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Reportaje:

Pocas veces una vista despertó tanto, interés como la que hoy se reanuda en Madrid contra el presunto asesino de los marqueses de Urquijo

Después de tres días de interrupción, motivados por la festividad de San Juan y el fin de semana, hoy se reanuda en la Audiencia Provincial de Madrid el juicio oral contra Rafael Escobedo, iniciado el pasado día 21. Pocas veces en la historia judicial española más reciente una causa penal ha despertado un interés tan grande. En este reportaje se recoge el ambiente que envuelve el juicio, con especial atención a los otros protagonistas, la familia Escobedo y el clan de los Urquijo.

A la hora en que Miriam de la Sierra, hija de los fallecidos marqueses, y Richard D. Rew, su actual compañero, desayunan en su chalé de La Moraleja antes de tomar el Porsche para dirigirse al Palacio de Justicia, ya hay personas guardando cola ante la puerta de la Sección Tercera, donde se juzga a un antiguo estudiante de Derecho llamado Rafael Escobedo Alday.Tanto el chalé (20 millones de pesetas) como el deportivo fueron comprados con la herencia Urquijo. Hasta entonces, la pareja y el hijo de nueve años que Rew tuvo con su ex mujer ocupaban un apartamento en la calle de Orense, que una, de sus abuelas, regaló a Miriam días antes de su boda con Escobedo. Richard D. Rew, familiarmente Dicky, a quien en la sala de justicia se alude como el amigo americano o, simplemente, el americano, un profesor de universidad metido a ejecutivo de una empresa de productos químicos, había desplazado sentimentalmente primero, y de su propia casa y su cama después, a Rafi, nombre familiar del procesado.

Juan de la Sierra, soltero, el nuevo marqués, llega a la calle del Marqués de la Ensenada en el lujoso vehículo que arranca cada mañana del Camino Viejo, número 27, de Somosaguas, la finca donde encontraron, la muerte sus padres, y que conduce el diligente Antonio, el chófer de la familia desde hace nueve años. Antonio fue, junto al vigilante jurado Ángel López Navarro, quien primero vio los cuerpos sin vida de los marqueses.

A Juan le puede acompañar, como ya, lo ha hecho en alguna ocasión, otro personaje singular: Diego Martínez Herrera, el hombre que desde hace 30 años administra el patrimonio y los negocios de la familia y que, aunque no vive en Somosaguas, tiene despacho y una pequeña habitación en si suntuoso chalé.

Para asistir los dos primeros días, Vicente Díez Romero, mayordomo de los Urquijo durante 17 años -tres de ellos tras el sangriento suceso-, debió de solicitar permiso en la casa donde ahora trabaja -también como mayordomo-, en la urbanización residencial cercana a La Florida. Unas explosivas declaraciones a una revista le impulsaron a irse de la casa, si bien la otra versión es que fue puesto en la calle.

Miguel Escobedo, padre del procesado, acude a Las Salesas desde su piso, de 450 metros cuadrados, situado en el paseo de la Castellana, cerca de la plaza de Castilla. En una ocasión le acom pañó su esposa y a diario lo hacen al menos dos de sus hijos: Carlos, dueño de una productora que probablemente lleve al cine el caso Escobedo, y Alberto, estudiante, testigo de la vista.

José María Stampa, el abogado defensor, catedrático de Derecho Penal, puede acudir por las mañanas, desde su despacho de la calle de Álvarez de Baena o desde su vivienda de la calle de Catedrático Molina, por las tardes, cuando el receso de las dos de la tarde le perImite almorzar en casa.

La 'puerta de presos'

Y Escobedo, finalmente, que es el primero que llega a Las Salesas. Cada mañana, a las ocho, un coche celular le ponduce junto a otros presos que. son juzgados en cada fecha (esposado siempre) hasta los calabozos del Palacio de Justicia. Allí espera a que se abra la puerta de presos (una puerta hábilmente camuflada en una de las paredes laterales de la sala) para, precedido de un guardia y seguido de otro, convertirse en el protagonista principal, en el blanco de las miradas de las 200 personas que abarrotan la sala.

