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Reportaje:

La guerra de Ascó

Jorge M. Reverte

La autorización para la central nuclear de Ascó es inminente. Un pueblo dividido. Un alcalde que resiste. Y un cura que no opina sobre las centrales. En octubre de 1969, un empleado de FECSA comenzó el rumor de que se iba a instalar una fábrica de chocolates, que se convirtió después en una central nuclear. Desde entonces, una larga lucha, repleta de incidentes, sentencias judiciales, manifestaciones, cargas de la Guardia Civil y ayuntamientos expulsados. Y más recientemente, el enfrentamiento entre los propios vecinos, sometidos a la elección entre un puesto de trabajo admitiendo el riesgo o el desempleo a cambio de un pueblo sin central nuclear

.Dos kilómetros antes de llegar a Ascó, la carretera se disfraza de País Vasco. Un nutrido grupo de guardias civiles se despliega a ambos lados de la calzada para controlar a los pasajeros de los vehículos que entran y salen del pueblo, con las bocas de los subfusiles apuntadas hacia las ventanillas. Uno de los guardias apunta con meticulosa escritura las matrículas de los coches. Un poco más adelante, la carretera se bifurca, señalanado el cartel de Obras Públicas, la dirección al casco urbano y la desviación a la central, cuyo nombre está tachado y cubierto con un expresivo Goma 2.

El paisaje se encarga pronto de desmentir la fugaz confusión. En plena ribera del Ebro, los olivares y los campos de almendros se alternan con la salpicadura de las viñas, que ya verdean, y, al cruzar el puente que ahorra al automovilista el paso en barca, una escueta cinta de parcelas, de regadío proporciona el único testimonio de la existencia de una tierra fértil.

Desde uno de los numerosos altozanos que rodean la olla en la que se emplaza el pueblo se puede observar el ir y venir de camiones y diminuta personas vestidas de azul entre los gigantescos monumentos de hormigón que albergan a los reactores. Hay 5.000 hombres y mujeres trabajando en la puesta a punto: se espera que, de un día para otro, el Gobierno autorice la puesta en funcionamiento de la primera fase del proyecto de Fuerzas Eléctricas de Cataluña, Sociedad Anónima (FECSA).

A poco más de 1.500 metros se levantan las primeras casas del pueblo. Las normas de seguridad indican que la distancia mínima entre una central y un núcleo de población debe ser de 2.000 metros. El director general de la Energía resolvió el problema haciendo la medición desde la torre de la central hasta la de la iglesia: hay 2.437 metros. "Y es que el nuestro es un país de genios", dice el alcalde, Joan Carranza, elegido por abrumadora mayoría, en 1979, a la cabeza de una candidatura cuyo programa esencial era la defensa contra la amenaza nuclear.

A la entrada del pueblo, decenas de autocares esperan a los trabajadores para devolverles a sus casas. Unas naves acondicionadas con evidente premura albergan comedores de tamaño absurdo para un pueblo de 2.000 habitantes. Entre cuatrocientas y quinientas comidas diarias dan algunos de ellos en el corto paso de una hora. Trabajadores rezagados toman el sol con aire perezoso antes de reiniciar la jornada de tarde.

Declaración de guerra

Luego, la villa se transforma bruscamente. Por una empinada cuesta, aún denominada avenida del Generalísimo, se accede a la calle que conduce al Ayuntamiento. La prisa ha desaparecido como por encanto y se puede gastar media hora en llegar hasta la plaza Mayor si se tiene la mala fortuna de tropezar con la culera del tractor que recoge las basuras. En la casa consistorial, una inscripción indica que el edificio se construyó en 1610. Y allí el viajero puede sorprenderse con el llamativo hecho de que ya por entonces se construían pueblos feos.

-Si se da la autorización definitiva, si no se paraliza la construcción de la central, lo consideramos una declaración de guerra.

