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Página sobre José Bianco

José Bianco es uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos. La explicación es fácil. Bianco no cuidó su fama, esa ruidosa cosa que Shakespeare equiparó a una burbuja y que ahora comparten las marcas de cigarrillos y los políticos. Prefirió la lectura y la escritura de buenos libros, la reflexión, el ejercicio íntegro de la vida y la generosa amistad. Su obra general es parca, ya que la ha pensado y limitado. Los manuscritos que precedieron al texto que el autor dio a la imprenta no se dejan sentir; lo que leemos de él nos parece espontáneo, aunque sin duda no lo es. Yeats dictaminó que un solo párrafo puede exigir muchas horas; pero si no parece el don de un momento, nuestro tejer y nuestro destejer son inútiles. Como el cristal o como el aire, el estilo de Bianco es invisible. Las palabras, aunque armoniosas, no se interponen entre el autor y los lectores. Éste es un modo de afirmar que su estilo es clásico. En el caso de lo barroco, se advierten más los medios que los fines; las palabras resaltan y su propósito es lo de menos. Las páginas de José Bianco nos confían, casi imperceptiblemente, una historia que nuestra imaginación agradece y de la que no podemos descreer. Esta virtud no es común.He confesado alguna vez que soy demasiado tímido para ser un buen lector de novelas. Me siento perdido entre tanta gente. Cuando era joven me gustaba olvidarme entre las multitudes de Dickens, de Hugo o de los rusos; ahora me siento tan incómodo en esas turbas como en una sesión académica, en un banquete o en una fiesta de fin de año. Decididamente, no soy the man of the crowd. En las novelas de Bianco no abundan los fastidiosos personajes; a los protagonistas se les suman escasas personas, que también cumplen roles protagónicos. Éste es otro de sus aciertos de narrador. Recuerdo gratamente la lectura de su novela Sombras suele vestir, palabras que proceden de Góngora. En ella, Bianco nos cuenta una historia donde, tal como sucede en la realidad, lo cotidiano y lo fantástico se entretejen. Ayuda a lo fantástico la gravitación de la Biblia, tantas veces recordada y citada por los protagonistas.

A José Bianco le debemos las siguientes obras: el volumen de cuentos La pequeña Gyaros, las novelas Las ratas, La pérdida del reino, Sombras suele vestir y los magníficos ensayos de Ficción y realidad. Más tiempo ha consagrado a la desinteresada, y sutil tarea de traductor. Ha vertido al castellano unos 40 textos; recuerdo ahora su admirable versión del más famoso de los cuentos de Henry James. El título es, literalmente, La vuelta de tuerca; Bianco, fiel a la complejidad de su artífice, nos da Otra vuelta de tuerca.

Quienes hoy se llaman intelectuales no lo son en verdad, ya que hacen de la inteligencia un oficio casi insolente o un instrumento para la acción. Bianco, que sin duda lo es, jamás hace alarde de esa condición y la maneja con parquedad y prudencia. Pocos hombres de letras he conocido con la sensatez de José Bianco.

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Hace años que me honra con su clara amistad; durante esos años me ha sido dado comprobar su vasta y viva curiosidad literaria, que abarca las más diversas y dispares épocas de la historia y de la geografía.

José Bianco nació en Buenos Aires, a finales de 1908, año en que la esperanza era fácil. Cultivó con dedicación especial el francés y el inglés. Durante mucho tiempo fue secretario de redacción de la revista Sur y, de hecho, director, ya que elegía los originales y vigilaba la puntuación en casos de duda. Recuerdo una polémica oral con Roger Caillois. Éste había afirmado que Jesús nunca habló del infierno; Bianco, esa misma noche, le trajo una quincena de ejemplos de esa palabra terrorífica que los evangelios registran.

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