfeiffer un micrófono para ocultar en su propio teléfono y después pedir un control rutinario. Barschel quería denunciar a Engholm y al SPD como autores de la colocación de la escucha ilegal.
La cooperación con personajes de la calaña de Pfeiffer siempre tuvo sus riesgos. El agente electoral de Barschel se arrepintió un día, poco antes de las elecciones: acudió al semanario Der Spiegel y reveló su cooperación con el presidente. Aún resuenan en los oídos de los alemanes la patética intervención de Barschel en televisión jurando que todo era una "vil mentira". Otros tampoco reaccionaron con excesiva corrección. La CDU, especialmente el ministro de Hacienda, Gerhard Stoltenberg, padre político de Barschel, atacaron virulentamente al semanario Der Spiegel calificándolo de "panfleto izquierdista" o "Prensa canallesca", según la "manida máxima en la Alemania de siempre de atacar aquien denuncia un desafuero y no a quien lo comete", como decía el poeta Kurt Tucholsky.
Los testigos que en su día declararon a favor del presidente ya han desmentido sus afirmaciones, hechas, según afirman, bajo presión de Barschel. A su secretaria, que mintió reiteradamente ante la comisión y la fiscalía para proteger a su ex jefe, Barschel le había dicho que debía dar falso testimonio "si cree en Dios", ya que, en caso de decir la verdad, "ganarían los socialistas".
Pozo de lodo
El Estado y los políticos le deben a Barschel una grave pérdida de credibilidad. El escándalo de Kiel, el "pozo de lodo Heno de serpientes", como se ha llegado a calificar, ha tenido, sin embargo, dos resultados positivos. Por un lado, la comisión parlamentaria ha sentado un ejemplo de efectividad esclarecedora. Por otro, la Prensa, y sobre todo aquí el semanario Der Spiegel, ha desarrollado una vez más una gran labor investigadora y ha hecho un enorme servicio a la República denunciando el quiste de corrupción que Barschel había creado en la capital báltica alemana. Sin dejarse intimidar por injurias y ataques de políticos y medios a su servicio, ha sacado a la luz, semana a semana, "los sucios negocios del señor Barschel". Hubo quien acusó a Der Spiegel de haber provocado la muerte del presidente en Ginebra. Hoy nadie duda de que éste se mató a sí mismo, primero, con su actuación indigna; después, con ima sobredosis de medicamentos.
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