Joan Carranza acentúa con un severo gesto la dureza de sus palabras. Y enumera con la eficaz ayuda del secretario todas las acciones legales que se han emprendido contra FECSA. Se detiene con escándalo en la decisión del Gobierno de dejar en suspenso una sentencia de la Audiencia por la que se prohíbe a la central tomar agua del Ebro, y se extiende indignado en relatar cómo se desprecia la soberanía municipal y la de la propia Generalidad.

"Pero si el Gobierno se empeña en demostrar que es posible paralizar Lemóniz a tiros, y no es posible paralizar Ascó, pese a las sentencias de los tribunales, que lo haga. Una vez autoricen la central, aquí puede pasar de todo. Y eso que nunca hemos pensado en la violencia..., hasta ahora".

Adorna su lugar de trabajo una prodigiosa iconografía- Una foto oficial de los Reyes dos palmos por encima de una reproducción del Guernica, de Picasso. Un sagrado corazón de espantosa factura, Tarradellas colocado entre dos cuadros de vírgenes, un ingenio para tallar a mozos en edad militar, los bastones de alcalde y millares de papeles que huyen de las paredes desconocidas por la humedad. Carranza hace juego con su medio: cincuenta años cumplidos, melena corta y barba entrecanas, y una figura erguida que rebosa energía hasta por la uñas de las manos, excesivamente largas y repletas de tintura de nicotina.

"Es un disparate poner en funcionamiento Ascó sin que se haya pronunciado el Tribunal Supremo, sin que exista un plan de seguridad definitivo. Así no se hace la democracia. Hemos dado pruebas de sensatez, de buen sentido, de inteligencia. Pero yo ya no respondo. Tenemos informes de que se han producido fallos en las pruebas prenucleares, ¿a qué tantas prisas? Yo creo que UCD, que se está rompiendo, quiere hacerle un último regalo a las compañías eléctricas".

La ley del silencio

Los muros de las casas del pueblo aún retumban con las homilías del anterior párroco, mossén Miquel, quien acusaba desde el púlpito a los responsables de la Administración y de la compañía eléctrica de atentar contra el quinto y el séptimo mandamientos: no matarás, no robarás.

Nadie duda que aquella homilía, como otras pronunciadas en 1974, fue uno de los momentos más im-

La guerra de Ascó

portantes en el proceso de toma de conciencia popular contra la construcción de la central. Y nadie pone en duda tampoco que la toma de postura del párroco fue determinante para que la candidatura Defensa Popular obtuviera un arrollador triunfo en las elecciones municipales. Hoy, mossén Miquel se encuentra en Vinaroz, como capellán en un convento, por razones de salud. Carranza también se muestra cansado, y no parece dispuesto a afrontar unas nuevas elecciones. Hay en sus ojos una evidente decepción por el cambio que, poco a poco, se ha ido produciendo entre la gente que le votó.El secretario afirma que él también se irá el día que se vaya Joan, cuenta cómo la vida en Ascó se hace progresivamente más difícil:

-Ha habido un cambio sustancial en el pueblo. Mucha gente no nos saluda por la calle.

Y relata lo que, a su juicio, sucede:

-La gente ha ido cambiando porque piensan que, si se paraliza la central, se van a quedar sin empleo, que van a volver a vivir como antes.

Hay más de un centenar de habitantes del pueblo que trabajan en la central. En su mayoría, campesinos que vivían de unas escasas rentas. Personas que hoy obtienen salarios que se acercan o sobrepasan la cifra de 100.000 pesetas mensuales. Unos ochenta entre ellos seguirán trabajando en las instalaciones cuando entre en funcionamiento el primer grupo.

-Yo estoy seguro -dice Carranza- de que en una votación secreta seguirían diciendo que tienen miedo de la central, pero tienen mucho más miedo de quedarse sin el dinero, prefieren no pensar en la posibilidad de que se produzca un accidente nuclear.

