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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hacia el desenlace en Chile

LOS DIECINUEVE muertos y los millares de detenidos ayer en Chile durante la jornada nacional de protesta no van a ayudar a Pinochet a dar credibilidad a sus nuevos ministros civiles ni a sus planes de restablecer por sí mismo una democracia condicionada. Hay fronteras superadas ya, y una de esas fronteras es la del miedo: la población chilena está cada día más allá de las amenazas de represión y de la represión efectiva como la que efectuaron los 18.000 soldados que cumplieron, efectivamente, las órdenes de Pinochet de "no ceder".Esta jornada luctuosa califica ya al nuevo Gobierno formado el día antes y presidido por el ultra Sergio Onofre Jarpa, cuya condición de civil no le hace menos represor que los militares en el poder, y cuya biografía no parece la más digna para llevar a cabo este trabajo de apertura y diálogo que se propone o para el que se ofrece. El contenido político de la jornada del jueves suponía para el nuevo Gobierno el planteamiento de una especie de alternativa presentada a la nación: o acepta sus propias condiciones de "normalización" o se encontrará siempre con las metralletas y toda la panoplia de las armas de represión. Como alternativa es realmente inexistente.

Nadie piensa que esta condición de civiles de los nuevos ministros contratados, por la naturaleza de éstos, signifique ninguna clase de garantía. Se cree, en cambio, que más que una argucia -en cualquier caso, tosca- de Pinochet para hacer ver que tiene ahora un Gobierno más maniobrable obedece en realidad a un deseo de los militares de irse retirando del Gobierno. La idea de que algunos militares moderados, sobre todo de la aviación y la marina, de los que fueron retirándose de la Junta en los primeros años de gobierno, pudieran arbitrar en el proceso de transición, y realmente cumplieran un papel de restauración de la democracia perdida, podría ser aceptable por grandes sectores nacionales. Sin embargo, estos mismos jefes están, por una parte, en situaciones de cierto aislamiento del mando; pero, sobre todo, temen que una intervención directa obligando a Pinochet a retirarse pudiera ocasionar una ruptura en el Ejército y una guerra civil. Lo que mantiene a Pinochet y a sus cómplices todavía es, más que nada, mucho más que la ambición de seguir ejerciendo un poder que claramente no tiene salida, el miedo a la represalia por los crímenes cometidos, incluyendo en esas represalias la posibilidad de que no haya ningún lugar de exilio seguro para ellos, como no lo hubo para algunas de sus víctimas perseguidas y asesinadas en otros países.

Teñido por la dureza de la represión de la jornada del jueves, además de por su propia personalidad, el jefe político del Gobierno, Sergio Onofre Jarpa, no parece tener ninguna oportunidad de sacar adelante el régimen. Todo lo que no sea el apartamiento de Pinochet será inútil. La población de Chile no aceptará otra forma y parece que la dureza de la represión de la jornada de protesta no la ha ablandado en su decisión de seguir adelante en la lucha contra la dictadura. No está sola. Grandes estamentos como la magistratura y la Iglesia católica han mostrado ya su solidaridad: no parecen tener demasiadas dudas de cuál puede ser el resultado final. Queda la cuestión de tiempo y de forma.

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