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Jodie Foster, el amor imposible del frustrado asesino

Jodie Foster era, en Taxi Driver, la imagen de la niña perversa que disfruta ante el peligro, se instala en él y es capaz de llegar al final sin que la sangre haga mover demasiado la semicircunferencia de sus pestañas postizas. La vida la ha puesto en la necesidad de pensar que la ficción y la realidad se dan la mano. En Taxi Driver era protagonista de la violencia; en la realidad, ahora, ha sido para Hinkley una absurda razón para matar: Hinkley dice que quiso asesinar a Reagan «para demostrar amor» a esta joven actriz de dieciocho años.Ante Jodie, en aquella película memorable de Martin Scorsese, Robert de Niro era el recuerdo de la sangre y la búsqueda de la violencia. El ex veterano de Vietnam abandonaba intentos amorosos ortodoxos y se refugiaba en la prostituta de doce años que era Jodie en aquel filme de 1977. Con ella quería salvarse de la cólera acumulada en la guerra y en la guerra de la calle; al final, rapado, intenta vanamente el asesinato de un político, acaricia su pistola y finalmente decide liberar a la joven mujer pública de las garras viscosas de los proxenetas. El río de sangre en que termina el deseo de redención tiene a Jodie como espectadora boquiabierta, víctima maquillada de una violencia estruendosa La sangre es el final.

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El magnetismo de la Jodie Foster de Taxi Driver no es ajeno al que en la vida real tiene la enamorada imposible del asesino frustrado de Ronald Reagan. El magnetismo de Lennon hizo a Chapman creerse Lennon, y mató al beatle para quedarse solo con el mito Hinkley disparó contra el presidente para quedarse solo con su amor cinematográfico. Espectadora lejana e intocada, Jodie Foster ha asistido en este caso a un río de sangre que deja pálida la magnitud de la violencia provocada en Taxi Driver por el desequilibrado soldado de Vietnam convertido en pistolero obsesivo de final trágico.

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