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La violenta recreación de Euskadi

Fernando Reinares

A finales del pasado siglo, el nacionalismo vasco había creado Euskadi. ETA lo recrea. ETA es la violenta recreación de Euskadi. Coloca su primera bomba en julio de 1961, cuando los medios eran todavía precarios y la militancia muy reducida. Pese a ello, en mayo de 1962 celebra su primera asamblea, donde se autodefine como "movimiento revolucionario vasco de liberación nacional creado en la resistencia patriótica". No tardará en producirse en la incipiente organización un intenso debate en torno al uso de la violencia. En 1964, ETA Publica un documento de significativo título: La insurrección en Euskadi. En él se sientan las bases en favor de lo que da en denominar como lucha armada. Se aduce para ello que no cabe otra opción frente a la represión franquista. Sin embargo, algunos datos revelan ya que nos encontramos ante la elaboración de un teorema del terror cuyo delirio perpetuará bajo la democracia los argumentos esgrimidos frente a un régimen autoritario. El ingrediente que produce tan obnubilada distorsión no es otro que la mística nacionalista. En uno de los textos que servirán como armazón ideológico a ETA se decía: "Es una obligación para todo hijo de Euskal Herría oponerse a la de snacionaliz ación, aunque para ello hayan de emplearse la revolución, el terrorismo y la guerra". Estamos ante una de las formulaciones clásicas del trance nacionalista: el milenarismo. Milenarismo que consiste en la actitud de atribuir un valor absoluto al objetivo de la independencia nacional. Es precisamente esta concepción la que conlleva el cinismo de un fin exclusivista que bendice todos los medios. Aquí encuentra acomodo el recurso a la violencia y el terrorismo. A la postre, ejercitarlo en un contexto de dictadura o democracia es accesorio: nada ha de cambiar hasta el día de la paradisiaca liberación final.A lo largo de la tortuosa evolución de ETA se hará patente una tensión irresoluble entre los postulados del milenarismo separatista y la eventual lucidez de una práctica no sujeta a dogmáticas absolutizaciones de lo político. Tal será el caldo de cultivo de sucesivas escisiones. La primera no tardará en producirse. En 1965, las circunstancias permiten que la oficina política de ETA quede en manos del sector más obrerista de la organización, tradicionalmente menos nacionalista y más inclinado a la acción de masas que al predominio de una estrategia basada en las armas. En efecto, no fue tanto el marxismo lo que indujo a la violencia como el fanatismo nacionalista. El temor de aquella tendencia radicaba en que la organización entera quedase polarizada por una actividad de carácter militar. Dicha dirección será pronto contestada, formalmente acusada de desviacionismo españolista y expulsada en 1966, con motivo de la V Asamblea de ETA. La facción nacionalista acabará haciéndose con el control del aparato, ahora reestructurado en diversos frentes. Se acepta, a partir de entonces, el principio de la espiral acción/represión/acción, estrategia que se materializará con el inicio de las operaciones terroristas propiamente dichas en 1967 y en 1968 con los primeros asesinatos. Pese a todo, en 1970 ETA se encuentra de nuevo dividida y en un estado crítico. La represión

ha hecho estragos, y ello, unido a la falta de cohesión interna, provoca una situación casi agonizante. Pero el espectáculo ofrecido con motivo del proceso de Burgos hizo revivir a ETA de entre sus cenizas.

Celebrado a finales de 1970, en el proceso de Burgos son inculpados 16 nacionalistas vascos, acusados, entre otros presuntos delitos, de bandidaje, rebelión militar y terrorismo. La repercusión nacional e internacional del acontecimiento fue extraordinaria. El carácter publicitario y propagandístico del terrorismo contemporáneo determinó que aquel proceso supusiera para ETA un importante triunfo: será el acicate que permita a la organización recomponerse. El franquismo se convertía así en valedor de ETA, a la que buena parte de la opinión pública otorgaba una imprecisa simpatía, en la falaz convicción de que se trataba de jóvenes que ejercían una bizarra resistencia contra la ominosa dictadura.

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Tamaña mitificación era un espejismo que, cual oneroso lastre, acompañará las disquisiciones de una sociedad persuadida de que la instauración de la democracia acarrearía como inevitable la desaparición del terrorismo. Pero ETA no luchaba contra la dictadura, sino contra esa comunidad política que llamamos España. Ya lo habían advertido: "El antifranquismo lucha contra Franco como si no hubiera represión española sobre Euskadi. Nosotros luchamos contra la opresión española sobre Euskadi como si no hubiese Franco".

Meses después de su VI Asamblea, ETA reivindica el sorprendente y enigmático atentado que puso fin a la vida del almirante Luis Carrero Blanco. Corría el invierno de 1973 y el franquismo perdía al titular y garante de la continuidad. El previsible agotamiento de tan acaudillado régimen cataliza la reflexión en algunos sectores de la organización clandestina. Pensar es algo frecuentemente subversivo en colectivos articulados casi exclusivamente por la coordinación jerárquica e imperativa de las pistolas, y no en vano será, una vez más, ocasión de cisma. Aunque la lucha armada no era aún cuestionada en el seno de ETA, la creciente autonomía y prepotencia del frente militar se hacía insoportable para el frente obrero. En la cúpula dirigente predominaban las tesis proclives a conciliar la actividad armada con una acción política de masas. El frente militar critica duramente tales posiciones y opta por reducir el aparato a una estructura militar. Es así como se consuma, en el otoño de 1974, la ruptura entre ETA Militar (ETAm) y ETA Político-militar (ETApm).

