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Reportaje:

El problema de la droga supera al del paro y la vivienda en la UVA de Vallecas

El consumo de drogas en la Unidad Vecinal de Absorción (UVA) de Vallecas ha desplazado en los últimos meses al tema de la vivienda, que era el principal problema con el que se enfrentaban las 1.200 familias que viven en la zona (unos 6.000 habitantes). Los grupos de jóvenes fumando hachís e inyectándose, a veces en plena calle, han comenzado a preocupar muy seriamente a una población en la que el paro afecta a la cuarta parte de los trabajadores, y que ve cómo los niños de catorce años en adelante tienen graves dificultades para estudiar o aprender un oficio. Esta preocupación es más patente desde el pasado sábado, cuando la negativa a servir una consumición en un bar terminó con la muerte de un cliente, apuñalado por un hombre joven que, al parecer, estaba drogado (véase EL PAIS de ayer).

El pasado lunes, los presidentes de la asociación de vecinos y de la Asociación de Padres de Alumnos del Colegio Juan de Herrera enviaron un escrito al gobernador civil solicitando la presencia permanente en el barrio de la policía; se pondría así fin al clima de temor que se respira, debido a los continuos sustos dados por jóvenes drogados y armados con navajas. En caso contrario, dice el escrito, los vecinos de esta zona, situada al este de Madrid, a la izquierda de donde termina la avenida de la Albufera, actuarían por su cuenta.Según el presidente de la asociación de vecinos, Santiago López, en los últimos meses se han visto, frente a los locales comerciales de la calle de Sierra Gorda, grupos cada vez más numerosos de personas que con total impunidad se venden o intercambian droga, la fuman y hasta se inyectan en medio de la calle. «Las mujeres que van a comprar allí están asustadas, porque lo mismo ven a uno con una navaja dando gritos que a otro orinando», dice uno de los vecinos.

La edad de estas personas oscila entre los dieciocho y los 35 años, aunque se ha detectado el consumo de hachís entre jóvenes de trece y catorce años, algunos de ellos alumnos del colegio Juan de Herrera, el único que hay en el barrio.

En contra de lo que podría pensarse, la identidad de los jóvenes que se drogan es conocida por muchos vecinos. Sin embargo, unos por miedo, otros por indiferencia con el problema y los últimos porque creen que hay posibilidades de que se corrijan, ninguno se atreve a denunciar a los drogadictos con nombres y apellidos. En la actualidad están en construcción las primeras doscientas viviendas que sustituirán a los primeros barracones, pero no existen centros de formación profesional, ni campos de deportes, ni centros de la juventud, ni zonas verdes o de recreo. «Es gente buena, pero si ven que su padre está en paro, que el único dinero que entra en casa es el que trae la madre por servir y que no tiene nada que hacer en todo el día, no es extraño que caigan en las manos de cualquiera de los camellos que vienen al barrio», dice uno de los vecinos.

La misma opinión tiene el director del colegio Juan de Herrera, Santiago Ayllón, para quien la solución de este problema sería cortar el número de futuros drogadictos, dando un oficio o unos estudios superiores a todos los que hacen EGB en el centro. Esto lo dice mientras extiende encima de la mesa un arsenal incautado a distintos alumnos: dos hojas de sierra, seis cuchillos, desde uno de cocina a otro de monte, una cadena y tres porras.

Ninguno de los alumnos ha sido, sin embargo, expulsado ni se ha presentado ningún tipo de denuncia. «La recuperación de estos chavales es lenta, pero se ha adelantado mucho. En la actualidad, se ha conseguido que 350 niños tengan beca de comedor; los niños del barrio sin escolarizar lo están por deseo de sus padres, y no por falta de sitio».

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A pesar de estas mejoras, el ambiente que rodea a los niños hace que su nivel cultural sea bajo. De los noventa niños que terminaron el pasado año el octavo curso de EGB, sólo treinta consiguieron obtener el título de graduado escolar; de ellos, unos quince pudieron entrar en una escuela de formación profesional, seis o siete siguieron estudios de BUP en un instituto y el resto se quedó en su casa. Como dato curioso, según las consultas realizadas este año, los niños quieren ser mecánicos, en tanto las niñas estudiarían, si pudieran, peluquería.

Consecuencias de esta situación son situaciones como la ocurrida el sábado, cuando un cliente de un bar fue apuñalado por invitar a un hombre a abandonar el local, que ya estaba cerrado, o la acción vandálica realizada en el parvulario del colegio que estaba a punto de inaugurarse, por varios jóvenes que, durante el verano, y posteriormente en visitas aisladas, han destrozado mesas, sillas, wateres, pizarras, ventanas y persianas; han robado las tuberías de plomo y las bombillas, han hecho sus necesidades en pasillos y clases y han dejado el local inhabitable.

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