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Un delincuente arrepentido solicita la ayuda del ministro de Justicia

Miguel María García-Romeu y Díaz de la Espina, de 27 años, heroinómano rehabilitado gracias a su propio esfuerzo, trabajador y delincuente, se entregó el pasado miércoles a la policía y se acusó de los robos que había cometido. El juez le puso en libertad provisional el sábado. Mañana irá al Ministerio de Justicia para solicitar que le ayuden a buscar un trabajo y una vivienda. "No sé si conseguiré algo, pero lo necesito para poder ver a mis hijos". Y Miguel, un hombre grande y fuerte, acostumbrado a buscarse la vida, no puede retener las lágrimas al hablar de sus hijos, Nacho, Sara y Laura.

Miguel es hijo de un coronel del Ejército de Tierra que tuvo 10 hijos en su matrimonio. "Mi madre, fanática religiosa, murió cuando yo tenía 10 años, y mi padre no podía hacer otra cosa que trabajar para sacar adelante ala familia". Miguel comenzó su carrera de expulsiones; primero, de la parroquia -"yo era muy religioso de pequeño, influido por mi madre, y rezaba por cualquier cosa"-, y luego, del colegio. Empezó a beber muy joven, a los 12 o 13 años, y desde entonces menudearon los pequeños conflictos familiares, huidas del domicilio familiar, capturas por la policía, escapadas nocturnas para alternar con los mariquitas de las noches madrileñas, consumo de anfetaminas -primero, ingeridas; luego, chutadas a la vena-; después, la heroína. "A los 14 años", dice, "yo ya estaba rebotado de todo". Y sufre su primera detención seria por falsificación de recetas. A los 18 años se casa, por la Iglesia, y su familia le consigue un empleo de repartidor, con furgoneta propia, "pero yo estaba muy enganchado con la droga y eso ha sido siempre mi ruina".El dinero no daba lo suficiente para mantener a su mujer y sus dos primeros hijos al mismo tiempo que para adquirir heroína. El matrimonio se disuelve. Miguel conoce a otra mujer, con la que tuvo otra niña, Laura, y trabaja, de nuevo como conductor, en Rumasa. Pero los conflictos de convivencia no desaparecen y la situación empeora continuamente. "Al final trabajaba toda la semana para cuidar en lo posible a mis hijos y robaba los días libres para mantenerme yo".

En estos años, Miguel robó en varios pisos, en una farmacia, en supermercados, y se acentuó su tendencia a la soledad. "Lo único que me tira son solamente mis hijos y mi familia. Nunca he pertenecido a ninguna banda. Hace poco, me refugié eh el piso de un hermano y conseguí otro trabajo, pero no superé el período de prueba. Estaba muy desconcertado, casi loco, y me di cuenta de que lo que realmente quería era poder vivir tranquilo. Por eso me entregué a la policía. Ahora estoy desenganchado y no tengo intención de inyectarme de nuevo.

Lo único que quiero es un trabajo y una casa para llevar una vida normal y ver a mis hijos. Ahora no puedo, y no quiero perderlos. Los necesito, y pienso que ellos me necesitan a mí".

Miguel irá el lunes a pedir ayuda al ministro de Justicia. No tiene más salida que ésa: conseguir que las autoridades crean en la verdad de sus intenciones y rehacer su vida.

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