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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El congreso del reajuste

Los CONGRESOS del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) son fenómenos singulares, que no pueden comprenderse simplemente asimilándolos a los congresos de partidos que conocemos en Occidente. El partido ocupa ideológica y constitucionalmente un lugar muy especial como fuerza dirigente en la URSS, y su congreso es el momento en que determina las orientaciones fundamentales que van a guiar la política soviética interior y exterior, desbordando, incluso con frecuencia, el ámbito político y dictando los objetivos a los que debe aspirar la creación artística y literaria. Es sintomático que, dentro de los meandros complejos de la historia oficial soviética, los congresos del partido nunca cometan errores. Stalin puede ser tachado de criminal en un momento dado; Jruschov, de incapaz e irresponsable; pero el congreso, en cambio, no se confunde jamás porque detenta a la vez la verdad de la teoría, del marxismo, y la verdad de la historia. Es obvio que todo esto es ideología más o menos desgastada y que la práctica se dedica muchas veces a triturar, si hace falta, lo que un congreso ha decidido. Pero ello no disminuye ese valor casi mítico de los congresos del PCUS.Sin embargo, muchos han sido de pura rutina. No resulta fácil recordar lo que han aportado los cuatro que se celebraron en la época de Breznev. Por eso ahora se tiende a recordar sobre todo el 20º Congreso, el del deshielo y el de la bomba del informe secreto de Jruschov, denunciando el estalinismo, que significó un golpe de timón radical en la historia de la URSS. ¿Qué lugar va a ocupar este 27º Congreso que empieza hoy en Moscú? Desde luego no va a ser de rutina. Pero tampoco va a, significar un viraje sensacional de los que conmueven de golpe la opinión mundial. Lo más probable es que sea un congreso de reajuste, por buscar una expresión castellana que recuerde el significado que ha tomado en los medios moscovitas la palabra hoy de moda, perestroika. Muy característico de este congreso es que Gorbachov llega a él habiendo cambiado ya bastantes cosas, y sobre todo bastantes hombres. Un tercio de los secretarios regionales (cuyos poderes son enormes en ese continente que es la URSS) y aproximadamente un tercio de los cargos ministeriales han sido sustituidos. Ha sido la jubilación de casi una generación de dirigentes veteranos, anclados desde hace décadas en los puestos decisivos; a la vez, incluso entre personas más jóvenes, Gorbachov ha eliminado, a su principal rival, Romanov, y ha asentado su poder en la cumbre del Kremlin antes del congreso. Jruschov no pudo hacer nada parecido ni siquiera en el 20º Congreso. Estamos ante un estilo de cambio distinto, más lento, más gradual, aunque no parece menos tenaz e inflexible; queda por ver si logra ser eficaz a la larga.

Ha sorprendido que Gorbachov lanzase seis semanas antes del congreso, sus trascendentales propuestas sobre desarme. ¿Por qué no utilizó para ello la tribuna congresual, como siempre ha ocurrido? Sin duda aquí reside una de las claves del actual momento: a Gorbachov no le basta hacer alarde de sus buenas ideas; necesita demostrar que después de la entrevista de Ginebra se abren en serio nuevas posibilidades para avanzar hacia el desarme. No cabe duda de que, a partir de las propuestas de Gorbachov del 15 de enero, el diálogo con la Casa Blanca se ha hecho más concreto y prometedor. En la carta que acaba de enviar a Moscú, Reagan acoge una parte importante de dichas propuestas, concretamente sobre supresión de los euromisiles. Gorbachov puede presentarse ante su congreso, sin duda con toda la propaganda antiimperialista de rigor, pero a la vez con cierto optimismo de cara a la disminución de armamentos. Y esta carta es probablemente esencial para poder derrotar actitudes tradicionales ancladas en el partido y el Ejército, y que se resumen en querer supeditar todo el desarrollo económico a los imperativos militares, lo cual equivale a bloquear cualquier esfuerzo reformador.

En el terreno interior, una serie, de cambios ha sido ya emprendida en los últimos meses; la nueva redacción del programa del partido ha indicado a la vez un techo bajo ante cualquier novedad ideológica. El congreso indicará sin duda qué reformas serán abordadas con prioridad. Y contestará quizá a esta pregunta: ¿quiénes son, en el fondo, los gorbachovianos? Uno de los mejores especialistas de EE UU sobre temas soviéticos, Seweryn Bialer, acaba de responder: son los tecnócratas; van, pues, a dar más eficacia a la economía soviética, pero hay que desechar toda ilusión de liberalización política. Sería efectivamente erróneo creer que la voluntad de reforma, indudable, de Gorbachov y su equipo tiene objetivos liberales o democráticos. Pero hace falta situar esa llegada de los tecnócratas al poder en el marco soviético, en el que necesitan desplazar a los clásicos burócratas de la nomenklatura, cuyo absolutismo es tanto mayor porque se asienta en la incompetencia. El futuro no dependerá tanto de las simpatías mayores o menores que pueda tener Gorbachov por las ideas liberales, sino mucho más de que se afiancen nuevas elites, sin duda de mentalidad tecnocrática, pero que necesitarán para el propio progreso económico una mayor apertura hacia Occidente y una flexibilización de la vida social y cultural. Pequeños pasos hoy en ese sentido pueden abrir perspectivas impensables hace unos años. Ello realza la importancia del congreso que hoy se abre en el Kremlin.

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