La impresión queda en parte confirmada al hablar, en los bares, con quienes participan en los trabajos de la nuclear. La gente habla, pero no quiere que se diga el nombre de quién da su opinión:

-Bueno, en la empresa nos han explicado que se construyen centrales en todo el mundo y que no pasa nada, que no hay más peligro que con un molino de viento o con un televisor.

Y rechazan la posibilidad de dejar el trabajo:

-¿Por qué dicen que hacemos mal trabajando en la central? ¿De qué vamos a vivir si no?

Otros muchos de ellos optan por el silencio:

-Qué voy a decir yo de la central. Yo sólo trabajo allí.

-Que opinen los que saben. Yo sólo quiero tener un buen empleo. ¿Qué voy a saber yo de si les bueno o es malo?

El que habla es un emigrante gallego. Y Carranza hace la broma del gallego en la escalera, que no se sabe si la está bajando o subiendo. El gallego lleva un cubo con lechugas y le ofrece una en gesto de buena voluntad.

Comprar a la gente

-Los han comprado -dice Carranza- pagándoles 20.000 duros por estar con una manga de riego. Luego les ves en Mora la Nueva, el pueblo de al lado, tomándose whisky y cubalibres en los bares americanos que han abierto. Aquí mismo, en Ascó, tuvimos que cerrar dos casas de prostitución que habían abierto.

Las calles del pueblo se alfombran de cuando en cuando de panfletos anónimos contra el alcalde. No es raro tampoco que éste reciba llamadas a las cuatro de la madrugada para comunicarle que uno de sus hijos ha fallecido en accidente de coche. No faltan las cartas insultantes para el honor de su mujer.

-Esos son los de Fuerza Nueva, que hacen lo que les da la gana. Se entrenan con metralletas los domingos en los montes de los alrededores, y están armados. En la central, basta que enseñes el carné de Fuerza Nueva para que te den trabajo. La noche del 23 de febrero iban a cargarse al alcalde. Nos lo dijo la policía.

Tomás, uno de los cinco concejales, Carranza y el secretario recuerdan cómo el pueblo entero consiguió que el Consejo de Ministros destituyera al anterior Ayutamiento por considerar su actividad lesiva para los intereses municipales. Una mujer llegó entonces a abofetear al alcalde en público. Desde entonces las cosas han cambiado mucho.

Un pueblo dividido

Mosén Anastasi es el sustituto del anterior párroco. Algo más de treinta años y el pelo ya encanecido. Hizo la carrera pagándose los estudios con lo que ganaba trabajando los veranos como camarero en la Costa del Sol o como peón en la propia central de Ascó. Mosén Anastasi ha cambiado por completo el carácter de las homilías que se imparten desde el púlpito de Ascó:

-Yo no soy ningún técnico en estas cosas, y no puedo opinar. Yo lo que quiero es que las personas se amen unas a otras, y yo los amo a todos.

Desde lo alto del campanario se alcanza una extraordinaria vista de la comarca, a 2.437 metros de distancia de la torre de la central.

Carranza ha llamado al cura para que abriera la entrada, y señala el itinerario que siguieron los camiones que trajeron, ya hace más de un año, el uranio a la central.

-Sabíamos que venían, y pusimos vigilancia en las carreteras. Habíamos arisado que volaríamos el puente antes de dejar pasar el uranio. Entonces tomaron una carretera pequeña y casi se les cae un camión grande por un precipicio. Venían veinte coches cargados de guardias civiles con orden de disparar si había problemas. Era el 19 de enero, y la gente estaba bailando en la plaza porque eran las fiestas del pueblo.

Mosén Anastasi se echa las manos a la cabeza cada vez que Carranza relata algún hecho notable del pasado. A los pocos minutos, ambos se han disfrazado de una versión tarraconense de Pepón y don Camilo, los personajes de Giovanni Guareschi.

-Yo -dice el cura- no tengo por qué opinar de la central nuclear desde el púlpito. Mi misión es hacer de plastor en materias morales.