Puerta de presos, por cierto, que habrá de recordarle en alguna ocasión al magistrado que preside el tribunal, Bienvenido Guevara, pad,re de un juez del mismo nombre, el día en que un terrorista de ETA le amenazó de muerte en pleno juicio. Fue hace unos años, como recordó el mismo Guevara a este periodista, el 8 de junio pasado, en esta misma sala, y en presencia de otro de los magistrados del tribunal. Se celebraba un juicio contra etarras y, en un momento determi nado, Guevara ordenó la expulsión de las presos por alterar el orden. Cuando el último de ellos es taba en el mismo dintel de la puerta que conduce a los calabozos, se volvió repentinamente y, con los ojos encendidos y las dos manos esposadas señalando a la mesa, soltó un tremendo "Tú ya estás oliendo a muerto".

Bienvenido Guevara, un hombre afable y cordial que facilita el trabajo de los periodistas, había declarado a EL PAIS en aquella ocasión: "Sé que va a ser un juicio difícil. Pero yo ya he toreado bastantes grapos y etas".

Así que lo primero que ve Escobedo cuando se sienta en el banquillo es, frente a él y a una distancia de unos ocho metros, a los cinco magistrados que componen el tribunal. A su izquierda, a su abo gado defensor, con quien se sien tan dos ayudantes, y a su derecha, a unos seis metros, en un majes tuoso sillón, al fiscal, José Antonio Zarzalejos, un jurista brillante que compaginó en otro tiempo el dere cho con la política, como gobernador civil de Vizcaya o como delegado del Ministerio de Información y Turismo. La legión de togas que Escobedo ve en otros pupitres del estrado, o en pie en cualquier sitio del mismo donde su presencia no interfiera, son, se diría, aboga dos oyentes, que aprovechan estar francos de servicio para asistir a las sesiones.

Hay, incluso, algunos que utilizan la toga para no tener que guardar cola (los togados tienen preferencia absoluta). Entran, se desprenden de ella y se sientan en los bancos destinados al público. Catorce bancos en total, sin respaldo, capaces cada uno de ellos -si la gente se aprieta- para ocho personas.

Ciento doce plazas en total, más los dos pupitres corridos situados en primera fila, destinados a los periodistas, aunque en las dos primeras jornadas los ocupasen familiares y amigos de los magistrados. (Incluso el día en que el presidente ordenó desalojar la sala dispuso que "excepto la primera fila y los periodistas, los demás que salgan".)

Comediante, delincuente y tonto

Pero las veces que Escobedo mira hacia atrás, a hurtadillas, porque está expresamente prohibido, observa cómo un tropel de gente en pie abarrota los pasillos laterales y central y el fondo de la sala. No queda espacio ni para un alfiler, aunque en los momentos clave de la vista se oiría el zumbido de una mosca. Los informadores de tribunales más veteranos no recuerdan una expectación igual.

El público, además, está claramente a favor de Escobedo. Porque psicológicamente se suele estar de parte del preso y, posiblemente, por la tremenda tensión que revisten las discusiones, aparentemente extraprocesales, entre el presidente y el letrado defensor y por la actitud de aquél hacia el acusado, a quien en el curso de los interrogatorios calificó de comediante -"deje de contar esa comedia el acusado"- y de delincuente excepcional, además de interrumpirle en una ocasión para advertirle: "Eso que está contando el detenido es una tontería". Escobedo narraba el momento en que era trasladado por policías desde Cuenca a Madrid y cómo por la acción de un fuerte frenazo sufrió un golpe en la cabeza (iba esposado) de cuyo efecto, afirmaba, tardó horas en recuperarse.

Un Escobedo astuto, que cuida al milímetro su imagen. Traje gris de alpaca sin una arruga (hasta ahora siempre el mismo), camisas claras, corbata granate, zapatos extraordinariamente pulidos y pelo cuidado como si saliese de un concurso de peluquería en lugar de una celda de la séptima galería de Carabanchel. Sonrisa permanente, músculos distendidos y concentración de practicante de yoga. Se diría que no asiste a su propio juicio. En una ocasión (la tarde del primer día), la benignidad de los guardias que le custodian le permitió conversar brevísimamente con sus familiares. Los ánimos los aportaba Rafi. Y hasta un consejo: "Portaos bien mañana para que no os expulsen".

