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Reportaje:

Las autoridades brasileñas esperan un aval de Reagan convertible en dólares

Carlos Geraldo Dangoni, presidente del Banco Central de Brasil, ha sostenido en noviembre un maratón por las plazas financieras de Estados Unidos y Canadá, mientras dos de sus directores viajaban a Europa, Tokio y Bahrein. El objetivo era cerrar el año sin suspender pagos ni recurrir, en la medida de lo posible, a los créditos especiales del FMI. Sin embargo, ayer se iniciaron las temidas negociaciones con el Fondo.Al término de este mes Dangoni se habrá entrevistado con 22 presidentes de bancos, amén de varias visitas, una de ellas por la puerta trasera, a la sede del Fondo Monetario en Washington. La cosecha supera los 2.000 millones de dólares: 500 en el FMI, mediante la fórmula de financiamiento compensatorio, que no impone condiciones especiales; 600 en la banca norteamericana, y 1.000 en Canadá, Europa y Japón.

El país podrá llegar así a Navidad sin una quiebra en su cuenta externa. Pero esto es apenas un leve respiro. Para el próximo año Brasil necesitará entre 12.000 y 18.000 millones de dólares, según sea el comportamiento de su balanza comercial. Sólo el Gobierno, y cada vez con más fe, parece convencido de que esa ingente cantidad de dinero podrá lograrse en los circuitos financieros normales, sin reclinarse previamente ante el FMI.

Un dato juega en contra de las esperanzas del Gobierno: en los dos últimos meses no ha firmado ningún préstamo a largo plazo. El apoyo de Reagan sólo consiguió que los banqueros concedieran a regañadientes créditos-puente (bridge loans) que vencen a los 180 días.

Brasilia tenía a gala hasta ahora haber manejado su deuda externa, que asciende ya a 88.000 millones de dólares (la más alta del mundo), con más habilidad que otros países en crisis, ya que su principal componente estaba formado por créditos a largo plazo. Esto empieza a ser cada día menos cierto: los préstamos a corto plazo suman ya más de 15.000 millones de dólares.

La confianza de los banqueros

Los economistas independientes no se explican cómo va a arreglárselas el Gobierno para recuperar la confianza de los banqueros. Después de México y Argentina, Brasil ha sido el tercer gran país americano que llama a las puertas del FMI.Una misión del Fondo, presidida por Ana María Jul, llegó la pasada semana a Brasilia para una visita que el Gobierno califica una vez más de rutinaria y que los observadores consideran como preparatoria de un futuro convenio.

En el caso de que Brasil obtenga el socorro financiero solicitado al FMI, su cuota anual (más de 1.000 millones de dólares) le permitiría obtener un crédito "stand by" de unos 4.700 millones. Otra de las condiciones que el Fondo suele imponer para este tipo de empréstitos ya han sido aplicadas voluntariamente "a título preventivo". Pero ahí hay tres probables exigencias que preocupan a las autoridades de Brasilia. El freno a las altas salariales, la reducción del gasto público mediante la eliminación de los subsidios a los artículos de primera necesidad y la desaparición de los créditos con premio a la exportación.

La revisión salarial por trimestre, en un país que tiene una inflación anual del 95%, es una conquista a la que los trabajadores no piensan renunciar, entre otras cosas porque les costó demasiado conseguirla. La reducción de los subsidios es una cuestión con peligrosas derivaciones sociales cuando grandes sectores de la población están bajo mínimos de supervivencia. Por otra parte, tiene un reflejo inmediato en los índices y costes de vida. Así, en junio la inflación fue del 8%, gran parte como reflejo de una reducción en las subvenciones al trigo, que subió su precio al consumidor en un 50%.

Otro de los productos subsidiados, con un monto anual que supera los 50.000 millones de pesetas, es la gasolina. Si el Gobierno decidiera cobrarla a precio de coste, su repercusión en toda la economía llevaría la inflación a niveles casi imposibles. Lo malo del caso es que el Gobierno no tiene otra forma de mantener esas subvenciones más que recurriendo a la máquina de fabricar billetes, lo que a su vez origina manipulación.

Está finalmente el tema de los créditos premio a la exportación, que ya se había convenido con Estados Unidos en cerrar a partir de marzo del próximo año. Pero Brasilia quiere ahora una moratoria. Es la única fórmula para lograr en 1983 un saldo comercial favorable de 6.000 millones de dólares, meta autoimpuesta por el Gobierno para reducir su dependencia de los créditos externos.

