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"El enemigo sionista está en todas partes"

Testimonios de la represión israelí sobre los palestinos en los territorios ocupados

Nubes de humo negro se ciernen sobre Gaza. En la ciudad y en los campos de refugiados que forman, en realidad, parte de esta ciudad tentacular, neumáticos de fuego despiden un humo acre y punzante. El taxi, pese a estar matriculado en Gaza, tiene que detenerse en varias ocasiones en las barricadas. En cada ocasión, dos o tres jóvenes palestinos surgen e interrogan desafiantes: "¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí?". El conductor explica que lleva a un periodista. "Sus credenciales", exige uno de ellos. Y, convencido, cede el paso. No hay ni un soldado israelí a la vista. En los últimos días, la revuelta palestina en Gaza y Cisjordania se ha cobrado al menos 14 vidas; la última, ayer.

Los palestinos controlan buena parte de la ciudad. Un equipo de la cadena de televisión francesa Antenne 2 fue apedreado el miércoles y obligado a huir. ¿Por qué esta desconfianza?. "Cuando un soldado ísraelíes apuñalado, los periódicos escriben que somos terroristas", asegura un hombre de unos 60 años sentado cerca de su tienda, cerrada. "Pero cuando los militares disparan y matan a pelestinos, incluso a niños, a docenas, es para restablecer el orden. Ya no confiamos en nadie".Los vehículos con matrícula israelí, con placas amarillas, son automáticamente apedreados. Últimamente, los jóvenes que controlan las barricadas de las carreteras y las calles desconfian hasta de los taxis locales. Agentes de la seguridad israelíes, incluso hablando perfectamente árabe, utilizan a veces un taxi para acercarse, sin despertar sospechas. "El enemigo sionista está en todas partes", dice uno de los jóvenes.

En el hospital gubernamental Shifa, en Gaza, médicos y enfermeras están en estado de alerta. La víspera, un joven palestino herido fue abatido por un soldado israelí que penetró en el recinto.

Un automóvil entra como un torbellino. Los camilleros se apresuran y llevan al quirófano a un palestino de 22 años con la pierna izquierda destrozada. ¿Cómo una sola bala ha podido causar ese daño? "Era una dum dum [balas rompedoras]", explica un cirujano. No es el primer caso. "El herido puede morir, incluso después de una intervención rápida, porque es difícil, si no imposible, retirar todos los fragmentos del proyectil. Es una fuente de infección permanente".

En diez minutos llegan cuatro heridos de bala, entre ellos una niña de nueve años, Saida Said Nasser, de Yebeliya, un campo de refugiados situado en un suburbio de Gaza. Tiene una bala alojada en la cadera. La madre, entre sollozos, repite incansablemente: "Por qué?, ¿por qué?".

Llega una patrulla israelí. Seis soldados con cascos, armados con fusiles ametralladores que apuntan a la entrada del hospital. Veinte palestinos les apedrean. Los soldados no se inmutan. Con gestos de fatiga en el rostro, observan las piedras que caen a pocos metros.

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Llega otro herido. Un muchacho de 19 años. Su padre me invita a mirar dentro del taxi. El asiento posterior está empapado de sangre. "¿Dónde está Estados Unidos?", grita. "¿Dónde está el mundo?". Junto a él, un anciano de larga barba blanca exclama: "Alá es grande". Decenas de gargantas le corean. Los soldados callan.

Vuelvo al taxi. En una barricada, un hombre de unos 30 años, en excelente inglés, pide que le dejemos subir. Hasan (prefiere no dar su apellido por temor a las represalias israelíes) es ingeniero, casado, con dos hijos, nacido en el seno de una antigua familia de Gaza. "¿Qué paz es la que quiere Israel?", dice, "¿quedarse con nuestras tierras?. Dicen que Alá, Dios, les ha prometido esta tierra. Que nos muestren un documento con esta promesa escrita. Alá es el Dios de todos, no sólo de los judíos. No tenemos ningún derecho civil. Nadie nos pide nuestra opinión. No tenemos el derecho de decir que sí o que no. ¿Es ésta su democracia?. Desde hace 20 años nos tratan como a esclavos".

Ante otra barrera, un hombre nos hace señas desde un balcón. "Esperen". Baja corriendo las escaleras. Es profesor. "Los soldados llegaron", dice, "comenzaron a golpear a los muchachos, incluso muy jóvenes, de 10, de 12 años. Les molieron a patadas. 'Por el amor de Alá', gritó una mujer, 'dejad de pegarles'. Un soldado calla. El otro dice: 'Alá no existe, cállate mujer'". Un viejo se acerca al taxi y asegura: "Todo el mundo nos dice que nos vayamos. Pero yo he nacido aquí. Como mi abuelo, su padre y su abuelo. ¿Dónde voy a ir?. Nadie nos quiere, ni los Estados árabes, ni los europeos, ni los judíos".

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