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Kant

En esta columna tuvimos que hacer no ha mucho tiempo una defensa del libelo, cuando caducadas legislaturas pretendían infamarnos a todos o parte como libelistas, en un renuevo de "otras inquisiciones". Libelo es librillo, libro pequeño, aparte su contenido. Kant fue libelista en A la paz eterna, título que toma del de una taberna (aquí el encanallamiento del libelo), como Rimbaud, un siglo más tarde, desea ser él mismo un rótulo de fonda. (Barrionuevo, poeta y traductor, acaba de sacar en Hiperión una muy cuidada y anotada edición de Una temporada en el infierno.)Dice Kant en su libelo, que resulta antibélico: "Ninguna paz que se firme con la reserva de argumentos para una nueva guerra debe considerarse como tal". "Ningún Estado independiente, grande o pequeño, debe poder ser adquirido por otro Estado. Porque un Estado no es un patrimonio. Es una comunidad de personas y nadie más que él mismo tiene el derecho de gobernarla y disponer de ella". En el primer punto se diría que Kant habla de la NATO. En el segundo se diría que habla de la ultranza española: "Porque un Estado no es un patrimonio". Entre los filósofos del pasotismo está hoy de actualidad considerar a Kant más progre que Hegel (supuesto inspirador de Marx), porque Hegel llega a decir aquello de que Napoleón es el Espíritu de la Historia a caballo, y eso da mucha vergüenza. Sigue Kant en su libelo tabernario: "Los miles perpetuu deben ir desapareciendo del todo". Y luego, refiriéndose a los Estados fuertes: "Porque amenazan constantemente a otros Estados con la guerra, con su disposición de aparecer siempre preparados para ella, los incitan a una carrera de armamentos sin límite, y como los gastos invertidos en mantener la paz se convierten finalmente en una carga más gravosa que una guerra corta, ellos mismos son la causa de los ataques que se emprenden para poner fin a esta carga".

Insisto: parece que está hablando de la NATO. Y seguramente está hablando, porque Kant, como todo genio, disfruta la transparencia de la historia. "El Estado no debe endeudarse a causa de sus conflictos exteriores". Toma castaña. "Un sistema de créditos creciendo hacia el infinito como simple maquinaria para oponerse a otras potencias crea un caudal de dinero peligroso y equivale a un tesoro para hacer la guerra". Contrasto mi lectura de Kant con Guido Brunner, embajador de Alemania Federal, por si el ardor pacifista fuera cosa del traductor francés y cayera yo en situación ignara, pero el impar Guido acude a la su bibliógrafa kantiana original y el libelo es como queda dicho. He pasado la nochevieja en casa de Ginés Liébana, nuestro último manierista, bárbaramente desolvidado por la crítica al uso e incluso al huso (pero es el momento justo de que Ginés vuelva), y un barón alemán, cordial y antisoviético, me invita a recorrer en automóvil el muro de Berlín y toda la frontera con la Alemania otra, "para que yo vea y escriba". Pero he viajado mucho por Alemania y el rollo político me lo sé, de modo que recomiendo aquí a mi querido amigo el barón y su bella esposa (que nos aportó un brioso salmón nórdico) la lectura de este libelo de don Emmanuel Kant, A la paz eterna, que vale contra rusos y yanquis y contra todo belicismo presupuestario. Me dice Beatriz de Moura, dulce y eficaz, que quieren traducir un libro mío al holandés y al yugoslavo. Yo lo que quiero que traduzcan, de verdad, por Europa y por el mundo, es el libelo de Kant contra el armamentismo. Kant era un greenpeace y no lo sabía. La vuelta de Kant supone una fina lectura actualísima de la juventud.

Germán Bleiberg habla en la March sobre el hispanismo en USA. Toda una ironía o una filatelia. Lo que hay que leer es a don Manuel (Kant) para aclararse de qué va el rollo.

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