-Pues si no es moral hablar de que se está construyendo una central nuclear que puede provocar un accidente, no sé qué es la moral. Cuando yo me muera y vaya al cielo, allí va a haber bofetadas, porque tu Dios no es el mío.

-En el cielo hay habitaciones para todos...

-Lo que pasa es que el obispado tiene millones en acciones de FECSA, y por eso no os metéis con el asunto.

-No sé de qué me hablas, Joan. No tengo ni idea de eso, y sólo sé que nuestra iglesia es una iglesia pobre. Yo no tengo ningún interés económico. Lo que me espanta es que el pueblo está cada vez más dividido, y pretendo evitar que siga tanta violencia.

Mosén Anastasi acentúa su tono de concordia, suaviza las palabras, deja que salgan pausadas. El alcalde se exalta más y más con la conversación:

-Pues, si no sabes de la nuclear, te informas y entonces opinas. Todo el día hablando de los anticonceptivos, del divorcio, del aborto, y no eres capaz de decir una sola palabra sobre el crimen que se está cometilendo con este pueblo.

-¡Ay, Joan, que no me dejas ni hablar! Así no hay forma de que nos entendamos. ¿Cómo quieres que le diga yo a la gente que se está ganando lavida en la construcción que es pecado lo que hacen? Yo no puedo hacer lo mismo que hacía mosén Miquel. No es mi misión.

Los bares se van llenando de una masa de uniformes azules. Según los trabajadores ocupan sus lugares, una adolescente, con gesto hierático, ignora las miradas de los hombres y coloca automáticamente una ensalada de lechuga y cebolla delante de cada cliente.

Los trabajadores de fuera son más explícitos que los lugareños:

-Esto es como estar de vacaciones. Los ritmos de trabajo son tranquilos. No quieren líos y nos miman como en ninguna parte. ¿El plan de seguridad? Estamos negociándolo. El interno va muy avanzado, pero el externo tiene mala pinta. Nos dicen que si hay un accidente nos ponen en casa en dos horas. Pero, si estamos contaminados, ¿qué vamos a hacer en casa? Lo más divertido es que, como saben que los del comité somos casi todos rojos, nos dicen que no hay peligro con las centrales, que ahí está el ejemplo de Rusia. Tenemos miedo, pero no hay trabajo en otro lado. Da más miedo quedarse en la calle.

A los del pueblo hay que sacarles las opiniones con sacacorchos. Tienen miedo de perder su trabajo en la central si hablan contra ella, y miedo de verse la cara con el alcalde, al que votaron, si hablan a favor. Una aparente neutralidad que se va perdiendo con la crispación que aporta el posible desenlace inminente del litigio. Si la central se pone en marcha, el miedo al accidente. Si la central se paraliza porque el Ayuntamiento gane la batalla, el pánico al desempleo, con la certeza de que la vuelta a la agricultura no es la salida.

Ni para basura

El secretario del Ayuntamiento se lamenta de que cada día es más difícil recaudar los impuestos municipales. Muchos vecinos se niegan a pagar hasta la recogida de basuras. Es una forma de volverse contra el alcalde.

Entre la correspondencia del día, un nuevo informe de una empresa alemana consulta da por el Ayuntamiento para que haga un dictamen en torno a la seguridad de la central. Un millón y medio de pesetas se llevan gastadas en la consulta. Son los últimos desesperados intentos de un Ayuntamiento que tiene un presupuesto anual de diecisiete millones. El secretario del Ayuntamiento está pesimista:

-Lo más probable es que la pongan en marcha dentro de su política de hechos consumados. Luego, si Joan se va, yo también me marcho.

Hay expectación en el pueblo. Mosén Miquel vendrá pronto a hacer una de sus visitas periódicas. Muchos habitantes -de Ascó intentarán no tropezarse con él.

-Y pensar que nos dijeron que iban a poner una fábrica de chocolate...

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