Alborea la transición y, con ella, la liza de diversos intereses por un acceso privilegiado a la nueva redistribución de poder e influencia. Es el momento en que cristalizan las matrices que habrán de informar la ulterior evolución de ETA, en virtud de valoraciones diferentes y, a posteriori, antitéticas. ETAm no altera su estrategia. El obcecamiento en la lucha armada agota cualquier atisbo de reflexión crítica. Tras haber estado al borde mismo del desmantelamiento, la rama político-militar alcanza 1976 sumido en graves controversias internas. En la organización se especulaba ya con el hecho de que España estuviera en el umbral de una democracia liberal. Tal posibilidad requería subordinar la práctica armada al quehacer político. Para ello se elaboró la teoría del desdoblamiento o disociación funcional entre una acción política, necesitada de mayor capacidad, y la lucha armada, que debería perder su carácter ofensivo. Lo trascendental de dicha propuesta es que postulaba la creación de, un partido político, lo cual constituye el inicio de un proceso encaminado a paliar la desatada violencia emanada del conflicto nacionalista. De tal suerte que aquel partido vendrá a ser Euskal Iraultzarako Alderdia (EIA), germen de lo que después sería Euskadiko Ezkerra, formación comprometida institucionalmente y mediadora de lo que, entre 1981 y 1982, supondrá el abandono de la violencia y autodisolución de la VII Asamblea de ETApm.

Con frecuencia se minimizan o ignoran las diferencias entre ETAm y ETApm, decantadas en el período al cual acabo de hacer referencia. Empero son respuestas netamente distintas a la tensión bipolar generada entre la actividad política y la lucha armada, con el trasfondo de una eventual restauración democrática. La dinámica de ETApm acarreará la adopción de cauces institucionales, formales y legítimos, y la consiguiente desaparición de toda cobertura violenta. La existencia de aquellos canales es lo que provoca el paulatino aislamiento social y político de la lucha armada. Es así como ETAm se apercibe de que la efectiva consolidación de un régimen democrático en España supondría su propia extinción. De tal modo que invertirá los términos del binomio descrito para, lejos de conformarse en respaldo a una acción de masas, vertebrar a su dictado una cobertura social amorfa y sin mayor contenido político que la simple reivindicación nacionalista radical. Es lo que con posterioridad conoceremos como Herri Batasuna. El terrorismo se perpetúa así mediante la alevosa disolución de lo político y su sublimación en una práctica elitista de la violencia. Violencia que en Euskadi aparecerá cada vez más vinculada a un ente que pretende ser abiertamente militar. El definitivo distanciamiento entre las dos ramas de ETA se producirá cuando el partido auspiciado por la facción político-militar decida concurrir a las elecciones constituyentes convocadas para junio de 1977. Con tal motivo, los comandos especiales beriziak, de ETApm, decidieron escindirse e integrarse en ETAm, aunque algunos de sus militantes renunciaron a tal incorporación para crear un nuevo grupo terrorista: los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Acaso este nuevo grupo no sea más que una fundación ad hoc instaurada para llevar a cabo operaciones particularmente desagradables y problemáticas, que ETAm no se atrevería a rubricar.

Tras las primeras elecciones generales, pese a la amnistía o la concesión de un régimen preautonómico para el País Vasco, la cifra de víctimas mortales de ETA se multiplicó. El terrorismo recrudeció su frenesí a medida que concluía la transición política, al ser promulgada la Constitución de 1978, abriendo de este modo una singladura hacia la consolidación democrática. Se beneficiaba para ello de los engranajes de la extorsión económica y de la actividad de los comandos legales. Pero la nueva ofensiva supuso también un súbito e importante salto cualitativo. En julio de 1978, ETAm asesina por primera vez a un general del Ejército. Daba así comienzo una estrategia de provocación dirigida directamente contra las fuerzas armadas- y destinada a alimentar las tentaciones involucionistas que todavía anidaban en sectores muy determinados de la burocracia castrense. ETAm había asegurado que las elecciones del 15 de junio "no fueron más que una trampa para legitimar como democrático un régimen que, en lo fundamental, es una dictadura militar". Tenía que demostrarlo, y nunca lo hizo. Pero su ilusorio empeño produjo graves trastornos en la gobernabilidad del sistema político.

La emergencia del terrorismo es inseparable de disonancias percibidas en la legitimación de las instituciones políticas. El terrorismo es epifenómeno de un inflamable conflicto generado en Euskadi por el nacionalismo vasco, de cuyo ideario extrajo ETA una visión deslegitimadora del Estado y la actitud hostil necesaria a toda voluntad de contienda: "En ella", proclamaba ETA, "no habrá no-beligerantes, sino únicamente patriotas o traidores". El referéndum constitucional resultó insuficiente para regular este contencioso nacionalista en Euskadi, único lugar donde no obtuvo el refrendo. mayoritario de la población. El hegemónico Partido Nacionalista Vasco (PNV) había propugnado la abstención, con lo que iniciaba un comportamiento caracterizado por la ambigüedad para con las instituciones de la nueva monarquía parlamentaria. Ambigüedad que, sin embargo, devino soporte implícito del terrorismo, al perpetuar el déficit de legitimación con el cual la democracia había llegado a Euskadi. Las condiciones que posibilitaron aquella laguna sólo pudieron ser superadas en 1979, con la aprobación del Estatuto de autonomía, aceptado por ETApm y rechazado por ETAm. A partir del Estatuto de Guernica, el terrorismo ya no muestra sino su faz de mecanismo fanático y ciego, diseñado con el fin de crear y recrear la mítica identidad nacional.

Fernando Reinares es sociólogo y licenciado en Ciencias Políticas. En 1984 obtuvo el Premio Justicia y Paz. Ha publicado, entre otros, los libros Terrorismo y sociedad democrática y Violencia y política en Euskadi.

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