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Reportaje:

La revolución conservadora, sueño cumplido de Reagan

Francisco G. Basterra

Ronald Reagan inicia el próximo martes su sexto año en la Casa Blanca, y la revolución conservadora esperada por sus partidarios más derechistas no se ha producido. El presidente, que dentro de 15 días cumple 75 años, una edad nunca alcanzada en el poder por ninguno de sus antecesores, acaba de demostrar su esencial pragmatismo al desechar una acción militar contra Libia y evitar una "respuesta viril", como le aconsejaban algunos de sus asesores y que hubiera sido aplaudida por la mayoría de la opinión pública, inmersa en la ola de patriotismo que él mismo ha provocado en EE UU.

El presidente más ideológico de las últimas décadas, que afirmó que la Unión Soviética era un "imperio diabólico", ha atenuado su retórica anticomunista y busca un acuerdo con Moscú, con cuyo líder se ha comprometido en un proceso de cumbres periódicas, lo que para los ultras es una traición. La falta de respuesta a la detención por Irán, en aguas internacionales, de un mercante norteamericano, que en cualquier otra Administración republicana o demócrata hubiera obtenido una contestación, es otro ejemplo de lo anterior. "No me voy a tirar por el precipicio con la bandera norteamericana desplegada", advirtió recientemente Ronald Reagan a los conservadores explicando que intentar conseguir de golpe toda su agenda política, que incluye la prohibición del aborto, el rezo obligatorio en las escuelas y el desmantelamiento de la legislación de los derechos civiles, es la mejor forma de no lograr nada.

La vía del pragmatismo

El ministro de Justicia, Edwin Meese, un cruzado de la ultraderecha, está librando una batalla para acabar con el sistema de cuotas que obligan al Gobierno al empleo de minorías en la Administración y empresas públicas. Reagan, que, en la noche del 6 de noviembre de 1984, cuando aplastó en las urnas a Walter Mondale, afirmó "aún no habéis visto nada", ha elegido la vía del pragmatismo y del compromiso, decepcionando a la nueva derecha, a la mayoría moral y a los neoconservadores.El camino del pragmatismo puede llevar al presidente este mismo año, o en 1987, a subir los impuestos, a pesar de su promesa de no hacerlo, y a recortar el presupuesto de defensa a niveles inferiores a los de Jimmy Carter, después de rearmar masivamente a Estados Unidos en sus primeros cinco años de mandato. Con un índice de popularidad de un 63%, jamás disfrutado por presidente alguno en su segundo mandato, Reagan se puede permitir cualquier cosa con la casi absoluta seguridad de que los norteamericanos no le harán responsable. La opinión pública no se fija en detalles cuando los ciudadanos están disfrutando de algo tan real como el comienzo del cuarto año de prosperidad económica ininterrumpida. Nadie ha criticado que en la última conferencia de prensa el presidente peor informado de la historia de la República cometiera, en los dos primeros minutos, tres errores fácticos de bulto que no se le hubieran consentido a Nixon o a Carter.

Después de presidir el mayor rearme de la historia de este país, el presidente se dispone, obligado por un déficit presupuestario que supera los 200.000 millones de dólares, a aceptar una notable reducción del aumento del presupuesto militar. De hecho, el presupuesto del Pentágono para 1986, debido a las reducciones que deberá sufrir en las próximas semanas para cumplir los techos del déficit impuestos por la legislación Gramm-Rudman, es inferior en términos reales al de 1985. Para el año fiscal 1987, que comenzará el próximo octubre, Reagan lucha por lograr un modesto aumento del 3%, según sus proyectos primitivos, para la maquinaria militar norteamericana después de ajustar la inflación.

Los sectores más conservadores, que no han logrado la influencia que esperaban en la Administración, no tienen un candidato claro para las presidenciales de 1988 y temen que el reaganismo sea sólo un episodio en la historia política, de EE UU y no el reajuste definitivo con que soñaban. El presidente, que físicamente aparece como si no hubiera sufrido un cáncer hace sólo seis meses, y políticamente sigue rompiendo los esquemas a sus críticos, no está dispuesto a perder su puesto en la historia como un hombre de paz y moderado, objetivo que empuja decididamente su principal asesora política, su esposa Nancy, a cambio de conseguir el aplauso de un electorado que se considera minoritario, aunque fuera importante en la movilización que produjeron sus dos victorias.

