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Reportaje:

Sierra Pelada, la mayor mina de oro de Brasil

200.000 buscadores del dorado metal recorren todas las zonas de Brasil en las que se piensa que puede encontrarse oro. Sierra Pelada tiene, con diferencia, la mayor aglomeración de garimpeiros y, en 1983 se extrajeron oficialmente 15 toneladas de oro, al margen de la importante cantidad que fue desviada hacia el mercado negro.

La vedette Rica Cadillac bailaba en el escenario cuando sintió un vigoroso mordisco en el trasero, que exhibía generosamente. Se asustó, la platea aplaudió con delirio, y el autor del mordisco, un viejo que había subido rápidamente al escenario, agradeció la ovación. Cuando el espectáculo terminó, la platea -formada por unos 800 hombres y ni una sola mujer- estaba exhausta. El viejo logró pasar por la guardia de seguridad, entró al cuartito donde Rita Cadillac todavía temblaba de emoción y susto, y depositó en sus manos una piedra del tamaño de una naranja. Valía casi 60.000 dólares. Era una piedra de oro. El viejo no pidió nada a cambio de la piedra. Era el precio del mordisco más enloquecido de su agitada vida.Cosas así ocurren a cada momento en Sierra Pelada, un gigantesco conglomerado de carpas y casitas mal construidas en el estado de Pará, en la Amazonia. Sierra Pelada es una mina de oro, la mayor mina del Brasil. allí viven unos 80.000 mineros -que- en Brasil son llamados garimpeiros-, y unos cuantos comerciantes. En Sierra Pelada se produce, según los registros oficiales, el 25% de todo el oro brasileño. Allí nacen y mueren fortunas todas las semanas. Allí nacen leyendas de millonarios que juegan todo en una noche de fortuna y amor, o de hombres que amanecen sin saber qué comer y anochecen dueños de millones. La fiebre del oro de Sierra Pelada nació hace cuatro años, y sigue en todo su vigor. En 1983, 15 toneladas de oro fueron arrancadas de las entrañas de Sierra Pelada. Eso, según los datos oficiales. Porque toda la gente sabe que por lo menos otro tanto fue desviado a través del contrabando de oro, una práctica contra la cual nadie jamás lográ descubrir ningún remedio, desde los tiempos en que Portugal tenía un rey y ese rey tenía una colonia llamada Brasil.

La producción brasileña de oro en 1983 fue, oficialmente, de 55 toneladas, lo que significó para los anímicos cofres nacionales poco más de 700 millones de dólares. Entre enero y diciembre del año pasado, los garimpos produjeron 45 toneladas.

Los garimpos. Así se llaman esas minas en los locales menos esperados: lechos de río, barrancas, montañas en medio de la selva. Los garimpos nacen, viven un tiempo, y luego se mueren. En los garimpos la extracción del oro es manual. Ella es hecha por batallones de hombres duros que se meten durante varias horas en el agua de ríos angostos y perdidos, o abren la tierra con instrumentos rudimentarios. Un mundo de aventureros, donde campesinos fracasados se mezclan con médicos o motoristas o ingenieros o comerciantes o ladrones, todos teniendo por lo menos dos cosas comunes: algún fracaso irremediable y el gran sueño. El brillo rápido y mágico entre las piedras sacadas del fondo del río, el rayo amarillento en el cuerpo de la piedra arrancada de la Lierra. El sueño del oro. Por lo menos 200.000 garimpeiros trabajan hoy día por todo el Brasil. La voz corre: hay oro en tal parte. Y centenares de hombres siguen la voz hasta los confines más perdidos del país. En 1983, la mineración mecánica produjo poco, más de nueve toneladas de oro en Brasil. Los garimpeiros sacaron más de 46.

Hay garimpos principalmente en la Amazonia. Todo el oro que producen es vendido al Estado. Eso, en teoría, ya que la mitad de la producción desaparece por la vía rápida del contrabando. Los contrabandistas pagan lo mismo que el Estado. Pero el garimpeiro, cuando llena las manos de piedritas de oro y se enloquece, vende todo al primero que aparece. Lo importante es vivir la vida de rey que siempre soñó. Si el que le da esa vida es el Gobierno o un contrabandista, poco le importa.

Los garimpeiros ayudan a la vida nacional. Pero la vida en los graimpos es dura. El fin de semana empieza al mediodía del domingo y termina al amanecer del lunes, a las seis de la mañana de un día cualquiera -un sábado, por ejemplo- una procesión de hombres camina rumbo a los barrancos de Sierra Pelada. A las ocho de la mañana, los altavoces de Sierra Pelada suenan primero el himno nacional, y luego el precio del oro en aquel día. Eso, en medio de la selva. Bajo el sol feroz. Entonces, el día está oficialmente inagurado, y todos se ponen a trabajar.

La vida es comunitaria: todos participan de todo, pero el oro de cada uno le pertenece. No hay robos. A cada momento, llega un circo, o algún aventurero más atrevido, alquila una avioneta y lleva a Sierra Pelada bailarinas que son, en el fondo, casi suicidas. Para cada bailarina, es necesario poner un batallón de guardaespaldas. Eso rinde más que el mismo oro. Porque más que los buscadores de oro, los que. tienen ganancias en Sierra Pelada son los comerciantes. La ley es dura: los que pelean son expulsados del garimpo. Allí no hay bebidas alcohólicas ni mujeres. El trago y las mujeres están lejos, en Marabá o Belén, a muchas horas de arriesgado vuelo. El garimpeiro sólo va a las ciudades grandes cuanto tiene con qué comprar sus sueños. Muchas fortunas ruedan para siempre en interminables noches de delirio. Luego, el dinero acaba. Muchas veces el garimpeiro pide prestado para poder volver a la mina. En pocos meses más, volverá para comprar nuevos sueños. Muy pocos logran comparse una nueva vida.

Las historias son muchas. Como la del garimpeiro llamado Indio, sin nombre ni apellido. Él pasó un año y siete meses sin salir de Sierra Pelada. Un día, logró arrancar 13 kilos de oro. Lo vendió. Nunca había visto tando dinero en la vida. Agarró la primera avioneta para Belén, donde se quedó tres semanas. Compró de todo. En 20 días, estaba pobre como antes. Volvió a la mina. En Belén dejó una mujer llamada Ángela. Un año después, el Indio encontró una piedra de casi 20 kilos de oro. Su foto apareció en los periódicos y él volvió a Belén, pero Ángela ya no estaba. Se había ido con un camionero.

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