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Futura nostalgia de Oviedo

Los músicos teníamos el peligro de ver como símbolo de Oviedo su temporada de ópera, con su mérito, ya lo creo, pero con una invasora superficie que cansaba: no sé ahora, pero en mis tiempos de crítico musical en activo yo me refugiaba en la Hevia de Pedro Masaveu para evitar discusiones sobre gallos y pipirigallos de los tenores. Viniendo de festivales europeos situados en mundos de gran riqueza, festivales de etiqueta sobria, en Oviedo la gala era constante, estrepitosa, polémica y farolera. Insisto en el mérito, pero también en lo antañón de ciertos ambientes. Todo eso ha debido cambiar, seguro, y la seguridad me viene no de datos que no tengo, sino de la última experiencia. No puedo creer que una región donde se editan los Cuadernos del Norte, la mejor revista cultural de España, donde Cueto es también Alas Clarín, y donde el aire hereda y renueva el violín juvenil de Ramón Pérez de Ayala, y el plano, los muchísimos pianos, de Pedro Masaveu, no tenga su grupo de presión para que la ópera sea otra cosa.Es feo que a un jurado que discierne premios se le manden recomendaciones o se le imponga tónica de escalafón, pero es bueno, positivo y gozoso el que una minoría activa, vigilante, dispuesta a no partir de cero gracias- y a ser contestataria de lo inauténtico, trabaje como grupo de presión a la hora de hacer las propuestas, hora que ha sido en las convocatorias base de acierto. No tengo por qué defender el fallo que ha otorgado el premio Príncipe de Asturias de las Artes a Jesús López Cobos: la defensa la han escrito antes el público y en este periódico Enrique Franco, pero sí debo hacer memoria o, mejor dicho, puesto que tengo viva esa memoria, transmitirla para mejor y más exacta biografía, aunque sea de urgencia. A mi clase de Estética del Conservatorio vino hace veinte años un estudiante de Letras, vino como oyente, pues era músico para los ratos libres. El empollón aquel invadió mi casa, y entre libros, partituras y discos, el tiempo libre se fue al garete y la música apareció como destino. Estudiando siempre, siempre: no iba ya para catedrático de Filología, pero lo universitario era y es poso sedimentado, capacidad de diálogo y hasta señal de alarma. Cuando triunfó en Besangon debió ser llamado desde Madrid: al señalar yo el nombre, la burocracia, todo ese grupo que hizo mucho daño por cambiar su estructura de servicio en estructura de poder, habló de «sopeñada» y no se le llamó. Mejor para Jesús López Cobos, mejor a la larga, pero bueno es tener la memoria viva para recordar cuánto sacrificio, cuánto sufrimiento, cuánta victoria diaria contra la impaciencia, contra la desesperanza fueron necesarias a una batuta que se entrenaba solitaria. Jesús López Cobos habla y escribe muy bien sobre Beethoven, sobre Mahler y, precisamente por eso, su Verdi, su «Trovador» de la Opera de París, pueden ser distintos. Quiero pensar que la Filarmónica ha propuesto el nombre, acariciando un futuro distinto para la ópera en España. Escribía antes lo de «región», pues aunque la visita de trabajo haya sido sólo para Oviedo, yo, muchos como yo, no podemos olvidar al Gijón impenitentemente liberal cuando era difícil y arriesgado profesarlo, cuando su Ateneo era consuelo y oasis en los años sesenta.

¿Has repasado el Fontán? ¿Has hablado con Cueto? ¿Has vuelto a contar lo de la muerte de don Ramón? ¿Has subido a las viejas iglesias?: eran preguntas de los amigos, cónsules en Madrid de los Cuadernos. No y sí: apenas si en una escapada pude ir desde los cisnes del campo de San Francisco al mercadillo viejo y a la vieja farmacia de la calle de la Magdalena, reliquia de caobas y de viejos potes. Y esa farmacia me parecía un símbolo de la futura nostalgia de Oviedo, porque detrás de la vetusta y venerable apariencia hay un modernísimo laboratorio de análisis. Bien está que Oviedo conserve y cuide su temporada de ópera y en teatro tan a lo caoba como el Campoamor, y bien está que la noche de ópera sea acontecimiento, pero ojalá que, desde el foso, desde la orquesta, se insista cada vez más en la musicalidad, en la renovación del gesto escénico. He hablado poco con Cueto, pero en ese poco ha salido a relucir el Visconti director escénico de óperas y, no sé, pero me parece que sus bondades, a la vista, y sus cóleras, que me imagino, ayudarán. Podría ser, ojalá sea, que mientras se acomoda el teatro Real de Madrid para ser fiel a su historia, mientras se construye el auditorio de conciertos, Asturias va a tener iniciativa y ayudas y López Cobos tiempo para que el Verdi de los tenores se haga europeo desde la orquesta.

Dice Cortázar que se debe llorar con las novelas sentimentales y tener, a veces, la valentía de ser cursi. Pues cursi puede parecer y no me importa, y además no es cursi, imaginar que el príncipe Felipe, el príncipe de Asturias, cuya gracia y encanto no depende de las revistas del corazón, va a ir creciendo en cultura y desde los ojos alegres a través de los premios que le señala la fundación de su nombre. Es inevitable, y no es cursi ni entrometido escribirlo, imaginar que la reina Sofía, que le llevó desde niño a parte de los conciertos, que le señalaba la gracia y el poderío del trompeta en Haendel, le diga al oído en el reparto de premios, y antes, cosas sobre López Cobos y sobre la Orquesta Nacional, de la que es presidenta honoraria. Y si en esa solemne entrega de los premios suena música de la Orquesta Nacional, habrá foto nueva del Príncipe, pues la música, cuando se ingresa en la adolescencia, debe ser estreno de ensueño sobre el cuerpo del deporte y para el descanso de las horas sobre los libros. Y habrá un «españolito» que alegraría al de Machado.

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