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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Herri Batasuna y el terror de ETA

LA EXPLOSIÓN, con víctimas, ayer, en la sede del Banco de Vizcaya en Bilbao, se produjo después de que el cadáver del guardia civil Miguel Mateo Pastor y los cuerpos gravemente heridos de dos de sus compañeros hubieran sido arrojados por ETA, como sangrienta contribución al diálogo en torno a la paz en el País Vasco, sobre la mesa de negociación propuesta por el lendakari Garaikoetxea. Atribuyéndose el derecho a decidir sobre la vida y la muerte de los demás en un país donde la pena capital ha sido abolida, los terroristas han zanjado por la vía del crimen cualquier posible duda sobre sus intenciones presentes o futuras al respecto.Al margen de las dificultades del empeño, la iniciativa del lendakari respondía a la evidencia de que la mayoría de la población de Euskadi anhela el fin de la violencia. Había motivos racionales para el escepticismo; entre otros, el planteamiento mismo de la negociación (falto de las debidas consultas previas con los socialistas), la marginación de Euskadiko Ezkerra (asombrosamente equiparada por Marcos Vizcaya a Alianza Popular, tal vez como represalia por la crítica de las insuficiencias del nacionalismo sabiniano realizada por Mario Onaindía) y las recientes declaraciones de algunos dirigentes de ETA militar. También existía la sospecha, cuyo fundamento no ha sido demostrado, de que la propuesta del presidente vasco pudiera inscribirse en la estrategia de un relanzamiento del frente de rechazo nacionalista como consecuencia del avance del PSOE en las elecciones del 28 de octubre.

Finalmente, no era descartable que Herri Batasuna utilizara la mesa de negociaciones como caja de resonancia de la propaganda terrorista, sin la mas mínima voluntad dialogante. En cualquier caso, el gesto de Garaikoetxea merecía apoyo y respeto, en la medida en que se hacía eco de esa convicción popular de que hablar es siempre preferible a matar o morir.

Las posibilidades de que la propuesta del lendakari llegase a cuajar en un diálogo positivo dependían de la actitud que adoptasen ETA y Herri Batasuna. Tanto los socialistas vascos como Euskadiko Ezkerra habían puesto sordina a sus desconfianzas, en un esfuerzo por subordinar a los intereses generales sus posiciones partidistas. El PSE-PSOE de José María Benegas se vio, no obstante, obligado a abandonar la antesala del diálogo tras el crimen de Villafranca de Ordicia, que culminó ayer con el salvaje atentado de Bilbao. Pero si somos capaces de sobreponernos al dolor y al horror de la sangre, comprobaremos fácilmente que los demagógicos reparos de procedimiento que Herri Batasuna había esgrimido inicialmente para la apertura de negociaciones muestran, a la luz de los últimos atentados, la escasa autonomía, por no decir la dependencia obvia, de Herri Batasuna respecto a ETA.

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Los cinco puntos adelantados por Garaikoetxea, el primero de los cuales era el "cese de la violencia", dejaron, a los ojos de HB, de constituir "una base aceptable" para convertirse en la "propuesta del PNV" frente a la de Herri Batasuna. La coalición ratificaría posteriormente su mala voluntad al plantear la hipótesis de que la verdadera negociación debería tener como interlocutores a ETA, por una parte, y a "los poderes reales del Estado español", por otra. La pretensión de atribuir al bandolerismo criminal de ETA la representación del pueblo vasco es tan descabellada como la idea que otros tuvieron de investir a Tejero como el verdadero portavoz de la profunda España.

La postura de Herri Batasuna viene avalada, sin embargo, por un peligroso, sobreentendido que flota en todas sus proclamas; esto es, que los nacionalistas radicales constituyen algo más que una coalición electoral y son los nuncios en la legalidad de un poder ilegal, que no es propiamente político, sino que se define a sí mismo como militar, y que está nucleado, en realidad, de asesinos, ladrones, matones y chantajistas. Recubiertos, eso sí, con la sagrada túnica de la ideología. Estamos seguros, no obstante, de que las filas de Herri Batasuna albergan en su seno, junto a doctrinarios fanáticos, personas que sinceramente desearían poner fin a la espiral de la violencia. Su deber es, entonces, desligar los firnes políticos, proclamados en su propaganda, de los medios violentos con que ETA pretende imponerlos. Aunque es cierto que Herri Batasuna extrae buena parte de su fuerza electoral de la fascinación que todavía ejercen los terroristas sobre un segmento minoritario de la población, también es verdad que ETA necesita, para subsistir, del altavoz político que esa coalición electoral le proporciona. Si existen dentro de Herri Batasuna gentes capaces de entablar un diálogo democrático para defender pacíficamente opciones independentistas o autodeterminadoras dentro de la legalidad constitucional, corre de su cargo la responsabilidad de exigir el silencio de las armas como paso previo a cualquier eventual negociación. La afirmación de que ese asunto compete exclusivamente a ETA pondría de relieve que los dirigentes de Herri Batasuna son simples muñecos de guiñol manejados por un sangriento titiritero.

ETA es cualquier cosa menos un grupo político. Los asesinatos de miembros de los cuerpos de seguridad, oficiales de las Fuerzas Armadas, periodistas, empresarios, profesionales o trabajadores, condenados a muerte sin juicio -y a veces, de forma tan indiscriminada y cobarde como en el atentado de ayer- por el delito de ser españolistas, no tienen que ver con la violencia guerrillera de Centroamérica, sino con el racismo hitleriano o el appartheid surafricano.

La bomba en el Banco de Vizcaya pone de relieve la repugnante condición moral de los terroristas, dispuestos a sacrificar vidas humanas de forma indiscriminada, a crear el terror por el terror, quizá con la exclusiva intención de anular cualquier posibilidad de paz o de entendimiento, de tregua o de esperanza, que dejara a estos profesionales de la extorsión y el horror huérfanos de otro amparo que el de su locura. Es a los votantes de Herri Batasuna, a sus dirigentes, a los que corresponde decir hoy, de una vez por todas, si el infame crimen de ayer en Bilbao no merece el rechazo y la repulsa profunda de cualquier ser humano, y si es o no es indigno y culpable su silencio, y no es infame su politiquería de tres al cuarto, basada en la sangre inocente. Es de los dirigentes, militantes y electores de Herri Batasuna de quienes es preciso esperar, y a los que es preciso exigir, una condena inequívoca de estos hechos. Cualquier silencio será cómplice. Cualquier callada, culpable. Cualquier intento de comprensión, miserable.

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