Uruguay dijo "no"
Hace cien años, un dictador uruguayo, el coronel Lorenzo Latorre, abandonaba el poder, declarando con resignación: «Los orientales (uruguayos) son ingobernables». La figura de Latorre se vio postergada en la historia, casi oculta por oprobiosa. Entre los uruguayos sólo perduró esta frase a modo de orgullosa definición.Con el golpe de Estado militar que en 1973 derrocó al régimen democrático más antiguo y estable de América Latina, los generales uruguayos resucitaban la maltrecha imagen del dictador enraizándose históricamente con él.
Hoy, la gran mayoría de los uruguayos han dicho no a la Constitución de las fuerzas armadas, recordando a los mandos militares que sí son ingobernables cuando de regímenes autoritarios se trata. Si bien es cierto que «el nuevo orden» nació condenado por la ciudadanía, hay que señalar la importancia de la actividad desarrollada por las fuerzas políticas tradicionales, cuyo trabajo de varios meses se ve coronado por el triunfo del no. Aunque para el observador poco informado las actividades de la oposición frente al plebiscito pudieron parecer sólo «tibios intentos» -sin entrar a considerar las limitaciones que resultan del uso de anteojeras ideológicas-, hay que subrayar las dificultades que en esta fase de preparación debieron sortearse, dado el clima represivo.
No hablaremos aquí de los aspectos más brutales y dolorosos que se han sucedido en estos siete años de dictadura. Tampoco efectuaremos un análisis del período que precedió al proceso militarista, aunque las enseñanzas son múltiples y aleccionadoras. Mas creemos que se ha comenzado a transitar una nueva época en el universo político uruguayo.
La vida continúa y no es posible el retorno a un pasado, cuya comprensión es, sin embargo, el auxilio indispensable para abordar la realidad, tantas veces sorpresiva. Y sucede que Uruguay es, para quien soslaye su historia, a cada paso, una caja de Pandora, un pequeño país en el que en diferentes coyunturas históricas lo imposible se ha convertido en realidad. Los militares acaban de corroborarlo.
La experiencia de todos estos años ha llevado a la mayoría de los uruguayos que hemos participado activamente en el proceso político del país a una profunda reflexión sobre la historia de la sociedad, cuyas transformaciones futuras no podrán ser encaradas si no es a partir de las tradiciones históricas que han estructurado la vida de la comunidad y, fuera de ese marco, los intentos serán estériles.
El tiempo apocalíptico tiende a finalizar; la generación que tempranamente se lanzó a la lucha política, compelida por su época, debiendo pagar un precio desmesuradamente alto por su ingenuidad altruista, tendrá nuevas posibilidades en tiempos que se aproximan para recomenzar y renacer.
La sociedad uruguaya invita a pensar en la utopía, restituyéndole al término su significación primera, sin prejuicios cientificistas, pues los logros de anteriores generaciones nos han demostrado que es posible su transformación en realidad viva.
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