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GOLPE FRUSTADO EN FILIPINAS

Cory Aquino afirma que no perdonará a los rebeldes

La presidenta de Filipinas, Cory Aquino, con el apoyo de su hombre fuerte, el jefe del Estado Mayor, general Fidel Ramos, superó en la jornada de ayer el octavo y más serio intento de derrocamiento en 18 meses de Gobierno, al rendirse los últimos sublevados en la capital, Manila, y en la ciudad de Cebú. Cory Aquino, de 54 años, quien apareció ayer nuevamente por televisión para anunciar la derrota de los amotinados, pidió con energía la detención de todos los participantes en la revuelta y dijo que no podía perdonar a los rebeldes "porque [su acción] no fue contra mí, sino contra el país entero".

Según los observadores, Aquino tendrá que poner fin esta vez a su política de reconciliación, que había convertido en la base principal de su Gobierno, si quiere mantener el respeto hacia su autoridad en los sectores más conservadores de las fuerzas armadas, y evitar la imagen de debilidad frente a los golpistas para poder conservar el amplio apoyo del que goza entre la población civil.El intento de golpe, según cifras oficiales provisionales, ha producido 55 muertos, 300 heridos y 705 detenidos, que fueron internados en dos barcos en la bahía de Manila. Aunque el líder de la rebelión, el coronel Gregorio Gringo Honasan, logró escapar en un helicóptero desde su acuartelamiento en Camp Aguinaldo, el general Fidel Ramos declaró ayer que la revuelta había sido absolutamente abortada.

Entre tanto, tropas leales montaban guardia con tanques y vehículos pesados en los accesos norte y sur de Manila, para impedir una eventual llegada de grupos aislados de rebeldes desde fuera de la capital. Las tropas leales mantenían ayer la situación de doble alerta roja ante informaciones no confirmadas según las cuales un grupo de unos 1.000 soldados rebeldes se acercaba por el Sur.

En las cercanías de Manila, la situación aún era confusa en la noche de ayer (media tarde en España). Un policía informó que vió pasar seis tanques con soldados rebeldes en Angelines, 40 kilómetros al norte de la capital, sin que se conozca su paradero. En otro incidente, tropas leales a Aquino interceptaron en la mañana de ayer a unos 40 rebeldes que penetraron en Manila en un tanque y dos vehículos militares y los condujeron detenidos a un campo militar, según declararon testigos presenciales.

El momento crucial, sin embargo, se produjo ayer en la madrugada de ayer (hora peninsular española) en Camp Aguinaldo, sede del cuartel general del Ejército, cuando un grupo de 167 soldados amotinados se rindió finalmente a tropas leales a la presidenta Aquino, según informó el número dos de Ejército, el general Eduardo Ermita. Los combates, que algunos habitantes de la zona calificaron como los peores habidos en la ciudad desde la II Guerra Mundial, incluyeron disparos de artillería y empleo de vehículos blindados, aviones de guerra y helicópteros artillados.

El general Ramos, de 59 años, cuyo poder ha emergido aún más fortalecido tras este nuevo pulso con los rebeldes, visitó Camp Aguinaldo dos horas después de la rendición y calificó de "traidor que abandona a sus hombres" al coronel Honasan, quien huyó ante la inminente derrota de su rebelión.

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Ramos dijo que muchos de los soldados rebeldes fueron engañados por sus superiores, quienes les hicieron creer que se trataba de ejercicios militares.

Las tropas leales también ocuparon en la mañana de ayer Camp Olivas, un foco de resistencia rebelde a 80 kilómetros al norte de Manila.

Otro centenar de rebeldes que habían tomado el aeropuerto de Legaspi, a 320 kilómetros al sur de Manila, abandonó el lugar en la mañana de ayer, tras pasar toda la noche esperando viajar a la capital para reforzar la defensa de Camp Aguinaldo.

El control de la situación pasó también a manos de las tropas leales en Cebú -la tercera ciudad en importancia de Filipinas, 600 kilómetros al sur de Manila-, donde el jefe de las fuerzas militares, general Edgardo Abenina, se había unido a los rebeldes. Abenina dimitió ayer tras declarar que nunca había pretendido derrocar a Aquino, sino sólo "apoyar a un grupo de valerosos soldados".

La derrota completa del movimiento sedicioso fue sellada por una declaración del ex ministro de Defensa y actual líder de la derecha filipina, el senador Juan Ponce Enrile, quien dijo que no tenía nada que ver con los golpistas.

Esta escueta declaración, hecha tras la derrota militar de los rebeldes, fue la primera manifestación pública de Enrile desde el inicio de los combates y ha parecido muy débil a los observadores, que insisten en vincularlo a la tentativa dirigida por Honasan, su amigo, discípulo y ex asistente en el Ministerio de Defensa.

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