El revés de la moneda son los otros protagonistas de este juicio: los hermanos De la Sierra, el americano y el administrador, por un lado (el clan Urquijo, por llamarlo de alguna forma), y los familiares del procesado (el clan Escobedo), por otro, además de los policías que llevaron el caso y, siempre sólo, el mayordomo, uno de los dos personajes (el otro es Dick) que más cuchilleos, codazos y exclamaciones despiertan a su paso. Como todos son testigos en la vista y a falta de un lugar especial donde estar incomunicados hasta que declararon como está establecido por la ley (puede ser otra de las presuntas irregularidades de este juicio de las que han hablado los medios de comunicación y algunos expertos juristas), los dos primeros días deambularon todos ellos por el amplio vestíbulo que da acceso a las cuatro salas de la Audiencia Provincial y a una de lo Contencioso-Administrtivo. Un amplio vestíbulo de unos 600 metros cuadrados, donde se forman, colas de más de 200 personas, la gran mayoría de las cuales no logran entrar en la sala porque unos 40 periodistas (con abundante rrpresentación de revistas del corazón) y los abogados e invitados de la presidencia ocupan la mitad del aforo.

La situación es curiosa. Los gru pitos que se forman entre los protagonistas (hay muchos familiares de ambos clanes) son muy móviles y tienen un denominador común, nunca se junta un Escobedo con un Urquijo, aunque se tropiezan constantemente. Los policías hacen su vida aparte.

La buena crianza de los Urquijo

Como los fotógrafos lograron el primer día permiso del presidente de la audiencia para poder trabajar en el interior del vestíbulo (lo habitual es que lo hagan en las escaleras de la calle del Marqués de la Ensenada), el espectáculo es siempre el mismo: carreras de los reporteros gráficos, fogonazos de flashes y tropiezos entre ellos. No falta quien solicita un autógrafo ni son infrecuentes las discusiones, a veces a gritos, de los testigos o familiares de parte, y parte de otros casos que se juzgan en las otras salas. Este ambiente se respira.

Destaca la buena crianza de los hermanos De la Sierra, especialmente de Miriam. Su elegancia parece propia de su alcurnia. Viste modelos exclusivos y es extraordinariamente amable con los periodistas. Aún está por ver que les haya hecho un desplante. Otra cosa es que haga alguna declaración valiosa. El amigo americano es lo contrario. Es como la sombra de Miriam, siempre a su lado, discreto. Se diría que no responde a la definición que de él ha repetido tantas veces públicamente Escobedo: "Es un americano de esos grandes y rubios, un hortera que viste de oscuro por las mañanas y a cuadros por las noches". Su indumentaria es impecable.

Entre una y otra forma de ser estaría Juan de la Sierra, el nuevo marqués. Reservado, silencioso, responde a la imagen de quien tiene dinero y poder. No rehúye a los periodistas, pero tiene siempre una corte de personas cerca para solucionar los problemas. Su declaración fue la que más hizo aguzar los oídos a los presentes. La voz no le llegaba al cuello, hasta el punto de que una de las muchas veces que el tribunal le requirió que se esforzase en hablar más alto, el magistrado ponente, con un vozarrón que sorprendió a todos, le increpó: "¿Es que usted nunca ha sido cabo en el ejército ni ha asistido a un partido de fútbol?".

La declaración más sonada fue, sin duda, la del mayordomo, un personaje también singular que llegó el primer día a Las Salesas con un "vamos a ver si se resuelve este caso como yo creo", dirigido a un periodista. Se oyeron sonoras carcajadas por la forma en que se manifestaba. Rafi le había definido en un periódico y así lo ratificó ante el tribunal como una loca de verano.

Los momentos más tensos se produjeron en la polémica que la presidencia permitió entre el defensor y el administrador de la prueba testifical de éste.

El momento más emotivo, cuando se le quebró la voz a Miriam varias veces en presencia del tribunal. Era la primera vez en casi tres años que se veían los esposos (en trámite de separación) y, probablemente, la última, porque la rica heredera ha dicho que no piensa volver a verle en su vida. Y uno de los momentos más significativos, cuando el letrado preguntó al americano si Escobedo estaba molesto por sus relaciones con Miriam. La respuesta fue: "No lo sé. Nunca hablé con él de eso", instante en que los observadores más agudos pudieron ver una ancha sonrisa en el rostro de la Urquijo.

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