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Reportaje:

Muertes a la sombra de los manzanos

La comarca de Ferrol registra el mayor índice de suicidios de España. Tres hombres, sin relación entre sí, pusieron fin a sus vidas el pasado martes

Manuel Rivas

Fue durante la misma mañana del martes 27 de septiembre. Bien temprano. Nicolás Sampayo Penedo, de 61 años, casado, con dos hijos, carpintero-ebanista, alto, corpulento, había bajado, como cada día, desde la parroquia de Laraxe, donde nació y vivía, hasta el pequeño aserradero cercano al muelle de Maniños, en el municipio de Fene, donde trabajaba en compañía de su hijo y otro operario. Eso sí, era un poco más temprano que de costumbre. Le encontraron colgado de una viga. Como también encontraron, a muy pocos kilómetros, a Aquilino Iglesias Rodríguez, de 68 años, casado, vecino de Cobas, y a Albino Pena Seco, de 57 años, de As Pontes de García Rodríguez. Ellos se levantaron con el mismo propósito, hicieron el último recorrido mientras amanecía y se ahorcaron en sendas bodegas próximas a su domicilio. Todos ellos dejaron un signo, un papel, un recuerdo.

Testigo de excepción

"La carta que más me sorprendió", dice Xaime Quintanilla Rico, "fue la de un suicida que puso como remite el nombre del cementerio, la fila y el número de su nicho". Quintanilla Rico es un testigo de excepción de este drama latente. Actual alcalde de El Ferrol, actuó como médico forense en la comarca desde 1957 hasta su primer nombramiento, en las elecciones de 1979, llevando a cabo 250 autopsias de personas que se privaron de la vida. La comarca de El Ferrol registra el mayor índice de suicidios de toda España, 9 al año por cada 100.000 habitantes. En esta tétrica estadística, la media en Galicia es de 7,5, casi el doble de casos que en el resto."Los hombres que se suicidan superan casi siempre la cuarentena. Los tres de ese martes fatídico de septiembre tenían seis décadas sobre la espalda. Las mujeres, no. Las mujeres se suicidan jóvenes, entre los 15 y los 34 años, y la mayoría -y mucho más antes de los años sesenta- eran solteras embarazadas. ¿Sabe usted?, en los mensajes escritos los viejos suelen escribir la palabra tristeza, y los jóvenes siempre hablan de tierra".

"Si se les mirara a mis suicidas la renta per cápita", dice Quintanilla Rico, "se comprobaría que todos la tenían muy baja". Y lo dice con cierta ironía, aludiendo al tópico del suicida nórdico, nadando en la abundancia y sumido en el tedio. También rechaza el recurso a la mitología, a la tradición o a una suerte de rito milenario para explicar tan frecuente inclinación. "Mire usted, es la depresión, y la depresión que causa la otra depresión, la económica; entiendo que ésa es la causa principal, y ésta es una comarca que ha conocido y conoce circunstancias muy difíciles; normalmente, la medicamentación que se encuentra en las mesillas de los que se quitan la vida es antidepresiva".

Malos vientos

Uno recuerda vagas leyendas, referencias populares a los malos vientos, fantasmas malignos que soplan al oído, entre paraísos verdes e infiernos plomizos. Y lo plantea tímidamente, temiendo ser cogido en flagrante superstición. Pero, ¿no puede haber otras causas que expliquen el quiebro en las estadísticas, tan alto número de suicidios en una zona determinada? "Es evidente que también influyen las condiciones atmosféricas, los vientos, los días brumosos y cargados; el tiempo pesa, en las depresiones, cómo no; aquí sopla en viento Foehn, al que en las aldeas de Baviera le tienen un miedo espantoso".Nicolás, Aquilino y Albino utilizaron una cuerda. Es el medio más corriente. El mar también está cerca, como un señuelo para los que no dominan la angustia. En su experiencia, el alcalde Quintanilla recuerda otros casos espeluznantes que casi invitan a cerrar el bloc de notas y cambiar de reportaje para hablar de pavimentos, baches o alumbrado público. "Hubo un hombre, carpintero también, que se colocó en la platina móvil de la sierra y se dejó ir hasta seccionarse; otro introdujo el cañón de una escopeta de caza en la boca, después de atar el gatillo a un dedo del pie, disparándose de esa forma; también recuerdo, como caso especial, una campesina que se subió al carro de los bueyes, se colgó de un árbol y luego aguijoneó a los animales para quedar en el aire".

El aserradero de Nicolás Sampayo, Colás para los conocidos, está ahora cerrado. La madera está amontonada a la puerta, y desde un ventanuco llega el olor a serrín y virutas y el que deja el trabajo de los hombres. En la taberna del muelle de Maniños le recuerdan como una buena persona, de apariencia tranquila. En su casa de Laraxe, donde nació, su mujer y una de sus nueras entreabren la puerta para decirnos poco más que los vecinos: 61 años, trabajador, alto, corpulento, bien parecido. Sólo al despedirnos, las voces nos reclaman de nuevo y nos invitan a pasar a casa. Vemos su foto, y entonces su mujer, entre sollozos, desata la confidencia de un Nicolás dividido entre dos fidelidades: la casa de Laraxe y un amor que le cambió la vida cuando tenía 40 años...

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