Se resistían a ir al FMI

Por todo esto las autoridades brasileñas se resistían inicialmente a ir al FMI, temerosas, además, ante un sector empresarial de corte nacionalista que critica con dureza la creciente internacionalización de la economía brasileña, hoy prácticamente entregada a las multinacionales.Por su lado, los grandes banqueros han podido vencer la inicial resistencia de Brasil de recibir ayuda del FMI. David Rockefeller, presidente del consejo consultivo del Chase Manhatan Bank, viajó hace una semana a Brasil para informarse sobre su situación económica. El banquero neoyorquino, que algo sabe de esto, dijo que había ya "conversaciones activas" entre Brasilia y el FMI, aunque ante el desmentido del ministro de Hacienda, Emane Galveas, dijera luego que "él debe estar mejor informado que yo".

Rockefeller insistió en todo momento en que "recurrir al FMI no es ningún demérito para un país". Después de un almuerzo en Sao Paulo con ministros económicos y grandes empresarios, expresó su confianza en que Brasil logrará superar las dificultades que tiene con su deuda externa. Anunció también la constitución de un club de 31 grandes bancos que tratará de convencer a sus colegas medios y pequeños de que no cierren los créditos a las naciones en crisis y muy especialmente a Brasil.

Probable ayuda mundial

Dados los enormes intereses que la gran banca tiene en esta nación, no es probable que le cierren sus puertas, pero es casi seguro que le hayan exigido ponerse en línea con el FMI, alternativa que Dangoni calificaba de "terrible". Sobre todo a la vista del coste social que este convenio pueda tener.País de enormes recursos agrícolas y minerales, muchos de ellos todavía inexplotados, y con una poderosa planta industrial, que este año exportará por valor de 12.500 millones de dólares, Brasil atraviesa una difícil encrucijada financiera, que sólo cabe explicar por la imprevisión de unos gobiernos que hasta 1976 no se convencieron de que había terminado la era del petróleo barato.

La fiebre desarrollista puso en marcha, por lo demás, obras faraónicas que, a falta de rentabilidad, se vuelven atípicas. La carretera transamazónica ya ha sido engullida por la selva y sólo es transitable en pequeños tramos. La presa de Itipu, la mayor del mundo, recientemente inaugurada, tiene una capacidad de 12 millones de kilovatios, que no se sabe dónde serán consumidos, porque Brasil tiene un excedente de energía eléctrica que sólo podría exportar a Argentina, un rival histórico que, lógicamente, no querrá depender de los suministros brasileños. Los ejemplos se multiplican. El todopoderoso ministro de Planteamiento, Delfim Neto, ya ha tenido que anunciar una reducción del ambicioso programa nuclear, que se limitará a cuatro centrales, no tanto con la finalidad de producir energía, sino con la de dominar la tecnología.

Todo esto ha hecho exclamar al empresario Jorge Gerdau Johannpeter, destacado como empresario del año y presidente del grupo industrial Gerdau, que "la parte sana de la economía nacional está siendo presionada para pagar la parcela improductiva, y en eso se resume justamente el mayor conflicto vivido por nuestra sociedad". Después de sus sueños de gran potencia, a Brasil le ha llegado la hora de vivir más de acuerdo con su propia realidad.

Esa realidad es bastante amarga. Ya el año pasado el subproducto interno bruto disminuyó en un 1,9%, y para el próximo se prevé un descenso aún mayor. Difícil tarea la del Gobierno Figueiredo para hacer frente a la deuda.

6.000 millones

Un alto funcionario de FMI, Horst Struckmeyer, llegó ayer a la capital brasileña, según informa Efe, para negociar con las autoridades económicas las condiciones de los créditos que por un total de 6.000 millones de dólares espera recibir Brasil durante los próximos tres años.El recurso al FMI significa en la práctica "una declaración de insolvencia", según Luis Carlos Bresser, empresario y economista de una influyente entidad privada.

El ministro de Hacienda, Ernane Galveas, quien negó durante toda la semana pasada la solicitud de créditos al FMI, terminó por admitirla, no sin aclarar que la posición negociadora de Brasil es mucho más ventajosa que la que, tuvieron México y Argentina, porque "ha acudido voluntariamente al Fondo".

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