Esta frustración explica que se comience a hablar de que los fundamentalistas, la derecha más activa que trabaja al amparo de las iglesias evangélicas, intentarán presentar en 1988 la candidatura a la Casa Blanca del pastor Pat Robertson. Es tan buen comunicador como Reagan y domina la televisión, desde la que se dirige todas las semanas a decenas de millones de norteamericanos a través de su emisora Christian Broadcast Channel.

La irritación provocada en los sectores más ultramontanos por el centrismo y las consideraciones pragmáticas que presiden la política de Reagan ha forzado a Jerry Falwell, el líder de la llamada mayoría moral, que según sus críticos no es ninguna de las dos cosas, a quitarse la careta. Este grupo de presión religiosa, que estaba haciendo política tras el escudo de la religión y la moral tradicional y que logró, en 1984, con una campaña nacional, registrar a dos millones de nuevos votantes, ha anunciado que abandona su nombre y adopta el de Liberty Federation. De cara a 1988, Falwell tratará con su fundación de influir abiertamente en la designación y elección del sustituto de Reagan. El vicepresidente, George Bush, hasta ahora el más probable candidato en el seno del Partido Republicano, está cortejando a los sectores ultraconservadores para despejar dudas sobre su supuesto excesivo liberalismo. Patrick Buchanan, el director de comunicaciones de la Casa Blanca, un ideólogo derechista que no ha conseguido imponer sus criterios en la mansión presidencial, sólo habla de que estamos viviendo "la edad de plata del conservadurismo" y se conforma con lograr que el candidato presidencial a la presidencia "no pueda elegirse sin contar con nosotros".

Ola de patriotismo

Reagan triunfó en 1984 sin un programa concreto, sin promesas o agenda que cumplir, lo que no le ata las manos en su segundo mandato. El inmenso apoyo electoral se produjo fundamentalmente porque pudo presentarse como el político que logró devolver el optimismo y el orgullo a Estados Unidos, capitalizando el eslogan populista de "America is back" (América ha vuelto). Esta ola de patriotismo es lo que los conservadores quisieran plasmar en legislación favorable a sus intereses. Su éxito reside sobre todo en la aplicación sin complejos de una política flexible, que no se siente prisionera de los sectores más conservadores que tantas esperanzas pusieron en su elección a la presidencia.La ultraderecha, cuyos reductos están en la mayoría moral, el Conservative Caucus o la Fundación Heritage, afirma que Reagan está demasiado ocupado con el control de armas y los temas económicos para luchar por la agenda conservadora. Para estos sectores, la gran esperanza es la influencia que pueda ejercer sobre el presidente el ministro de Justicia, Edwin Meesse, un íntimo amigo de Reagan que fue hombre clave en la Casa Blanca en el primer mandato y que en los años sesenta, como fiscal del condado de Berkeley, procesó a más de 800 estudiantes rebeldes de la Universidad californiana. Para muchos, Meesse es el "último reaganista" que enarbola la bandera del programa conservador del presidente.

"Mis ideas son paralelas a las de Reagan y él tiene el mandato de la inmensa mayoría del pueblo", responde Meesse a sus críticos. El ministro de Justicia está dando una batalla contra los jueces activistas, trata de reducir los derechos de los detenidos y critica al Tribunal Supremo, que, en su opinión, se ha convertido en un poder político y legislativo en su labor de interpretación de las leyes. Uno de los objetivos prioritarios de los conservadores es influir en el sistema judicial forzando el nombramiento de jueces ideológicamente afines.

Su gran sueño sería que Reagan alterara antes del fin de su presidencia la composición del Supremo, a lo que legalmente tiene derecho, para conseguir, por ejemplo, una sentencia que rectifique la legalización del aborto, algo para lo cual los derechistas carecen de los suficientes votos en el alto tribunal.

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