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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Polonía, normalizada, pero menos

LA VERDADERA razón de ser del congreso del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) que se está celebrando en Varsovia es cerrar el proceso de normalización política. Y formalmente, las cosas transcurren como en los otros países del bloque soviético: el partido vuelve a figurar como el centro del poder; su congreso está sirviendo para definir las grandes opciones de la política del Estado; incluso el máximo líder de la URSS estuvo presente para otorgar un apoyo inequívoco al general JaruzeIski. Sin embargo, sería absurdo interpretar esa normalización en el sentido de que ya han sido borradas las huellas de los momentos excepcionales que el país ha vivido, particularmente desde 1980. Polonia conoció entonces uno de los movimientos obreros y populares más amplio y profundo de su historia: la fuerza impresionante alcanzada por Solidaridad obligó al partido y al Gobierno a legalizar a ese sindicato y a negociar con él. Muchos miembros del partido, incluso dirigentes locales y regionales, se pasaron a Solidaridad. Esta sacudida empezó a transformar aspectos esenciales de la vida social; se impuso un pluralismo cultural; la discusión política desbordaba los límites de lo tolerable dentro del llamado socialismo real, porque el partido comunista perdía su papel dirigente. Aparecía así, dentro del bloque soviético, algo que la URSS no estaba dispuesta a aceptar: el peligro del deslizamiento hacia un régimen político en el que el monopolio de los comunistas quedaba mediatizado.El corte brusco de esta evolución lo impuso Jaruzelski en diciembre de 1981; fue un golpe militar interior, sin intervención de tropas soviéticas. Solidaridad fue disuelta; miles de sus dirigentes y cuadros, detenidos. Con Jaruzelski -a pesar de que éste fue nombrado secretario general del partido-, los militares se hicieron cargo de la situación. El partido comunista había quedado vaciado de parte de sus efectivos, desmoralizado, marginado. Jaruzelski, apoyándose en el prestigio del ejército en la sociedad polaca, ha sabido graduar la represión. Puso en libertad a Lech Walesa al cabo de algún tiempo, y después, a otros dirigentes sindicales. La erosión y debilitamiento de la oposición se ha hecho así con olas de dureza mezcladas de ciertas liberaciones. El poder militar ha ido desmoralizando a una parte considerable de los que se habían sumado al movimiento popular encarnado por Solidaridad. La normalización actual significa, sobre todo, que la organización clandestina de dicho sindicato ha sido, en gran parte, destruida; con lo cual ha sido más viable volver a colocar -al menos externamente- las piezas clásicas del sistema, con el partido en el centro; aunque la recuperación de éste se haya hecho sin ningún componente ideológico, a base de funcionarios, tecnócratas y personas deseosas de hacer carrera.

Pero Polonia no es uno más de los países del bloque del Este; en el congreso del POUP, Jaruzelski ha presentado al movimiento de 1980 y a la oposición actual como movidos por el extranjero. Esta tesis, aparte de que está a años luz de una realidad que todo el mundo conoce, choca con los propósitos esenciales que se han formulado en el congreso de sacar a Polonia de la crisis por la que está atravesando. El hecho de que Gorbachov haya apoyado explícitamente esta concepción en Varsovia demuestra los límites de su política reformadora. Obsesionado quizá por lo ocurrido en 1956, cuando la desestalinización en Moscú provocó fuertes sacudidas en Polonia y Hungría, Gorbachov se guía hoy por un criterio que se puede resumir así: las reformas, los cambios, se hacen en Moscú; los demás, en todo caso, seguirán después.

Pero Polonia, por una serie de rasgos que le son propios, exige reformas específicas, soluciones nuevas, sin las cuales no podrá salir adelante. La realidad es elocuente: los planes para mejorar una situación económica grave han fracasado en lo fundamental. En el mundo cultural, la capacidad de influencia del poder es mínima, salvo en lo que depende de las palancas administrativas; el peso de la oposición es determinante, y permanece una red muy densa de literatura clandestina. La política de Jaruzelski lleva a agravar el enfrentamiento con la Iglesia, y es significativo que ésta haya aprovechado la coyuntura del congreso para intervenir en defensa de los presos políticos. En la sociedad polaca, la presencia de la oposición se manifiesta de las formas más diversas, y no es casual que Gorbachov haya evitado pasearse por las calles de Varsovia, como hizo en Budapest. Los principales líderes de la oposición, incluso desde la cárcel, insisten en que están dispuestos al diálogo con el poder; están convencidos de que tal diálogo es imprescindible para que Polonia pueda salir de su crisis, económica y política. El congreso del POUP proclama una normalización de fachada; pero no es posible ignorar ni la originalidad de la historia ni la realidad profunda de la Polonia de hoy.

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